Las dos Antiguas imagen

Monsanto nos cuenta las dos caras de una moneda. Antigua Guatemala lucha entre su pasado histórico y su presente histérico.

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LAS DOS ANTIGUAS. Por Guillermo Monsanto



Foto: Guillermo Monsanto

La antigua Santiago de Guatemala es una localidad por demás interesante. Rodeada de volcanes y montañas, la ciudad colonial posee un encanto magnético cuyo sendero puede rastrearse hasta en el lapso prehispánico. Su historia como capital de Centro América, supeditada a la corona española, comienza en 1542 bajo el reinado de Juana de Castilla (recluida en Tordesillas por su incapacidad de gobernar) y su hijo, el emperador Carlos V. Actores principales de un siglo que cambió el mapa universal conformando, desde ultramar, una cultura sincrética y particular. La América que vivimos hoy, en gran medida, se empezó a dibujar en aquel momento.



Foto:  Luis López Bautista

Cuatrocientos setenta y cinco años de supervivencia a los cambios de estilo, terremotos, traslación, abandono, su renacimiento, la corrupción y el mal gusto. Es sin duda uno de los centros turísticos más atractivos de la República. La Antigua Guatemala posee un encanto atrapado en el tiempo. Siempre desvela sorpresas arqueológicas que narran su esencia, para bien o para mal, otorgándole una configuración al ADN de los chapines. La sumatoria de lo que se quedó allá en 1776 y que heredó La Nueva Guatemala de la Asunción, los fervores y el mestizaje de costumbres que muchos de los ciudadanos del siglo XXI aun replican para la Semana Santa, las festividades patronales y otras actividades, perfilan a una ciudad cuyo núcleo vital esta indeleblemente marcado por lo histórico.



Foto:  Luis López Bautista

Museos varios, particulares y oficiales; arquitecturas antañonas, cerámicas, textiles, bibliotecas, artesanías, exquisiteces gastronómicas, personas interesantes, viven en una Antigua Guatemala que pudiera quedar colapsada por la otra Antigua. La ciudad de la parranda, el sexo, probablemente las drogas, la inconsciencia desmesurada y un desorden administrativo que no logra manejar los excesos que pudren uno de los mayores tesoros de la nación. Por más optimistas que seamos, la metrópoli es un destino peligroso desde la misma carretera que le da acceso. Decenas de adolescentes, por ejemplo, transitan la fatídica Bajada de las Cañas a una velocidad desmesurada y sin la pericia suficiente. Otros, al borde del desmayo, vomitan, defecan y orinan los rincones de la ciudad durante las noches de farra. Todo ante la ausencia indiferente de las autoridades.

Pero más allá de los jóvenes, que finalmente son responsabilidad de sus padres, están las hordas que invaden la ciudad cada fin de semana y que producen toneladas de basura que se queda tirada en las calles. Patachos de homúnculos, femúnculas y sus retoñúnculos (palabras creadas para ser inclusivos), que destruyen jardines, espantan al turismo y que finalmente no le aportan nada a la ciudad. Eso sí, le quitan lo que pueden. Con ellos llega la incontrolable delincuencia representada por cristaleros, asaltantes y roba carros que operan ante la impávida mirada de los gestores del orden público.



Foto: Guillermo Monsanto

Para terminar describir el caos, los espacios públicos están vedados a los libros, las causas altruistas para salvar niños con cáncer y otros eventos cultos o beneméritos. En su lugar se gestiona el desorden, los tianguis de artesanías y otras debilidades producto de una menguada organización cuya génesis pareciera no quedar clara a los ojos de muchos… la otra Antigua se está tragando a la capital cultural de la República.  

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