En una madrugada de agosto, su pareja estuvo a punto de asesinarla imagen

Terror fue el que sentí la madrugada del 6 de agosto de 2018, a eso de la 1:15 de la mañana, cuando vi pasearse frente a mis ojos a la muerte.

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“Terror fue el que sentí la madrugada del 6 de agosto de 2018, a eso de la 1:15 de la mañana, cuando vi pasearse frente a mis ojos a la muerte, en las manos del que alguna vez me dijo que me amaba y que yo suponía que iba a protegerme”. Así inicia el relato de Angélica Gómez, a quien llamaremos por este pseudónimo para proteger su identidad.

Esta mujer guatemalteca vivió con su pareja más de dos años y durante todo este tiempo fue víctima de abuso físico y psicológico, al punto de sentir que se volvía loca y que al denunciar, podía perder a su hija. Lo cierto es que la violencia contra la mujer es un delito con cifras alarmantes en el país, Angélica forma parte de las más de 2 mil mujeres que son violentadas y que han presentado una denuncia al Ministerio Público en 2018.




“Al principio crees que es parte de su personalidad, que es un simple enojo, que ya pasará, con el tiempo te vas dando cuenta que cada vez es peor, pero lo aceptas porque lo ‘amas’, piensas que algún día cambiará, creas una burbuja de aparente felicidad contando en el almanaque los días que han pasado sin peleas y esperando a ver cuándo será la próxima, con miedo que esa será la última vez que estarán juntos por miedo a quedarte sola y con una hija. Pasan los días, los meses y todo el daño psicológico trasciende a daño físico, pero está el miedo a denunciar porque las amenazas constantes de que te quitarán a tu hija por abandono de hogar o secuestro te obligan a seguir viviendo esa farsa”.

Cuenta que todo comenzó el domingo 5 de agosto por la mañana. “Me dijo que se juntaría con un amigo a beber cerveza y supongo que a fumar marihuana, porque tanto él como su amigo lo hacen frecuentemente; le dije que estaba bien. Mi hija y yo nos quedamos en la casa como siempre, realicé todo como de costumbre y puse una película”. El filme terminó, comenzaban a tener sueño, el tiempo pasaba y él no aparecía, “cuando vi el reloj ya era la 1:00 a.m. por lo que le llamé y me dijo que llegaría en unos minutos y con palabras soeces me preguntó si yo creía que estaba con otras mujeres”.

Angélica estaba llegando al borde y sentía mucha desconfianza, por lo que esa madrugada decidió encararlo. “Al yo reaccionar, comenzó a insultarme como de costumbre, a recriminarme que por qué no trabajaba, que era una huevona, mantenida, que no hacía nada en casa y que yo no tenía derecho de reclamar nada porque él era el que trabajaba por tanto eso no me daba derecho a saber de su vida”.

El tono de voz subía cada vez más y este hombre de 1.90 metros de altura y más de 200 libras comenzó a agredir a Angélica. “Recuerdo que tomó unas almohadas y comenzó a pegarme con fuerza, en ese momento lo único que pensaba era defenderme, así que tiré lo primero que tenía en la mano que era mi celular. Fue entonces cuando me pateó el estómago dejándome sin respirar, luego se levantó de la cama y me tomó por el cuello, comenzó a decirme maldita, ya estoy harto de ti, te voy a matar desgraciada”.

El terror se apoderaba de ella, trataba de patalear con fuerzas para zafarse de las manos de su agresor, pero ningún intento era exitoso. “En una de las tantas veces que me soltó, se desnudó y me dijo nuevamente con lenguaje vulgar: ‘Decime a qué huele, para que compruebes que no estaba con nadie’. Como pude intenté zafarme y comenzó a empujarme contra la pared, se rompió una taza de té que yo bebía, y encima de los vidrios él me pateaba, me daba manotazos en la cabeza, los insultos seguían y repetía constantemente: ‘Vas a ver cuán malo puedo ser, maldita“.




Fueron aproximadamente cinco minutos de terror, “cuando llegó la fase más crítica de mi ataque de pánico, comenzó a decirme que me tranquilizara, que él tenía compromisos al día siguiente, que debía trabajar y que no lo molestara más. Yo solo asentía con la cabeza porque aún me tenía del cuello y yo sin poder respirar, me soltó y salí corriendo a la habitación de mi hija, y gracias a Dios ella no despertó. Salió al baño supongo y regreso a la habitación y se durmió como que nada hubiera pasado, entonces me percaté que mi pijama estaba mojada porque me oriné del terror”.

Para Angélica, fue una de las peores noches de su vida, cuando sintió la muerte más cerca que nunca. Al amanecer, su agresor despertó como si nada hubiese pasado, sin remordimiento o culpa. “Esperé a que se fuera y comencé a empacar lo necesario, me dirigí a la Fiscalía de la Mujer en el Ministerio Público, hice la denuncia respectiva, llegué con los ojos hinchados, el cuello morado, golpes en la clavícula, brazos, estómago y cortes en las manos”.

“Creo que el peor error que pude haber cometido, es haberle perdonado tantas veces sus ofensas, su insensibilidad, su machismo y su indiferencia. Ahora soy parte de esa estadística de miles de mujeres violentadas en nuestro país, que por fin tuvo el valor de denunciar a psicópatas como estos. Espero que mi caso no quede impune y que llegue a muchas mujeres que son violentadas psicológica, financiera y físicamente en nuestro país”. 

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