Masacre en Texas imagen

Ojala hablara de la película del 74, la que costó USD 140 mil y recaudó USD 30 millones solo en Estados Unidos. En cambio me toca hacer referencia de la muerte de 26 personas inocentes.

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Ojala hablara de la película del 74, la que costó USD 140 mil y recaudó USD 30 millones solo en Estados Unidos. Quisiera hacer referencia a ese film de 83 minutos ambientado en Texas, el de la familia de caníbales que ataca a dos hermanos, el largometraje prohibido en Reino Unido y Australia, entre otros países.

Por desgracia no escribo de la película de cuatro secuelas y un remake, más bien de una masacre que horroriza a nuestra podrida humanidad, hablo del homicidio salvaje y cobarde de 26 personas, ese que fue reportado por cientos, quizás miles de medios de comunicación de todo el planeta.

Estados Unidos, la gran potencia económica mundial, vuelve a ponerse en la palestra mediática a consecuencia de un suceso de sangre.

Apenas un mes y días después de la matanza de 59 personas en Las Vegas y de un atentando en Nueva York que dejó como saldo a 7 personas muertas, el domingo pasado Deivin Patrick Kelley, de apenas 26 años ex integrante de la Fuerza Aérea de Estados Unidos y profesor de estudios bíblicos, ingresó a una iglesia Bautista en Sutherlands Esprings, Texas y disparó indiscriminadamente contra los participantes de una ceremonia religiosa.

El saldo: 26 personas muertas y una veintena de heridos. Las víctimas, según publicaciones de medios de comunicación, tenían entre 5 y 72 años de edad.

El macabro hecho me llenó de tristeza y frustración. Pensé en las familias de los fallecidos y en el lacerante dolor que experimentan, ese que les acompañará a lo largo de sus vidas. Es lamentable y patético que un grupo de personas no puedan encontrar paz y seguridad ni siquiera en un recinto religioso, donde los visitantes acuden a encontrarse con Dios.

Yo al igual que millones de personas en el mundo acudimos cada domingo a la iglesia en busca de un encuentro espiritual, en busca del amor infinito y misericordioso de Dios. ¿Se imaginan ustedes encontrarse con el exabrupto de odio de un desconocido? ¿Pensaría remotamente que podrían encontrar a su propia muerte? Por mi mente jamás pasaría tal probabilidad.

¿Cuántos sueños? ¿Cuánto talento? ¿Cuánto amor perdimos como humanidad en este deleznable episodio? ¿Cuánto dolor innecesario y evitable arrastra esta catástrofe?

Cuando era adolescente vi el documental de Michael Moore, ese que hablaba de la masacre de estudiantes en una escuela de Columbine, donde murieron 12 estudiantes y un maestro. Recuerdo que Moore cuestionaba lo sencillo que les había resultado a los dos jóvenes responsables del acto, hacerse de armas y municiones.

¿No es momento que como humanidad repensemos el uso y la utilidad de las armas? ¿Cuántas vidas cobra este inútil invento alrededor del planeta? ¿No deberían las armas de fuego ser portadas con muchísimas más restricciones e incluso limitarse para el uso de las fuerzas de seguridad? Yo soy un poco más radical y pregunto ¿No deberían desaparecer las armas de fuego? ¿Existe en el mundo una verdadera necesidad de matar a un prójimo?

Yo no concibo como la especie que es capaz de inventar: computadores, bombillas, trenes, aviones, imprentas que posee las habilidades para desarrollar conectividades inverosímiles en tiempo real, sea capaz de matar a uno de los suyos. No lo puedo comprender, mi racionalidad me resulta insuficiente para entender tal aberración.

Con ese nudo molesto en la garganta y un aires de desesperanza escribo este texto y solo me resta aferrarme a mi fe y a creer que la justicia divina está siempre a favor de las víctimas. God bless USA.  



Imagen: Reuters

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