Reencuentro en París (I) -Blog: el vuelo del colibrí imagen

Aunque París puede ser un lugar perfecto para enamorarse, para mí será siempre la ciudad que me conectó de nuevo con una parte de mí que tenía olvidada.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Cuando se habla de París visualizamos paisajes del río Sena con la Torre Eiffel en el fondo e imaginamos la fantasía que le hemos comprado a Hollywood de un viaje romántico. Y aunque estoy segura de que París puede ser una de las ciudades más bellas para enamorarse o para estar enamorado, para mí París será siempre la ciudad que me conectó de nuevo con una parte de mí que tenía olvidada.

Todo empezó un día normal, con una llamada de mi hermana. Quería que la acompañara a París. El viaje era para ir a dejar a mi sobrina recién graduada quien se quedaría estudiando francés unos meses. Yo me quedé muda en el teléfono. Mi mente procesaba pensamientos a una gran velocidad y mi cuerpo sentía esas mariposas de posibilidad que casi había olvidado. ¿París? ¡Claro! ¿Cómo? Mi corazón latía muy rápido. Suspiros, recuerdos, sonrisa. La última vez que estuve allí fue hace tanto tiempo. Lágrimas de felicidad corrían por mis mejillas y sentía un nudo en la garganta.

“Pero en este momento no tengo dinero, tengo una deuda, no puedo”. No estoy segura si esas palabras salieron de mi boca, porque todo pasó demasiado rápido. Mi parte racional me decía que ese viaje era imposible; que con la deuda que tenía y los intereses que se acumulaban mes a mes, viajar a París sería irresponsable de mi parte. No tenía un empleo fijo y el salario de catedrática no era suficiente para cubrir un viaje como ese. Pero mi parte soñadora ya estaba lejos, frente a los Lirios de Monet en el Musée D´Orsay, buscando libros a la orilla del Sena, tomando café en Montmartre acompañada de los más delicados pastelitos.

“¿Cómo así?”. Dejé que ella hablara, que ella me contara su plan, que ella me dijera que mi dominio del francés les ayudaría, que era más fácil viajar con tres personas, que aprovecharíamos de compartir con la recién graduada…

Los “imposibles” que flotaban en mi mente al inicio de la conversación se desvanecieron ante la seguridad de mi hermana, quien sabe volar alto y lejos, pero también aterrizar cuando es preciso. Al terminar de hablar teníamos un plan: catorce días, París y Provence, Airbnb. Mi hermana, mi sobrina y yo.

Cuando colgué el teléfono pensé por un momento que había sido un sueño. Me sentía flotando fuera de mi realidad. El día anterior había revisado mis estados de cuenta en línea y sabía que tenía más cuentas por pagar que por cobrar y que al final de ese mes, por las vacaciones en la universidad, no recibiría ningún cheque. Esa preocupación y la sensación de carencia que me habían inundado hacía tan solo veinticuatro horas, se sentían ahora tan lejanas. Mi mente ya estaba empacando para ir a París y mi alma ya estaba respirando el aroma de perfumes en Champs-Élysées.  Me sentía como nueva: abundante y segura.

“Realmente soy muy afortunada”, pensé. Y sentí la mirada de Dios que me regalaba esa sorpresa tan maravillosa que recibí como regalo en mi cumpleaños número cuarenta y cinco. Y sentí el abrazo del alma de mi hermana quien con su manera tan práctica de ver la vida y desde la generosidad que la caracteriza, había creado una realidad paralela para mí. Una realidad en la que ella pagaba los pasajes porque en ese momento podía hacerlo; una realidad en la que “en donde caben dos, caben tres”; una realidad en la que más adelante, cuando mi cuenta de banco reflejara más dígitos, yo podría invitarla a otra aventura.

La noche en la que recibí la sorpresa del viaje a París no pude dormir. Sentimientos encontrados me despertaron llamándome “irresponsable” y haciéndome sentir culpable por ir a gastar lo poco que tenía en entradas a museos o en cafés a precios exageradamente altos. Amanecí intranquila y menos segura de la decisión que había tomado el día anterior.

Esa mañana, Dios me mostró algo en una conversación que tuve con mi abuelita. Mi “mamita” quien es muy sana y muy jovial, me decía, que ella ya no podía viajar, que se cansaba mucho; que era irónico porque ahora que tenía dinero y tiempo para hacerlo, ya no tenía ganas; que le era imposible estar sentada largas horas en un avión y que le costaba caminar en las grandes ciudades. Ella, a sus ochenta y nueve años, me aseguraba que su tiempo para viajar había quedado atrás y me aconsejaba hacer las cosas cuando era el momento y cuando el cuerpo tenía la  energía para hacerlas.

El mensaje era claro: hoy era el momento, tenía el tiempo, tenía la posibilidad, ¿por qué no aceptar este regalo del universo?

Continuará….

Todas las noticias, directamente a tu correo

Recibe todas las noticias destacadas de Relato.gt, una vez por semana, 0 spam.

¿Tienes un Relato por contar y quieres que nosotros lo hagamos por tí?

Haz click aquí
Comparte
Comparte