Medianoche en París, pero perdida imagen

Conocer la Ciudad de la Luz ha sido un sueño hecho realidad, pero perderse a las 12:00 de la noche no es de Dios. No saber dónde estás, para dónde cruzar y ni siquiera preguntar.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

En un anterior Relato había mencionado mi experiencia de visitar un país árabe, Túnez, pues en este mismo viaje también pasé antes a París, Francia. Mi alma viajera seguía recorriendo esos países espectaculares. Fueron ocho horas de camino que los sentí eternos, había visto 4 películas, leído tres revistas, varios periódicos y nada que aterrizábamos. 

Ya en la patria de Napoleón, Ratatouille, los quesos, vinos, perfumes y lujos estaba la chapina entre los franceses. Feliz de la vida en aquel inmenso Aeropuerto Charles Gaulle, antes de pasar a migración nos agruparon a los extranjeros, y cada uno pasaba con un policía que nos interrogó. Me preguntó cuántos días me quedaría, en dónde me hospedaría y cuántos euros llevaba, al final tal vez le caí bien que terminó cantándome una canción de Enrique Iglesias, para esto lo que deseaba era salir rápido.

Si quieres saber cómo es Túnez te invito a leer aquí

Afuera un amigo me esperaba, estaba ansiosa porque era la primera vez que lo conocería. Igual, él solo me llevaría del aeropuerto al centro de París, porque debía regresar pronto a su ciudad por una emergencia. Desorientada y con los nervios de estar en otro lado diferente, lo vi de lejos, alto, con un sobretodo negro, me reconoció enseguida, nos dimos el beso francés de amistad en ambas mejillas. Me tranquilizaba estar con alguien que podría orientarme aunque sea unas horas.

Esa noche, la Torre Eiffel deslumbraba para la guatemalteca que exploraba otro mundo y así como había lo visto en los videos, fotos era alta, elegante, además de hermosa, al fin nos conocíamos. En esas horas traté de recorrer muchos lugares, probé sopa de cebolla y con una buena conversación, ni siquiera sentí cuando eran las 11:30 de la noche.




Mi perdición a las doce

Cuando vi que era tarde, intenté regresar al hotel, confiada en que recordaría el camino, demasiada alegría fue perjudicial. Bajé del metro y fue horrible sentirme como en un abismo, miraba a la derecha, izquierda, arriba, abajo. También mi problema fue fiarme que encontraría policías o taxis, pero nadaaaa. Y como me había hecho la valiente al decir que podría sola, bueno me aguanté. 

Con los minutos, la desesperación se apoderó de mí, observaba a los pocos franceses porque ya era tarde, y obvio que no podía preguntarles porque no hablo francés. Quise intentarlo con mi pobre inglés, luego me acordé que me habían dicho que a ellos no les gustaba ese idioma, entonces mejor seguí mi camino con la cara de espanto que llevaba.  

Después de cruzar avenidas, calles, solo vi al cielo y clamé ¡auxilio! No puedo más, como si me hubieran enviado ese ángel al instante, al atravesar una vía frente a mí aparece un chico con su perro. Ahí le grité “ayúdame estoy perdida” y adivinen… ¡Hablaba español! Me contestó que sí, no podía creerlo, justo cuando había perdido la esperanza y pensé amanecería extraviada o exponiéndome a algún peligro nocturno. 

Bendición, suerte, karma como quieran llamarlo pero que alguien esté a esa hora en la calle, hablé español es rarísimo, él mismo me lo dijo. Durante el camino al hotel donde me hospedaba, que fueron 15 minutos, me contó que había estudiado una especialidad en Chile y por eso dominaba el lenguaje. Llegué y estaba eternamente agradecida con el muchacho marroquí que fue mi rescatista esa noche, jamás volví a saber de él. 

Estuve cuatro días más y pude disfrutar de cada rincón de esa preciosa ciudad, caminaba por los iluminados Campos Elíseos, que parecían dibujados, eran calles anchísimas, no llevaba un mapa y aunque me costaba siempre conseguí la manera de regresar a mi hotel. En el metro disfrutaba de escuchar a todos conversar a pesar de no entender ni rosca. Esa mezcla perfecta de hindúes, europeos, árabes, africanos, podías ver todas las etnias y razas en un mismo lugar. 




Y cuando entraba a un restaurante o supermercado solo eran señas y ellos me mostraban el monto en la calculadora y listo se solucionaba. Eso sí, debes pronunciar las palabras mágicas Bonjour (buenos días) y bonsoir (buenas noches), porque de lo contrario ellos te lo recordarán. 

Y como la vida misma, si te pierdes, siempre vas a encontrar el camino de regreso, más fortalecido que nunca. 

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