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Dejás al bebé ligoso secándose en la pila y entrás a tu sala a ver un poco de The Big Bang Theory. A la mañana siguiente, llegás puntual a tu trabajo, desayunás panqueques y tenés un día completo de alto rendimiento laboral. Tus proyectos dentro de la empresa, tanto chicos como grandes, son cada vez más exitosos por lo que tu jefe decide ascenderte y, a partir de allí, tu asalto a la escalera corporativa no se detiene.

6 años después sos el director de proyectos de una de las divisiones de la corporación que se encargan de la extracción minera.

Mientras te encontrás supervisando los trabajos alrededor de yacimientos de nódulos polimetálicos en el Océano Pacífico, una visión taladra tu mente: el bebé ligoso, reclamándote por haberlo dejado secarse y por estar ahora destruyendo el hogar de sus amigos y sus papás. “NOOO”, gritás, “EL VERDADERO MONSTRUO LIGOSO SIEMPRE FUI YO”.

Arrojás al mar el gafete que te acredita como miembro ejecutivo de la corporación y luego corrés dejándote arrastrar por las olas, permitiendo que la furia del mar te despoje de tu ropa de alta costura.

Nunca nadie en la sociedad volvió a saber de vos. Te convertiste en basura oceánica. Feliz basura oceánica. 

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