Santa y el niño Jesús imagen

¿Puede Santa convivir en nuestros hogares sin que sea un distractor tan grande para nuestros hijos, que le impida entender el verdadero sentido de la navidad? Ese es nuestro reto como padres

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Diciembre finalmente llegó, en Guatemala la temperatura suele descender unos cuántos grados más de lo habitual. Vestimos ropa de invierno, bebemos ponche caliente, comemos tamales, compramos pirotécnica y organizamos posadas. También vamos de compras, abarrotamos los centros comerciales y llenamos nuestras estanterías de licores, cervezas y muchas galguerías, dulces y saladas.

La época navideña está más que instalada, empezó a aparecerse en octubre, se acomodó en nuestras salas en noviembre y para esta fecha ya está en nuestras cocinas de pierna cruzada y con la refrigeradora abierta.

De hecho ya para este día, nuestros hijos tendrán redactada, editada y posiblemente diagramada la ficticia misiva que le enviarán a un falso Santa.

Detrás de este hombre gordito, quien se lleva las palmas y el cariño de nuestros hijos a nuestras costillas, estamos aquellos padres y madres trajeadas, encorbatadas, algunas veces con los pantalones de lona llenos de mezcla, con las manos sucias, con las tarjetas al tope y con algunas deudas que nos quitan el sueño.

Lo importante es saber que atrás de Santa siempre hay alguien que trabaja por cumplir los sueños de nuestros hijos, muchas veces es solo la madre, otras solo el padre y por fortuna siempre hay casos donde son ambos.

Lo importante y lo rescatable es que siempre estaremos dispuestos a ensuciarnos un poco las manos y a ceder de nuestro protagonismo para que nuestros hijos vivan un episodio de fantasía, uno de ese realismo mágico que solo la infancia nos regala.

No soy fan del barbudo de traje rojo producto del mercadeo, hasta me molesta un poco cuando él se convierte en distractor en fechas familiares y especiales. Hace algunos años me tocó sucumbir ante el anciano obeso, cedí a mis convicciones y le entregué mi orgullo a ese personaje.

Permití que fuera él quien le otorgará aquella cocina de madera a mi hija, esa que tanto ama y con la que juega constantemente. Solo la sonrisa de mi amada y ese brillo en sus ojos hicieron que por un momento le diera la mano a Santa y hasta le perdonará su intromisión.

Fue difícil ceder para mí y a partir de ese momento me topé con un dilema: ¿Puede estar Santa en nuestras vidas, sin que él sea un distractor tan grande que no permita a nuestros hijos encontrar el verdadero sentido de la navidad? El reto es grande, dantesco, pero es una pregunta que cada padre deberá responder.

Estamos obligados a crear nuestros propios métodos para resolver este conflicto. A mi esposa y a mí nos ha servido el diálogo con nuestra hija, el explicarle a ella el verdadero sentido de esta fecha y que pueda ser partícipe de los momentos espirituales de nuestra navidad. Cada año mi hija ve a sus primos, tíos, tíos abuelos, rendirle pleitesía al niño Dios, previo a la apertura de los presentes.




Ve como se le mece con absoluto respeto entre aquella nube de incienso y también escucha como todo un coro familiar interpreta canciones en su honor. Cuando eso ocurre volteó a ver al anciano y gordo vestido de rojo, con quien tengo una relación diplomática más no una amistad. En ese momento le digo, hazte a un lado Santa que vos sos acá un segundón y aunque te permita entrar en mi casa, nunca serás lo suficientemente importante para hacernos olvidar el verdadero sentido de la Navidad.

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