Murió El Reducto landivariano imagen

Luego de años de discordia, -esta vez sí- los terrenos de El Reducto y Bola 8 ahora son territorio Rafael Landívar. Solo queda pendiente el de La Jaca para acabar con los bares landivarianos

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No hay landivariano que no sepa qué es El Reducto. El mítico Edificio R ya no es aquella casa vuelta bar. Ese sitio que tanto entretuvo a los estudiantes de esa casa de estudios durante al menos dos décadas ya no existe. Misma historia con el TNT, que en sus últimas épocas llevó el nombre de Bola 8. Ahora solo les sobrevive La Jaca y todo indica que también la adquirirá el titán académico. La meta es convertir esos terrenos en clínicas para prácticas de estudiantes de Nutrición y Sicología; al menos eso es lo que flota en el ambiente.

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No tenías que beber alcohol para saber de su existencia. El Reducto y sus bares colindantes eran ese elefante blanco que no dejaba dormir en paz a los jesuitas landivarianos y a algunos catedráticos, y así fue desde la década de los años 80, según cuenta la leyenda.

El rumor de que iban a cerrar ese bar, ubicado a la par de la puerta sur de la Landívar, lo acompañaba desde su nacimiento. Sin embargo, fue hasta 2016 que, por fin, el destino manifiesto educativo jesuita logró el éxito y lo adquirió para expandir sus instalaciones. De momento se pierden dos, (la Jaca está pendiente), pero se ganan instalaciones para los estudiantes de Nutrición y Sicología. Se sabe que la construcción comenzará hasta que termine toda la adquisición.

Hablemos un poco de la genealogía de esos bares. Estaba el famoso Reducto, pero también hubo en ese lugar aquel Dejavú, que estaba entre la Jaca y Bola 8, llamado también La Facultad o TNT. Y La Jaca se llamó también La Chicharronería y después volvió a ser La Jacaranda. Ahora, de ese complejo de juerga alcohólica, la pared del área del Reducto que colinda con la U ya tiene una puerta para comunicar con el campus, concretamente con el parqueo 7. Así, los landivarianos de nuevo ingreso, que llegan el 11 de enero, jamás sabrán qué era el edificio R. En su portal de Facebook, la despedida del bar versa así: desde el 27 de junio, ElReducto Url dijo [sic] “Se llego el momento de despedirnos pero nos vamos a despedir sólo como él reducto lo hace vamos a llenarlo como nunca los esperamos — me siento sensible”.







“Te sorprenderá saber que quizá tres o cuatro veces puse un pie ahí. Las primeras, tímidamente, acompañando a mis colegas de promo del colegio; ellos en Economía y yo en Humanidades. Al principio de la U aún nos comunicábamos bastante. La primera vez, el primer año, un poco antes de Semana Santa fuimos al salir de clases, creo que un viernes. Acordamos faltar a la última clase y pasar. Para entonces consideraba la chela “meado de toro” y me tomé talvez una Gallo. Tenía el pretexto de que tenía que manejar, ja, ja. Esa primera vez fue en El Reducto, el primero que quedaba en la subidita.

Otra vez que tengo muy presente haber llegado fue para una ocasión en que Ana María Rodas no llegó o terminó temprano la clase. Daba Semántica o al algo así. Pasamos con algunos del curso. También fue una botellita, muy tranquilo.

La tercera vez fue con los cuates de la promo de la U, ya como en el tercer año de la carrera. Ahí sí fui de noche y creo que salimos como a las 11 menos algo. Por primera vez vi a la mara muy animada adentro, como cualquier otro bar de ahora. Fueron mis años de beber poco; luego me convertí en el monstruo de beber que soy ahora”. Braliem Jous.

Han pasado casi 10 años desde que regresé a la universidad para intentar terminar esa carrera ingrata que comencé en 2001, como buen comunicador inconsistente que soy. Nada cambió, no terminé la carrera y el Reducto seguía igual. Un chupadero más a la par de la universidad. No nos mintamos, ese lugar era solo para dos tipos de personas: estudiantes de primer ingreso y los estudiantes de agronomía. Quizá por el reguetón, que en un principio era el Chombo, quién sabe, pero ese era el tipo de estudiante que iba. Sin embargo, ni todos los landivarianos acudían a este lugar, ni todos los que sí lo hacían eran malos estudiantes, y al decir malos quiero decir inconsistentes o que obtuvieran malas calificaciones.

Pero no nos engañemos, la desaparición de estos antros es una ventaja. Si fuera negocio diría que fue una movida empresarial exitosa de parte de la Landívar al adquirir el terreno, total, negocios son negocios. Sin embargo, no podemos negar que el corazón se enjuta al saber que desaparece un lugar que resguardaba tantos recuerdos. Si algo nos enseña la vida es que en la universidad aprende el que quiere, y bueno, en la Facultad de Humanidades, el que sabía preguntar.

Al menos dos días a la semana era así, terminaba el segundo período y los 20 minutos de receso era tiempo suficiente para un litro de cerveza, si estudiabas en la mañana, o si no tenías el segundo período de la noche, tiempo suficiente para ir al Reducto o subir a La Jaca para comentar el desempeño de los catedráticos, la administración landivariana, aquel famoso texto de Andrés Zepeda del Manual del perfecto idiota landivariano o los problemas que teníamos de jóvenes adultos al lado de un refrescante litro de cerveza.

“El cierre del conocido sitio como Reducto en la URL no es la solución a que los estudiantes dejen de Ingerir licor. El licor puede estar a la par o a varios kilómetros, pero si no existe una mejor opción para educar a los estudiantes, no se puede luchar contra ello. Aunque el lugar causó algunas desavenencias, el Reducto representó también un rechazo a las aulas sin contenido académico y de catedráticos sin pedagogía”, catedrático universitario landivariano.

Recordemos cómo era la universidad antes de este mileno. El Reducto existía, las dos puertas de la universidad estaban abiertas y los estudiantes podían fumar, incluso, dentro de las aulas. Llegó el nuevo milenio, nuevos rostros y nuevas leyes. Ahora solo se podía fumar en los pasillos y áreas verdes, todo debido a una política libre de humo, pero se podía ingresar con estoque al aula. Ya para 2010 no se podía fumar en el campus. Ahora avanzamos el reloj otros años más y ya es 2016.

Por motivos contractuales me solicitaron un certificado de cursos aprobados so pena de no ser graduado para optar a una consultoría, por tanto me tocó regresar a dicha alma máter. Voy en el bus 2 y la primera sorpresa, las camionetas ya no entran al campus; segunda sorpresa, la puerta sur, cerrada. El Reducto aún vive (y me hizo ojitos) y ahora, para ingresar, había que acudir por una puerta ubicada frente al parqueo de catedráticos del Edificio J, atiborrada de jóvenes fumando, mientras se caminaba sobre una alfombra de chencas. Al ingresar, un agente de seguridad detenía a los estudiantes con un detector de metales y verificaba si no se atentaba ingresar, perdón, si no se intentaba ingresar bajo efectos del alcohol. “¿A dónde se dirige, señor?” -A dar clases, ¿qué más? Es lo que hubiera respondido por molestar, pero dije que a sacar el carné y por eso no tenía evidencia de ser estudiante.

Al entrar me di cuenta de que la Landívar se había convertido en el sueño de los buenos modales. Si salías por una cerveza, ya no entrabas a la casa, cual matrimonio codependiente. Y claro, después de todo es un negocio y son sus reglas, si no para qué te inscribiste, pero, al menos, antes existía la opción de discutirlo, al menos en las aulas de Humanidades. El Reducto era tema de foros, como un colegio pero más creciditos. Ahora, esa discusión es historia, la solución era el dinero, y con él comprar El Reducto.

Y no es que esto fuera algo nuevo. Uno de los dueños lo venía diciendo desde hacía años. “¿Querés El Reducto? Te lo vendo, dame un millón de quetzales y listo”. Y recordemos cómo todos hacían la ecuación de cuántos litros se tenían que vender para recuperar la inversión. “Mano, es un millón de quetzales, a Q15 el litro (en 2001), eso significa que… vamos a ver, si vendés 5 mil 556 litros al mes, y si esa ficha te quedara neta en ganancias, en 2017 habrías de recuperar tu inversión total”. Claro, la Landívar no tuvo que hacer esos cálculos para adquirirlo, pero cualquier estudiante que en aquel momento lo pensó, ahora diría, “vender tantos litros al mes era un poco difícil”. Lo que trato de decir es que de eso se hablaba en El Reducto y en los chupaderos aledaños, nada fuera de este mundo.

Claro, habían peleas, visitantes de otras universidades, chicas que llegaban a modelar topless –como aquél escándalo de 2004– y sabrá el destino cuántas vidas se concibieron luego de una tarde de alcohol en esa instalación. Al final era un centro de recreación, no una iglesia.







Era un bar universitario, no una guardería de buenos modales.

Si la existencia de un bar a la par de una universidad es o no contraproducente para el centro educativo, cada quien lo dirá. La Mariano tiene el Aligator y Donde Mike´s; la Universidad de San Carlos tiene su calle de los chupaderos, en donde está La Chicha y Las Cañas, que es como un pasaje que alberga barsillos pequeños como Jam Rock y el homónimo Las Cañas. La Universidad del Valle Tiene el Coco Drive, aunque nunca fue tan concurrido. Sin embargo, y según estimaciones de catedráticos de ese plantel, ahora los jóvenes se distraen en los bares cercanos a Cayalá, a donde acuden también los de la Universidad Marroquín, que nunca tuvo, pero vamos… está a un kilómetro de la zona 10 y cuanto bar contiene esa zona.

Claro, El Reducto era un bar y promovía lo que cualquier bar: bebidas alcohólicas, música mala del momento, mala comida… y en los bares de la par, billares. Pero no por tener un bar a la par de la universidad no vas a estudiar. Hay que preguntarse si tales medidas ayudaron al desempeño universitario, cosa que solo los catedráticos saben, aunque con Reducto o sin Reducto, eso parece no cambiar.

“Pienso que es un lástima. Lejos de ser unos lugares para el consumo de cerveza y de reguetón, algo que a la URL le molestaba, es que eran lugares para socializar, conocer gente, para fumarse un cigarro o tomarse una cerveza. Era para estar con los cuates después de un examen, al final del ciclo o un viernes cualquiera.

Tengo un sinfín de experiencias en esos lugares. Pleitos que llegaron a golpes en el Hoyo, maestros que se sentaban con nosotros a tomar unas cervezas y a platicar de la cátedra. Largas horas de juego de billar con la que ahora es mi esposa, en ese entonces mi amiga. Conocer gente de otras Facultades, buenas pláticas con mis amigos, alegres reuniones (en especial esa del aguardiente colombiana), en fin. Los estudiantes necesitan de esa válvula de escape…”. Alejandro Méndez.

Quizá la meta es no caminar por pasillos en los que se sienta ese hornazo a cigarrillo, o el estoque a alcohol. Habría que preguntarse si el biotopo, el barranco que esta a la par de la cafetería de la universidad, está totalmente clausurado, o si los estudiantes continúan ingresando a consumir marihuana para inspirarse en las clases; o si en los baños ya tienen cámaras para cerciorarse de que nadie se meta nada por la nariz o por la boca, si es que alguna vez ocurrió.



Fotos https://www.facebook.com/pg/elreducto.url.39/photos/?tab=album&album_id=859383174097952

“Como estudiante de la universidad fui en numerosas ocasiones a El Reducto y al billar del fondo. Difícilmente se podrá encontrar a un exestudiante de Ciencias de la Comunicación que nunca haya puesto un pie ahí adentro. Salirme de clases de EDP para irme a esos lugares y crear muchas memorias, ir a comer panes con carne, poner música de Guns N’ Roses, The Doors, Black Sabbath y jugar billar con Gerardo, Sebastián, Arnoldo y el resto de secuaces, eso era.

Irónicamente nunca me puse ebrio, pero vi muchas cosas que se convirtieron en resacas morales. Las granizadas eran espectaculares y las recuerdo más que a los litros de cerveza. La ironía es enorme. El Reducto se convertirá en clínicas de nutrición. ¿Casualidad o burla? Tengo una pregunta: ¿El gran ganador será Coco Drive? ¿Qué tanto irán los estudiantes landivarianos a este otro bar?

Las generaciones han cambiado y honestamente no sé si los estudiantes de primer año iban con tantas ganas como lo fue en mi época (2002). Lo que sí me consta es que tendré recuerdos muy gratos y amenos en esas mesas de madera, comiendo los nachos con aguacate, tomate y limón, ser el caballero y agarrar de la mano a la chava que me gustaba para bajar esa pendiente de cemento quebrado y con piedras, saber del famoso show de bikini open, los cuartos de arriba que eran casi que moteles, etcétera.

El Reducto y el Billar fueron una parte interesante –mas no fundamental– en mi vida landivariana. Era un lugar al que íbamos porque “teníamos” que vivir la experiencia y, sobre todo, por ser estudiantes de Ciencia de la Comunicación”. Juan Carlos Florido.

Tampoco es que se vaya acabar el mundo, solo es un bar, pero es una parte de la vida landivariana que las nuevas generaciones no tendrán. Es de dudar si realmente perjudican tanto los vicios en el desempeño del estudiantado. Haré un muestreo simple e igual de nostálgico. De aquella promoción de primer ingreso de Ciencias de la Comunicación de 2001, ningún estudiante terminó preso o de charamilero.

Seré aún más delimitado (haciendo uso de mis conocimientos de Técnicas de investigación I, II y Comunicación Organizacional I y II, para las que aún no encuentro uso), ninguno de los estudiantes de Ciencias de la Comunicación de 2001 que iban a El Reducto y que consumían alcaloideos o estupefacientes terminó preso o charamilero. Y puedo ser aún más específico, ninguno de los estudiantes de Ciencias de la Comunicación de 2001 que iban a El Reducto y que consumían alcaloideos o estupefacientes y por el que toda la promoción creía que terminaría muy, pero muy mal, terminó, preso o charamilero, aunque diré todavía, por aquello de las sorpresas.

“Pues para mí como estudiante y trabajadora me servía ir para relajarme en el receso con una chela, platicar y luego pues ya, regresar a la segunda clase. Si lo sabías manejar, la verdad no afectaba y creo que a los maestros tampoco.

Ahora bien, hubo Mara que no sabía controlarse. Por ejemplo en las mañanas, después de las clases ya era de todos los días que salían bolos de ahí y supongo que el rendimiento para hacer tus “tareas” ya no era el mismo… estaría de acuerdo con que lo cerraran en las mañanas, pero para la tarde de repente pudieron dejarlo porque, en teoría, éramos un poco más responsables”. Karla Changtin.

Pues siempre sí, hubo fiesta de despedida, y aunque todos estaban invitados, no nos enteramos. Pero no deja un poco de congoja su cierre, y la ironía de que ahora serán clínicas pues da aún más risa. Y es que no nos vamos a ir contra la razón, tener un bar a la par de la universidad es tentador, pero cada quien sabrá qué hace con su tiempo y dinero.

Por fortuna para la universidad, ya no caminarán en sus pasillos jóvencitos con ese tufo a vicio. Ahora ingresarán a recibir clases con sus cinco sentidos intactos, pues al final a eso van los estudiantes a la universidad, para que la Landívar cumpla con la cuota de graduados y que Ausjal no diga nada, no, no, perdón, no es eso, van a estudiar, para aprender y ser mujeres y hombres de bien al servicio de Jesús. ¿Así era, vaá?

Pero nadie puede negar que El Reducto, como cualquier bar universitario del mundo, fue en donde se forjaron amistades que atraviesan el tiempo, donde ocurren aquellas historias locas que en la distancia la memoria falla y que nadie cree, porque empiezan a ser poco verosímiles. Descansen en paz, chupaderos de la Landivar, que con su muerte cesen todas esas historias que ahí nacieron tan en contra del decoro y los buenos modales que San Ignacio y San Francisco Javier dictaron a los Jesuitas.

Mueran en paz, sepan que los landivarianos ya no beberán en ustedes, ¡oh cantinas de mala muerte!, ahora que ya no existen, ningún estudiante beberá nunca más, porque así es la vida, así funcionan las cosas. Lo que no funciona no se arregla, se elimina.

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