Azrael y Mariana: relatos del lector imagen

El murmullo de la lluvia era acompañado por el mismo Azrael, quien desde arriba gritaba con obscenidad un capricho de muerte.

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En la noche Mariana cortó un poco de leña, se acostó junto a su esposo y al terminar un breve resumen de su día en el campo, quedaron dormidos. El frío hacía crujir la lámina de zinc en el techo, y el viento silbaba en las ventanas de la galera vecina.

Entonces, a lo lejos se escuchó un tambor, gritó fuerte y la lluvia inició.

La lluvia caía con una fuerte cadencia rítmica, y su correr en las laderas de la montaña se escuchaba. El murmullo de la lluvia era acompañado por el mismo Azrael, quien desde arriba gritaba con obscenidad un capricho de muerte. Azrael sentía su miedo, Azrael tocaba sus almas.

“Levántate a salvo,

muere acostado”.

Mariana fue despertada a la noche por el sonido del tambor de Azrael, y tomó a su esposo y le pidió que recogiera rápido las cosas de valor.

Azrael no provocó el alud que cayó sobre su aldea, solo estaba para levantar sus almas.

Cayó la primera capa de tierra sobre la casa de Mariana. Una gigantesca piedra sobre ellos, en la colina, desvío la tierra y evitó que su casa se derrumbara. La tierra se desprendió al pie de la colina y soterró toda la aldea en el valle, los niños, ancianos y sus padres quedaron enterrados durante horas hasta que cuatro días después, al terminar la lluvia, Mariana pudo descender a ayudarlos. Vio un lago y mientras gritaba buscando a quién ayudar. Junto a su esposo, se horrorizaron cuando uno a uno vieron los cuerpos de sus amigos y vecinos elevándose desde las entrañas de la tierra. Mariana gritó fuerte, con dolor, e invocando a Azrael le exigió sus almas.

Un rayo cayó y se extendió en el cielo entero, y apareciendo detrás de un tocón enorme, Azrael, quien extendiendo sus alas empezó a tocar su tambor. El esposo de Mariana no sé asustó y le exigió una respuesta ante tal presencia.

Mariana le ordenó callar.

–¡Azrael! Te exijo la vida de estas personas, dales vida, reconstruye su pueblo y dales de comer.

–Hermana, no te toca a ti decidirlo, elige quién muera por ellos y yo lo llevaré.

Mariana se arrancó la ropa y mostró su cuello, ofreciéndose a morir.

–Ya basta, hermana, no es tan fácil. Debes elegir.

–Deja de llamarme hermana.

Azrael levantó el tambor sobre su cabeza y empezó a tocar de nuevo. Las nubes se alejaron y dejaron ver bajo la luz del mediodía los cuerpos de todos los muertos. Mariana sintió asco y repulsión, dijo luego:

–¿Por qué yo y mi esposo estamos vivos?

–¿Por qué no?

–¿Nos lo merecíamos?

–No soy un juez, solo vine por sus almas.

–Somos hermanos de la creación.

–Fuiste creado como un dios.

–Fui creado para servir.

–Y yo para amar, tú no sabes qué es el amor.

–No lo he padecido pero sí lo he visto.

–No te creo, solo arrebatas vidas, nunca amas.

–Lo vi en el alma de Abel cuando en su cabeza pensó: “Te perdono”.

–¡Cállate! Yo no te perdono.

–Lo vi en la mirada de Booz cuando dijo por primera vez: “Te amo”.

–Me estás ignorando; tú no amas.

–Lo veo en tus ojos ante estos cuerpos.

–¿Lo ves en la aflicción de mi esposo?

–Lo veo en sus ojos.

–Dime, ¿a quién debo elegir?

–A quien quieras.

–¿Pero, a quién?

–A quien desee morir por ellos.

–Nadie lo desea.

Su esposo la volteó ver, y entonces con un grito de tristeza desgarrador exclamó su nombre.

–Josué, que sea Josué.

–Son ambos una sola carne y un solo cuerpo.

–No viviría sin él, ni él sin mí.

–Entonces nadie vivirá.

Mariana se postró en tierra y clamó: “Aleluya”, uno por los muertos inocentes, otro por los malvados, otro por los niños y otro por su tristeza.

Del suelo tomó una piedra y amenazó con aplastarse el cuello.

–No te lastimes, ellos no se merecen tu sacrificio.

–Entonces llévatelos, pero dime a dónde los llevas.

–Ante el trono a ser juzgados.

–Pero serán tratados como pecadores.

–Hermana, conozco el amor por que yo llevé el alma del hijo de Dios; nunca he visto a alguien morir así. Ahora déjame pedirte que lleves a tu esposo al norte, huye de la peste y descansen, que la caridad de sus corazones los reconforte. Hicieron todo lo que podían, gracias por hablar y, cuando el momento llegue, quiero elevarte hasta la cima de las nubes.

–¿El amor del que hablas existe?

–Existe, nos rodea y nos busca para amarnos; si lo encontramos nos seguirá por siempre.

Azrael empezó a tocar su tambor anunciando muerte. Y un rayo separó los cuerpos de las almas de quienes eran uno. Azrael supo que no era su destino conversar con mentiras sobre si podía devolverles sus almas, y al terminar, con su tambor debió terminar su trabajo.

Por Aníbal Zapata

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