Aquí no se hace el amor imagen

Al parecer, esta es la pregunta más incómoda que se le puede hacer a un residente de la cárcel en Guatemala ¿Cómo son los cuartos de visita conyugal?

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Es la pregunta más incómoda que se le puede hacer a un residente de Centro Preventivo para varones de la zona 18, del Centro de Orientación Femenino, o cualquier cárcel de Guatemala. Al escucharla su gesto es el de alguien que no está seguro si acaba de escuchar lo que escuchó, preferirían hablar de por qué están en prisión, su vida, o simplemente guardan silencio. Cualquier tema es mejor que hablar de “eso” que ocurre en uno de los cuartos más feos de presidios.

***

–¿Por qué quiere saber de eso?

–Voy a escribir un reportaje.

–¿De eso?

–Sí.

Benjamín hace una larga pausa. Con los brazos sobre los muslos mueve las muñecas para acomodarse las esposas. Él es quien hace las preguntas: “¿Por qué no hablamos de mi caso, mejor?” Se queda en silencio un momento más y finalmente accede.





–Yo no lo he usado porque tengo mi esposa y siempre que llega a verme va con mi hija pequeña.
–Pero sí puede describir cómo son los sitios donde…
–Más de alguna vez tal vez sí –interrumpe–, pero no con mi señora. Lo que pasa es que ahí hay prostitutas… el que tiene dinero paga y entra.
–Hábleme de eso, ¿Quién controla la prostitución?
–Solo puedo decir que el lugar ese es feo, como todo ahí adentro. Yo no se lo deseo ni a mi peor enemigo.

Benjamín es uno de los más de 4 mil 800 hombres recluidos actualmente en el Preventivo de la zona 18, de los cuales 800 cumplen condena –aunque el centro no está destinado para ese fin. Lleva un año y medio en prisión y enfrenta un proceso por maltrato contra personas menores de edad.

Se le pidió hablar sobre la visita conyugal en la cárcel. Reacio a platicar del tema y con los titubeos normales de quien habla de su vida sexual con un desconocido, admitió haber tenido acceso a ese “derecho” más de una vez. También se refirió a la presencia de prostitutas y al cobro por el uso de ese espacio. Con cierto pudor y extrañeza, sus respuestas fueron tajantes: “Yo lo hice, pero por probar”.

Su descripción del lugar fue muy parca: “Es un cuartito pequeño, con una cama pequeña donde uno va a lo que va”.

Rudy Esquivel, portavoz del Sistema Penitenciario (SP), corrobora la descripción del reo consultado, pero justifica que los centros de prisión preventiva no son aptos para ese tipo de “beneficios” carcelarios porque fueron concebidos para que los prisioneros salieran de esas cárceles en períodos muy cortos.

El Artículo 21 de la Ley del Régimen Penitenciario señala que todos los reos, sin distinción de género, tienen derecho a recibir visitas conyugales. No obstante, en la práctica los administradores de Presidios se enfrentan a una cuestión estructural: ¿Cómo regular las relaciones sexuales de más de 20 mil personas que conviven día a día, en condiciones funestas, en un espacio destinado para 6 mil?

La acción reguladora de la sexualidad de ese grupo social fue el uso de yodo en las comidas. Según las autoridades penitenciarias, disuadía el deseo sexual de los reos. Esquivel asegura que esta sustancia se dejó de utilizar a finales de los noventas por una “cuestión de derechos humanos”. Sin embargo, en la actualidad persisten las denuncias de reos que se quejan del exceso de esta en las comidas.

A quetzal el minuto de sexo

Carlos es uno de los más de 2 mil 900 reos que cumplen condena en la Granja Penal Pavón. Según relata, lleva seis años recluido y espera que una judicatura de ejecución apruebe en su caso el procedimiento de redención de penas.

–Pues la verdad es que sí lo he usado. ¿Y qué otra le queda a uno, si uno es ser humano?

–¿Cuáles son las condiciones de esos lugares?

–Pues normal, un cuarto con cama. La mera verdad es que no se necesita más.

–¿Un solo cuarto para toda la prisión?

–No, hay varios cuartitos que los mismos reos le alquilan a uno.

–¿Cuánto cobran?

–Eso ya depende del tiempo que uno quiera. Pueden ser Q10 por diez minutos, choca, cincuenta… también depende de si uno quiere entrar con una muchacha –prostituta.

–¿Eso es común?

–¡Ah! Sí. Cuando los presos quieren, pueden tener de todo. Hay presos que se encargan de conseguir lo que el cliente pida. Lo jodido es que hay que pagar y uno sin dinero.

–¿Quiénes consiguen todo eso?

–Los jefes de sector…

El portavoz del SP explica que la coordinación de las visitas conyugales corre por cuenta del director de cada centro carcelario. No obstante, reconoce que es un tema “complejo” que escapa del control penitenciario.

Esquivel habla de cuestiones técnicas, por ejemplo de crear una base de datos de actualización digital de las visitas de cada centro carcelario, o de la implementación de nuevos protocolos que permitan a los reos con mejor conducta acceder de forma más frecuente a las visitas conyugales. El problema sigue siendo que son más de 20 mil 800 reos hacinados en un espacio pensado para 6 mil personas.

“Imaginá una cárcel como el Preventivo de la zona 18, que tiene más de 4 mil 800 reos. Si a un privado de libertad le das visita conyugal a principios de mes, por ejemplo, ¿hasta cuándo le volvería a tocar?” Esto dice Esquivel mientras intenta dimensionar la situación. Sus primeras palabras resuenan durante toda la entrevista: “Hay cosas que escapan del control penitenciario…”

Tierra de nadie

En junio de 2012 se registró uno de los casos más emblemáticos sobre “lo que escapa del control penitenciario”. Una joven de 22 años ingresó a la Granja Penal Canadá para visitar, supuestamente, a su expareja, quien la condujo hasta un sector aislado para abusar sexualmente de ella.

Según el testimonio de la visitante, su exnovio la llevó hasta un cuarto donde había unos 30 reos, quienes la violaron durante aproximadamente dos horas.

Las investigaciones individualizaron a 28 responsables del crimen. El autor intelectual fue identificado como Carlos Antonio Pérez, exconviviente de la víctima. Esta identificó a sus victimarios por medio de las fichas carcelarias.

La noche que un niño pernoctó en el infierno

Otro caso que retrata la falta de controles en el SP fue la violación de un niño de diez años en la cárcel de Izabal. El 5 de julio de 2014, el pequeño ingresó junto con su madre a esa prisión para visitar a su padrastro, identificado como Luis Amílcar Pérez Coy, de 24 años, quien purgaba una sentencia de ocho años por el delito de violación.

La madre del menor había solicitado permiso al SP para pasar la noche en la prisión. Esto debido a que había viajado desde Alta Verapaz junto con su hijo para visitar a su exconviviente. La violación ocurrió esa misma noche, pero el pequeño fue trasladado a un hospital hasta la mañana siguiente.

Ante los hechos, el SP tomó la decisión de trasladar al padrastro de la víctima –quien purgaba una condena por haber abusado sexualmente de su otra hijastra– a la cárcel Fraijanes I mientras se realizaba una investigación. Horas después Pérez Coy fue hallado muerto. Su cadáver tenía un lazo que rodeaba algunas partes de su cuerpo. La primera –y la única hipótesis– fue que se trató de un suicidio.

Unos más iguales que otras

George Orwell escribió al final de Rebelión en la Granja: “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”.

Las reas consultadas para la elaboración de este relato se mostraron reacias a hablar del tema. Ellas estaban recluidas en el Centro de Orientación Femenina (COF). Una guardia que custodiaba a otra reclusa refirió anónimamente que en esa prisión hay un espacio destinado a la visita conyugal de mujeres, pero que “no se usa para eso”.

–¿Entonces, para qué?

–Lo que cuentan es que ahí se quedan a dormir las presas en las noches.

La agente explicó que la visita conyugal en la cárcel de mujeres es inusual y que “entre las mismas presas” tienen relaciones. También refirió, con escasos detalles, que en el caso de las mujeres este derecho está limitado a los esposos de las privadas de libertad; es decir que deben probar el vínculo legal o de hecho con quienes las visitan en la prisión.

Corinne Dedik, analista de temas penitenciarios del Centro de Investigaciones Económicas Nacionales (CIEN), confirma que tanto hombres como mujeres tienen derecho a visitas conyugales dentro de sus respectivas prisiones, pero aclara que este derecho es aplicado de forma desigual entre unos y otras.

“En la práctica no se da de manera igual. En algunas cárceles de mujeres hay períodos muy prolongados en los que no se tiene visita conyugal porque no se los permiten, o porque el SP maneja de forma más restringida la frecuencia: por ejemplo, si el hombre tiene visita una vez al mes, la mujer la tiene cada seis meses”, detalla la investigadora.

Dedik va al grano: si el reo deja a su visita conyugal embarazada, esa persona estará en libertad y podrá tomar decisiones para el tratamiento del embarazo; pero cuando es la mujer la que está privada de libertad y queda embarazada, el tema afecta directamente al SP porque hay que darle atención ginecológica y atender el parto, entre otras medidas.

Pero después viene el proceso de saber qué se hará con el bebé, porque la privada de libertad tiene derecho de tenerlo con ella hasta los cuatro años. Pero, ¿Y si después la reclusa no tiene a nadie que se haga cargo de él? “Las condiciones del SP no son aptas para acoger niños, y menos bebés. No hay pediatras, no hay alimentación adecuada para recién nacidos. Además, la atención a las madres embarazadas implica gastos para el Estado porque no en todos los centros hay condiciones de estimulación temprana. Es un tema sumamente complejo”, explica.

La investigadora considera que el SP debería invertir más recursos para la educación sexual en las cárceles de mujeres, para crear conciencia sobre lo que implica un embarazo dentro de una prisión.

Aquí no se hace el amor

La psicóloga Luisa Fernández describe que las condiciones de encierro, hacinamiento, mala alimentación, entre otras vividas dentro de las prisiones del país, generan tensión en la población reclusa y producen varios efectos. Uno de ellos es que “los tipos de sexualidad se empiezan a deformar y muchas veces caen en ilícitos”.

“El tema es que la sexualidad se deforma, el placer ya no se concibe como se concebía antes de caer en una condición de privación de libertad. La media hora previa de darse cariñitos, platicar, ya no existe. Se tiene limitación de tiempo y nula privacidad. Las mujeres tienen que salir del salón y todos saben que acaba de tener sexo. Eso tiene un gran impacto en ella y en su pareja”, explica.


La psicoanalista considera que las condiciones de encierro generan efectos distintos en cada persona; algunos reos tendrán más ganas –de tener sexo– por estar sin hacer nada, y otros tendrán menos por la misma causa.

“Lo que sí le puedo decir es que la pérdida de vínculos sociales y la falta del disfrute de la sexualidad pueden generar impactos psicológicos que dificulten la reinserción. ¿Qué pasa con una mujer que no tiene hijos y está presa 15 años? Cuando abandone la prisión sus amigos ya no vivirán donde ella recordaba, su familia habrá cambiado, su antiguo entorno será otro. Si no ha tenido más vínculo social que con la prisión, ¿Cuáles son las posibilidades de que reconstruya su vida y se reinserte?”

¡Se acabó el tiempo!

–Pues ahí uno paga y entra. Pero tiene que ser rápido porque afuera están los muchachos tomándole el tiempo a uno –relata Carlos antes de que los guardias penitenciarios lo trasladen de nuevo a la cárcel donde está recluido.

–Los muchachos solo le llegan a pegar un grito a uno: “¡Se acabó el tiempo!” Y entra el siguiente. 

Iustración: Tenshi Arts

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