25 años presa por no hablar español imagen

La sociedad junto con el sistema de justicia me olvidó en una cárcel, por la grave falta de ser mujer, indígena y no hablar español.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Mi vida en Cabricán Quetzaltenango era la de una joven mujer como cualquier otra en el interior del país. Pero con una particularidad, mi esposo que era alcohólico me llegaba a pegar a diario junto con mis hijos, todas las noches. Yo vivía junto con la familia de mi esposo, donde desde que llegué tuve que encargarme de las tareas de la casa, servir a mis suegros y mis 8 cuñados, más atender niños, propios y ajenos, además de cuidar una milpa.




Los maltratos eran pan diario en mi vida, y luego de dos años de vivir un infierno decidí que ya no me iba a dejar maltratar. Hablar con mis suegros no me ayudaba, ellos le daban la razón y lo justificaban diciendo que yo era huevona. La gota que derramó el vaso fue una paliza que me dio y que me dejó con los ojos cerrados y la pérdida de dos de mis dientes. Si alguno de mis hijos lloraba igual recibía su castigo y yo no podía aguantar más.

Una noche, mi marido llegó borracho y más agresivo que nunca. Yo le tenía lista en el fuego su comida, pidiéndole a Dios que no nos pegara. Al probarla me dijo que no tenía sabor y me la tiró en la cara quemándome, así comenzó a golpearme…

No sé cómo, pero me logré defender y traté de agarrar lo que tuviera en la mano para pegarle con algo. Entre los golpes que recibía pude empujarlo, se resbaló y enfurecido sacó el machete para matarme, pero como pude se lo quité y lo maté.

Ensangrentada, con la boca y la nariz rota pude salir de mi rancho solo a recibir otra golpiza por parte de mis cuñados y suegros. Al rato llegó la policía y me llevaron presa a Quetzaltenango. Ni siquiera me preguntaron si estaba bien, ni un ¿qué pasó? O ¿tiene algo que decir? Nada.




Pasé un mes en la cárcel de mujeres donde apenas comía, no sabía hablar español y esa era una barrera que selló mi vida. Me llevaron a un lugar donde vi que mucha gente habló, me señalaron varias veces, y yo no tenía ni idea de lo que estaba pasando ya que todos conversaban en español y no les entendía. Dos días bastaron, cuando me sacaron de ese lugar mi hermana estaba llorando afuera y yo le pregunté ¿qué pasó? Y me dijo: “Te vas a ir presa 30 años por matar al Justo”. Pero si yo solo me defendí le dije y sollozando me subieron al camión de regreso a la cárcel.

Luego de algunos años encerrada y sufriendo maltratos e injusticias por el pecado de ser indígena, aprendí a hablar español con la ayuda de una maestra que estaba también interna.

Fueron 20 años en la cárcel sin ver a mis hijos, ni saber de mi familia y sin idea de lo que podía hacer para defenderme. Pero Dios en su infinita misericordia me mandó un ángel. Una mujer que había sido guerrillera conoció a Cristo en la prisión e inició a cambiar su vida y la mía. Ella me tomó de la mano y me ayudó. Con ayuda de un abogado buscó mi papelería, el licenciado me contó que lo que habían hecho conmigo fue una injusticia y se fue a los tribunales a buscar mi caso. No los voy a cansar, luego de 25 años en la cárcel pude salir, mis hijos ni me conocían; mi suegra les dijo que me morí para que no me buscaran.




Ahora estoy libre y realizo trabajos domésticos en una casa de la zona 9. Aquí me tratan bien, con respeto y cariño pues saben lo que viví, sufrí y lo que purgué solo porque me defendí y a mis hijos de un animal que nos agredía a diario. Y si no me hubiera protegido, sin duda hoy estuviera en la tumba, no relatando el calvario que fue mi vida.  

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