Una genuina Eucaristía: El blog de cine de Alfonso Portillo imagen

Al ver de nuevo esta película se comprende que el Papa Francisco dijera que “El festín de Babette” es de sus cintas favoritas.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

El Festín de Babette. Director, Gabriel Axel. Con Stephane Audran. Basada en un relato de Isak Dinesen. Dinamarca, 1987.

La primera vez que vi esta cinta fue a finales de los 80 en una de las Muestras Internacionales que cada año organiza la Cineteca Nacional de México. Desde esa fecha la he visto diez veces, por lo menos.

Es una producción cinematográfica de una gran profundidad humana sobre la gratitud. El film narra la llegada de una mujer a un pequeño pueblo de la costa danesa, quien huye de los conflictos posrevolucionarios en Francia. Babette ha sido chef de uno de los mejores restaurantes de París y lo ha perdido todo, incluyendo a su esposo y a su hijo.

Por recomendación de un viejo amigo, Babette busca refugio en la casa de dos hermanas –Filipa y Martina–, hijas de un pastor luterano ya fallecido. Pese a su pobreza, ellas la aceptan con la advertencia de que no tienen recursos para pagarle un salario. Babette acepta quedarse solo por la comida y se inicia una relación laboral especial que deviene en amistad.

Babette hubiera deseado cocinarles para agradecerles su solidaridad, pero la vida cristiana que las hermanas llevan tiene como fundamento el desapego y el desprecio de todo lo mundano, de manera que Babette tiene que seguir las normas de vida austera de las dos hermanas.




El tiempo se encargará de dar una oportunidad a Babette para demostrar su agradecimiento y su arte culinario: antes de salir de Francia, ella había encargado a un amigo cercano que le comprara regularmente un número de lotería.

Un día de verano, 14 años después de dejar París, recibe la noticia de que ha ganado el premio mayor: 10,000 francos. Filipa y Martina, quienes piensan que perderán a Babette, se sorprenden cuando esta les hace una petición: que le permitan organizar una cena francesa para conmemorar los 100 años de nacimiento de su fallecido padre y pastor.

Al principio las hermanas se niegan a aceptar la proposición de Babette, quien, como si estuviera hablando en una barricada revolucionaria, las persuade con suficientes argumentos.

La fiesta

Babette viaja a Francia para elegir los alimentos y las bebidas. Se inician así los preparativos para una cena espectacular y un acontecimiento profundamente espiritual.

Las hermanas invitan a sus amigos y allegados a la cena con cierto temor, pues sus convicciones señalan que los placeres son contrarios a la voluntad de Dios. Entre los invitados se encuentra el General Loewenhielm, sobrino de una señora de la comunidad, quien está de visita en casa de ella y que en el pasado había sido un enamorado de Martina. Los comensales son doce, como los apóstoles.

La cena transcurre con imágenes simultáneas que se alternan en la cinta. Por un lado, la escena donde se preparan los alimentos; por otro, la escena donde se disfrutan los mismos.

Hay algo que siempre me llamó la atención de la película: conforme van pasando las bebidas y los platos, la sorpresa del viejo General aumenta, pero nadie piensa, ni por asomo, en quién o quiénes han preparado la maravillosa cena.

Incluso el General expresa impresionado que, en el pasado, uno de los platillos de esta cena se lo habían servido en el famoso Café Anglais, y que su vecino, el Coronel Galliffet, le había dicho que se llamaba Cailles en sarcophague.

El General también expresa que el mismo coronel le había contado que el genio culinario creador de ese platillo era una mujer y, según palabras del mencionado coronel: ¨Esta mujer era capaz de convertir una comida en una especie de aventura amorosa, en una aventura sentimental de esa noble y romántica categoría en la que uno ya no distingue entre el apetito corporal o espiritual”. 




El viejo General, quien no da crédito a las bebidas y los platos que está degustando, se pone de pie y lanza un pequeño discurso:

“El hombre, amigos míos, es frágil y estúpido. Se nos ha dicho que la gracia hay que encontrarla en el universo. Pero en nuestra miopía y estupidez humana, imaginamos que la gracia divina es limitada. Por esta razón temblamos. Temblamos antes de hacer nuestra elección en la vida, y después de haberla hecho, seguimos temblando por temor a haber elegido mal. Pero llega el momento en que se abren nuestros ojos, y vemos y comprendemos que la gracia es infinita. La gracia, amigos míos, no exige nada de nosotros, sino que la esperamos con confianza y la reconocemos con gratitud. La gracia, hermanos, no impone condiciones y no distingue a ninguno de nosotros en particular. La gracia nos acoge a todos y proclama la amnistía general”.

Es el mismo viejo General quien, previo a llegar a la cena se había visto al espejo y recorrido con la mirada su pecho repleto de condecoraciones respaldadas por los éxitos en su carrera militar, se pregunta: “¿Puede el total de una suma de victorias, a lo largo de muchos años y países, dar como resultado una derrota?”. Él mismo se responde: “Vanidad de vanidades y todo vanidad”.

Se observa que, en esta cena, ahora convertida en una verdadera Eucaristía, se van olvidando y perdonando viejos agravios y viejas rencillas. La satisfacción y el placer corporal por la comida se van transformando en una profunda comunión de almas. En la cena se mezclan amor, gratitud, bondad, perdón, reconciliación… arte. Se comparten el vino y el pan en un profundo ambiente espiritual.

Hay una escena al final de la película que encierra uno de los grandes mensajes: la gratitud y el concepto de pobreza. Ha terminado la cena, Filipa y Martina se encuentran en la cocina con Babette. Se origina allí un diálogo maravilloso. Babette cuenta que se ha quedado sin un centavo, las hermanas se sorprenden y lamentan de que haya sido por su culpa que Babette ha vuelto a ser pobre. La respuesta de Babette es contundente: “¿Por culpa de ustedes? No, señoritas, ha sido por mí. ¿Pobre, yo? No, nunca seré pobre. Ya les he dicho que soy una gran artista, una artista jamás es pobre. Sabemos algo sobre lo que los demás no saben nada. Yo era la chef del Café Anglais, de París”.

Al pensar en esta película y verla de nuevo se comprende que el Papa Francisco dijera en una de sus declaraciones que “El festín de Babette” es de sus cintas favoritas.

En 1988 esta película obtuvo el Óscar a mejor película extranjera. Quienes la vean disfrutarán de una maravillosa cinta. Excelente dirección y actuación, buenas escenografía y ambientación, así como un guion muy fiel al relato de Isak Dinesen, que de paso recomiendo para su lectura.

ATRACCIONES: EL BLOG DE CINE DE ALFONSO PORTILLO




Alguna vez fue Presidente pero eso no importa aquí, en esta columna solo escribirá de cine y literatura.

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