Bill les dio una nueva oportunidad a través del Futsal imagen

Creció en un barrio pobre y dirigido por las maras. El deporte le abrió una oportunidad y a través del futsal él cambia el destino de muchos más.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Fotografías tomadas por Osman Velásquez / Relato 


Bill García tiene 35 años. Nació en Ciudad Quetzal, un barrio duro y con mucha pobreza. Comenzó a trabajar desde los 11 en construcciones o talleres, donde le dieran la oportunidad. Es el mayor de cuatro hermanos, su madre trabajaba todo el tiempo y en las esquinas del suburbio vio cómo la muerte envolvía de a poco a sus amigos. Jamás imaginó llegar a donde hoy está.




Nunca disfrutó de lujos, se acomodaba a lo que tenían; se graduó como bachiller y luego como soldador industrial, pero con el paso de los años vio cómo el deporte le abrió puertas para salir de esa realidad. Pagaba sus propios entrenamientos de karate y fútbol. Aprendió sobre disciplina, compromiso y entrega.



Bill perteneció al JL Inter, un equipo que competía en las canchas de Cejusa, zona 11 y pese a sus condiciones no pudo llegar a ser profesional de la disciplina por sus limitados horarios, divididos entre el trabajo, los estudios y las carencias económicas.




Cuando cumplió 23, comenzó a integrarse al futsal y su vida dio un giro de 180 grados. Jugó con Sacachispas, Aquasistemas, Mixco Supercable, Lanquetín y Las Nubes, entre otros. Su talento lo llevó incluso a estar un mes con un club en Italia. Se retiró en 2017.

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Vivir esa realidad me permitió ver las cosas de una forma distinta. Ahora como entrenador y formador me doy cuenta de las limitaciones y que hay personas que si aprovechan la oportunidad, pueden llegar muy lejos. En el barrio hay talento, pero no oportunidades.

Bill era un jugador recio, de carácter explosivo y generalmente el líder del grupo. Solo las personas más cercanas entendían que dentro de su corazón se gestaba un proyecto que cambiaría la vida de varios adolescentes.




Es creyente en Dios y también fiel seguidor del talento nacional, alguien que no se complica la vida y dispuesto a aprender todo el tiempo. Una persona que quiere cambiar el destino de muchos chicos que viven lo que él también tuvo que atravesar; los miedos y la ausencia de algún consejero. Creció con la disciplina del deporte, su mentalidad siempre estuvo lejos de los vicios o las maras.



Hace poco más de cinco años decidió ser una ventana divisoria entre la pobreza y el camino fácil con la verdadera oportunidad de vivir. Su academia, Futsal García, recibe niñas y niños desde los 4 hasta los 18 años. Además dirige un equipo en la liga juvenil y otro en la de ascenso, llamados Kinesio, sumado al club que timonea en la mayor. Sus puertas están abiertas para que personas de escasos recursos o familias desintegradas, tengan un mejor presente y futuro.




Más allá de la formación deportiva, Bill les comparte valoresTiene en sus manos al menos 70 vidas.

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Cuando estos niños o jóvenes no tienen metas que alcanzar, es fácil que se desvíen. A través del deporte tiene la oportunidad de convertirse en personas de bien, reconocidas… les permite luchar por alcanzar algo y ese algo los mantiene enfocados.




García no espera aplausos o reconocimientos, sino que más personas reciban una oportunidad. Su mayor satisfacción es ver cómo sus alumnos o dirigidos toman la decisión de continuar en el deporte y aspiran a ser referentes de la disciplina. Un ejemplo muy cercano es el de Román El Flaco Alvarado.



Foto tomada del FB de Román Alvarado (derecha) 

A él lo comencé a guiar cuando tenía unos 13 años. Su madre lo tuvo ya a una avanzada edad y cuando él tenía dos, su padre falleció. Venía de jugar fútbol once, pero su mamá no tenía la posibilidad económica ni de tiempo para llevarlo hasta Pinula, con el club Municipal. Se había comenzado a desviar del camino. Lo aconsejé y luego se convirtió en el jugador más pequeño, con 17 años, en disputar un mundial con la selección; viajó a todos los procesos junto al técnico Tomás de Dios. Ya tuvo prueba en el extranjero y jugó en Costa Rica. Ha trascendido y es muy satisfactorio verlo lograr cosas nuevas.

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Con lágrimas en los ojos, Bill hace memoria de todo su pasado; recuerda los desazones y momentos de desesperanza que vivió. Su euforia se convierte en la gasolina para seguir luchando por él, sus tres hijos y los niños que confían en sus procesos. 




No se imagina haciendo nada más y anhela que su proyecto crezca para que más niñas, niños y jóvenes encuentren una nueva oportunidad. 

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