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Recién se había graduado de la universidad, su papá le heredó un capital con el que Ana decidió empezar su propio negocio: una tienda de ropa. Constantemente viajaba a México para renovar la mercadería, poco a poco su comercio se volvió popular en las redes sociales y creció de manera satisfactoria.

Su estilo de vida cambió de forma radical, logró construir su patrimonio y vivir sin precariedades, por lo menos eso era lo que sus redes demostraban, hasta que el comienzo de la desgracia fue aceptar una solicitud de amistad de un desconocido, un tal “Alejandro Cermeño”, cuenta. “En sus fotos se miraba un hombre de bien, exitoso y guapo”.




“Lo acepté porque no tenía pinta de ser una mala persona”, relata Ana. Las conversaciones cada vez se hacía más íntimas, más personales, ya que información como: dirección, teléfono e incluso cuentas de banco fueron intercambiadas.

En menos de 6 meses, Alejandro pasó de ser un lejano “amigo” a ser un prospecto de “novio”, él la invitó a salir, acordaron como punto de encuentro zona 10. “Yo tenía que ir vestida con algo rojo, él iba de gris y tenis blancos”. Nunca llegó, tras dos horas de espera, no apareció.




Cuando Ana salió del lugar, un poco triste, recibió una llamada alertándole que si no entregaba Q10 mil en efectivo, uno de sus familiares iba a morir. Acordaron un punto de entrega y 48 horas para hacerlo.

Así, cada mes desde ese día, debía entregar una suma de dinero. El dichoso “Alejandro” resultó ser parte de un grupo de estafadores, que se dedicaba a extorsionar a negocios a través de sus perfiles de Facebook. “Mi error fue que nunca me atreví a poner una denuncia, por miedo a que nos hicieran daño”.

Duró pagando las “cuotas” por 1 año, tras ese período decidió cerrarlo, cambiarse de domicilio y cerrar todas sus redes sociales.




José Leonett, gerente de Ciberseguridad en la empresa INFO Y MÁS y CEO/Founder del Observatorio Guatemalteco de Delitos Informáticos (OGDI), dice que “aceptar una solicitud de un desconocido en Facebook, es como admitir hablar con una persona desconocida”.

El especialista agrega que dentro de la red, el modus operandi de estos ciberdelincuentes se clasifica en dos:

“El depredador virtual es un sociópata, que va buscando grupos para congeniar con perfiles falsos, por ejemplo si es un pedófilo crea un perfil de un niño para adentrarse y ganar la confianza de su víctima” .







El criminal crea un perfil opuesto al de su víctima, si es una mujer hará un perfil de hombre, normalmente buscan una foto de alguien parecido físicamente.

“Estos perfiles, no se activan automáticamente si no que estudian a sus víctimas, es decir, identifican el modus vivendi para saber sus gustos, lugares que frecuentan, entre otros” comenta Luis.




“El nombre de tu perfil, dice mucho de ti y puede hacerte presa fácil de los depredadores virtuales, quienes crean un mapa conceptual, entran a un perfil y buscan a sus amigos hasta llegar a la persona quien cumpla los requisitos, de ahí inician los ‘stalkeos'”. José Leonett

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