Es absurdo lo que esperamos hacer con nuestro dinero. En estas fiestas especialmente, me hace pensar mucho en esta ola consumista en donde me cobran Q8 por ponerle sabor de vainilla a mi té.
La lucha es real: he comido desayunos de huevos y frijoles por Q70, el café aparte, como si fueran huevos con poderes especiales y frijoles de aquellos que crecen en los cuentos de hadas. Muchas veces he tenido ganas de preguntarle a quien me atiende: ¿cuánto cree que gano? pero seguramente ella tampoco gana lo suficiente como para comprarse este té al cual me estoy dando el lujo de tomar. Y digo así, lujo porque casi Q50 por una taza es un despilfarro.
Mi gran problema ante todos estos “lujos” es mi imposibilidad de quedarme callada. Como el día en que le vendieron una “cocada orgánica” en La Noria a una señora que pagó Q25. Si usted me está leyendo, sepa que todas las cocadas son probablemente orgánicas y que la que gritó “¡es una estafa!” a su lado, fui yo.
O como cuando te cobran Q4mil por un concierto que ni siquiera pueden asegurarte que asistirás. ¡Que queee! ¿Cuatro mil y no me aseguran nada? Aún así, todos corren a comprarlas.
Este meme, del baby shower de Mark Zuckerberg se me hizo tan certero. Muchas veces me he sentido igual, el que tiene menos es el que gasta más. Si uno se lo piensa bien, hace mucho sentido. El que se lo gasta todo, nunca tiene nada. Aguas con las fiestas.
.
.
.