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Todo inició cuando me casé, según yo iba a ser para siempre, muy enamorados llegamos al altar con mi prometida. Ella vestida de blanco y yo de negro con un traje. Tenía tantas esperanzas de nuestro matrimonio y las cosas que haríamos, pero todo acabó muy pronto.

Teníamos poco más de dos años de casados cuando me despidieron del trabajo por recorte de personal.

Le dije a mi esposa que pronto iba a encontrar un nuevo trabajo y mejor al anterior. Pasaron 8 meses y no lo conseguía, mientras tanto, ella mantenía la casa.

Un día tomé la decisión de irme de ilegal a Estados Unidos a trabajar. Agarré mis maletas y me fui.

A la semana de estar allá, me pude comunicar con mi esposa, para decirle que pronto le enviaría dinero para la casa, y contenta me dijo que si nos iba bien ella dejaría de trabajar.

Hablábamos una vez por semana, porque yo llegué en busca del sueño americano sin que nadie me ayudara en el Norte.

Tenía dos meses de estar en Estados Unidos cuando mi esposa me llamó muy emocionada para decirme que ESTABA EMBARAZADA y que pronto íbamos a ser padres. Ella, justo tenía 2 meses de embarazo. La emoción que tenía en el corazón fue demasiada, ya que al fin podría tener en mis brazos un hijo mío, además de hacer lo que mi padre no hizo, cuidarme y amarme.

La felicidad era tan grande que había ocasiones en que me quedaba sin un dólar para comer, para poder mandarle todo el dinero a mi esposa y que ella pudiera estar cómoda.

Pensé que cuando le sobraba dinero lo iba a ahorrar para que yo algún día pudiera regresar y estar con mi bebé y ella.

A los 6 meses de estar allá, la policía de Migración me detuvo y me enviaron de regreso a Guatemala, sin un centavo pero con la esperanza de ver a mi familia.

Al llegar mi mamá y uno de mis hermanos me fue a traer, pero mi esposa no iba con ellos.

Cuando entré a mi casa, encontré a mi esposa en un mar de llanto y lo primero que me dijo fue ¿Ahora cómo nos vas a mantener? Yo algo triste le respondí que hiciera lo que hiciera a ella la comida nunca le iba a faltar.

Tenía 2 semanas de estar en Guatemala cuando llegó la hora del parto de mi hijo, le pregunté a mi esposa por el dinero que le mandaba semana a semana para nuestro bebé, ella solo me dijo que se lo había gastado y no tenía nada.

En la necesidad que tenía le pedí a mi madre que me prestara dinero para el hospital y me dijo que solo podía darme Q. 5,000.00.

Mi hijo Santiago nació en febrero, al verlo en la cuna del hospital mi corazón se detuvo por un instante de la emoción, allí estaba mi pequeño.




Salimos del hospital y mi más grande emoción poco a poco se realizaba, primero dándole amor a mi hijo, luego pachita por primera vez, después en las noches cuando lloraba me levantaba emocionado para poderlo atender.

Al mes que mi hijo nació pude encontrar un trabajo y me iba bien, trabajaba de lunes a viernes en horario de oficina.




A los 4 meses de vida de mi hijo llegó el momento más duro de mi vida, un hombre tocó la puerta de mi casa, buscando a mi esposa y reclamándole por el hijo que él y ella habían concebido.

La sorpresa fue dura, mi esposa le dijo al hombre que ella no lo conocía y no sabía quién era. Él me mostró unas fotos donde estaba con mi esposa y la fecha en que se las habían tomado, justo era cuando yo estaba en Estados Unidos.

Tenía fotografías donde le estaba acariciando el vientre, besándola y hasta de paseo.

Él me contó que mi esposa le dijo que era soltera, que su mamá le mandaba dinero de Estados Unidos y que por eso podía vivir sola, viajar tanto y gastar de más.

Además, me dijo que Santiago era hijo suyo, yo me negaba a creerlo.

Pasaron varias semanas y era tanta la insistencia del hombre que acepté que él pagara por una prueba de ADN. A la fecha no sé cuánto costó, lo que sí sé es que era carísima.

Esperamos 10 días eternos para poder tener los resultados y fuimos al laboratorio.

La posibilidad de paternidad mía y Santiago era de 0%.

Y la de ese hombre era de 99.9%.

Mi hijo era de otro y mi esposa se acostó con alguien más mientras yo trabajaba.

La tristeza embargó mi corazón y me quedé sin palabras.




Salí del laboratorio y mi familia fue por mí.

Pasaron 2 semanas que no salí de mi casa, no sabía si era de día o de noche o qué día de la semana era. Tampoco sabía cómo estaba Santiago y qué pasó con él.

A las semanas, un licenciado llegó para que firmara unos documentos que aceptaba que Santiago no era mi bebé y los firmé.

De eso han pasado 4 años y aún no puedo superar el dolor de no tener a mi hijo y de haber perdido todo por lo que había luchado en meses.

Me quedé solo, triste y sin mi bebé y eso era lo que más me dolía.

Ahora empecé a ir con un psicólogo para que me ayude a poder afrontar la situación y seguir con mi vida.

Lo último que supe de Santiago es que el hombre se lo había quitado a mi ex esposa y que vivía en el oriente del país. Nunca lo volví a ver y con él se fueron mis sueños y esperanzas. 

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