Relato de un espanto en un parqueo de la zona 1 (Tercera Parte) | El Blog de Juan imagen

¿Real o ficticio? Juzguen ustedes. Este es el relato que me pidieron que les contara: la historia de un estacionamiento, un espanto y una esquina que cambiaron la vida de Don Chayito.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

ATENCIÓN: Este relato es una continuación. Lee aquí la primera parte y aquí la segunda parte.

Siete días. No más. Eso fue lo que duró el reemplazo de Don Chayito en el parqueo. Ante la mirada atónita del Jefe, el nuevo cuidador – un patojo – renunció y se marchó del parqueo para siempre. “Aquí no se puede estar tranquilo. Molestan y prefiero perder el chance que pasar un minuto más aquí”,  fue lo que le dijo al dueño.

El resto del mes de diciembre y la primera mitad del mes de enero fueron muy inestables para el parqueo. Dos cuidadores más renunciaron ambos a los pocos días de haber aceptado el puesto y poco a poco el jefe se fue convenciendo de que quizás, por alguna extraña razón, lo que Don Chayito le había contado era cierto. 

-Mientras tanto yo ayudaba a mi esposa con la tiendita que tenemos. Aunque no me asustaban, seguía con pesadillas de vez en cuando y me ardía la cicatriz del brazo, como si me la quemaran con puro fuego. 

Hubo otro silencio. Le di un vistazo rápido al reloj. Eran las 8:35. 

-¿Y por qué regresó?

-La necesidad, Dieguito. La necesidad y un consejo que nunca voy a olvidar. 

La candela, la anciana y la nena

Un martes caluroso del mes de enero Don Chayito estaba sentado tras las rejas de la tienda que da a la esquina de la calle. Leía los chistes de las últimas páginas de la prensa cuando algo le obligó levantar la vista. Una mujer muy peculiar le observaba desde el otro lado de la calle. Era una anciana encorbada de mal aspecto. Aferrada a su mano derecha estaba una niña, no más de 10 años de edad, con un vestidito amarillo, sonriente y juguetona. El semáforo se puso en rojo y ambas cruzaron la calle en dirección a la tienda. Don Chayito las siguió con la mirada. Pasaron unos segundos y las dos entraron al pequeño despacho. 

-Cuando entraron pude percibir un olor extraño. Como a libro viejo y humedad. ¡Muy raro, pero todavía lo recuerdo! Dicen que la nariz también recuerda – hizo una pausa y continuó – Pues la seño y la niña entraron y yo las atendí como cualquier cliente, pero antes de que pudiera concluir el buenas tardes, la anciana me interrumpió y me preguntó, con estas exactas palabras, “¿todavía lo joden allá en la esquina?”

Don Chayito se quedó paralizado. No había contando a nadie la historia, salvo al jefe y a su esposa.  Un poco asustado, le dijo que ya hacía dos meses que no trabajaba ahí y que, salvo a unas pesadillas de vez en cuando, vivía tranquilo. La anciana clavó su mirada en el suelo y negó con la cabeza. Acto seguido, le apretó suavemente la mano a la niña que le entregó una candelita blancacomo esas que venden en Santo Domingo – en un frasquito de vidrio. 

-Me dijo que la encendiera esa noche y que durmiera con su luz y que a la mañana siguiente fuera a pedir el trabajo al parqueo. 

-¿Lo hizo?

-Cuando la anciana y la niña se fueron, me quedé pensando un rato y luego ocncluí que eran babosadas. Sin embargo, antes de dormirme, como a eso de las once decidí encender la candelita. ¿Qué podía perder? Mi esposa me preguntó poco y dormí con la candela encendida toda la noche. A la mañana siguiente bajé tempranito a abrir la tienda, ¡y no me va a creer! Unos minutos después llegó el mero jefe yme dijo que quería hablar conmigo. 




Segunda oportunidad

El jefe le rogó a Don Chayito que regresara a trabajar al parqueo. Le ofreció una aumento considerable del sueldo, le aseguró que los reflectores seguían ahí y que ya había llevado a un padrecito a bendecir el lugar. Le dijo que lo perdonaba por aquel incidente y que le creía casi toda su historia. Don Chayito aceptó y agregó una condición: a las cinco en punto cerraría el parqueo y no pasaría ni una noche más allí. Hicieron el trato y ese mismo día se fue a trabajar. 

-No sé que pasó, pero a partir de ese día todo fue distinto. No volví a sentirme molestado. Esa mirada desapareció. El miedito sigue, claro, y prefiero no tentar a aquello que saber si está ahí. Llevo ya varios años aquí y ya no ha pasado nada. No sé si fue la candela, la supuesta bendición del padrecito (que aquí entre nosotros creo que es mentira del jefe) o saber qué, pero ya todo está bien. Eso sí, a las cinco en punto cierro el parqueo y me voy a mi casa sin mirar atrás. 

-¿Y la anciana, Don Chayito? ¿No la volvió a ver?

-Fíjese que a ella ya no. Pero mi esposa si me ha contado que varias veces a visto a una nena con un vestidito amarillo pasearse enfrente de la tienda. Yo estoy seguro que es la que acompañaba a la seño

Nos quedamos callados. Me levanté del banquito en el que estaba sentado, agarré mi mochila y Don Chayito salió de la tienda.

-Gracias por la historia, Don Chayito. Me entretuvo y me dejó pensando. Le aseguro que se la voy a contar a otros, así como usted pidió. ¡Veremos qué me dicen!

Sonrió con picardía y me dio la mano. Llegué a la oficina, el día se pasó rápido y regresé al parqueo diez minutos antes de las cinco por mi carro. Luego de pagar el ticket a Don Chayito, se me quedó viendo y me dijo con el rostro serio: 

-Solo una última cosa, Dieguito. Cuando cuente la historia no vaya a decir la dirección exacta, porque no vaya a ser que comiencen a venir a molestar.

-Me parece. Pero no se preocupe, no creo que mis lectores vengan hasta acá solo para fregarlo

-Es que no son los lectores los que me preocupan. Es lo otro, lo de la esquina. No vaya a ser que por contar los detalles se enoje y me vuelva a molestar. 

Dicho esto, sonrió por compromiso, se dio la vuelta y regresó a la caseta. 

Ya eran las cinco en punto. 

Puse las manos en el timón y manejé, lejos de allí. 

Fin.

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