La decisión, 2ª. Parte imagen

Francisco Alejandro Méndez ofrece la segunda parte de su novela policíaca, La Decisión

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Giorgianna de las Torres viuda de Ubiergo tenía cuarenta y dos años. Había estudiado en uno de los colegios de más abolengo del Opus Dei. Tras su graduación, sus padres se empeñaron en enviarla a estudiar a Europa. Escogieron la universidad de Lyon 2, donde por varios años cursó literatura contemporánea europea. Permaneció más de tres años, pero nunca regresó con título alguno. A su retorno, la recibieron en el aeropuerto internacional La Aurora. Sus padres se acompañaban por Jóse Ubiergo, un joven conocido por ella en la adolescencia, hijo de un magnate de la industria del azúcar. Instantes después de saludar a sus padres, se enteró que Jóse era su prometido. La boda ya estaba pactada para finales de año. Ya nunca tuvo opción de presentarles a Pierre, el novio francés con quien conoció prácticamente todo el Viejo Continente. Esa información se la diría al comisario en breves minutos, claro, si venía al caso, si el policía que observaba sentado, incómodo y asustado, mientras ella caminaba esposada a la par de Enio y Fabio, se lo preguntaba.

Afuera del Palacio de la Policía, las multitudes de curiosos, periodistas, funcionarios, diplomáticos y una buena cantidad de elementos de seguridad esperaban ansiosos el resultado del interrogatorio. Algunos vendedores abusados se instalaron entre el gentío con baldes llenos de cervezas frías, gaseosas, bebidas hidratantes y jugos. Otros llevaron sus carretas de “shucos” o tacos al pastor. Más de alguno ofrecía algodones, escapularios y llaveros. Algunos predicadores caminaron del parque Enrique Gómez Carrillo, sacaron sus biblias y comenzaron a recitar de memoria proverbios contra los blasfemos. Un grupo que interpretaba piezas andinas se instaló entre los arriates e interpretó El cóndor pasa. Agentes policiales realizaban rondas y coordinaban con patrullas para que todo estuviera en calma. El comisario había girado órdenes para que nadie pasara al cuarto piso del palacio de la policía. Allí se encontraba el área destinada a los interrogatorios. Algunos reporteros podían entrar y tomar fotos desde el primer piso. Para los familiares presentes de la señora De las Torres habían destinado un par de oficinas ubicadas en el segundo nivel. Julia, la secretaria personal del comisario, los asistiría para cubrir sus requerimientos, ofrecerles café, sándwiches, llamadas telefónicas o cualquier eventualidad.

Tanto el ministro de seguridad y justicia como el director de la Policía habían decidido trasladarse a la Casa Presidencial, donde almorzarían con el mandatario y de esa forma evitarían ofrecer declaraciones a los periodistas o ejercer alguna influencia en el acontecimiento, el cual ellos mismos querían que terminara lo más pronto posible.

Enio y Fabio habían tenido una tarea difícil. El comisario los había designado como escoltas de la acusada. Tanto los familiares de Giorgianna como sus amigos los habían abucheado cuando llegaron por ella a la torre de tribunales, específicamente al juzgado de sentencia. Ella les pidió favor de que antes de ir al Palacio de la Policía la pasaran por su residencia. Ambos tomaron la decisión de conceder el permiso. Fueron a Las Conchas. La esperaron en una de las salas hasta que la vieron aparecer con un blazer azul sobre un vestido casual con líneas blancas y celestes, y con su bolsa de cocodrilo del diseñador Salvatore Ferragamo. Ambos ignoraban la marca y el precio de las prendas; días más tarde se enterarían cuando leyeran las crónicas de los periódicos sobre los pormenores del interrogatorio.

De Giorgianna había sido la idea que le colocaran las esposas. Ellos no lo iban a hacer, pero, quizá en ese momento, ella necesitaba un poco de compasión por parte de todos aquellos que todavía creían en su inocencia. Por otro lado, había pedido que se las colocaran porque sentía la necesidad de recibir un castigo.

Antes de que la elegante mujer, que parecía más que se disponía a almorzar con la reina de Inglaterra que a un interrogatorio con el comisario Pérez Chanán, entrara a la patrulla Enio se había adelantado a limpiar los asientos. Algunos familiares y vecinos insultaron a los detectives al verla salir con las manos tiradas hacia su espalda, la bolsa casi arrastrada y sus elegantes pasos estropeados por la falta del balanceo de sus brazos. Ella en ningún momento expresó que era su propia decisión, ambos tampoco dijeron nada, solamente se cubrieron el rostro para evitar que las escupidas de adolescentes furiosos les cayeran en los ojos.




El carro policial atravesó la Avenida de las Américas. Algunos curiosos ondeaban banderas de las fundaciones que dirigía Giorgianna de las Torres viuda de Ubiergo. Había carteles de apoyo y uno que otro de desprecio, también. Parecía que los ciudadanos estaban divididos. Cuando pasaron por la Avenida La Reforma observaron que de algunos edificios cayeron papeles rosados. Un peatón se acercó a la patrulla y lanzó una docena de huevos podridos al vidrio. Enio y Fabio lo tomaron como una forma de rechazo hacia ellos; Giorgianna les señaló que el ataque seguramente era contra ella. Casi no habló durante el camino. Solamente en esa ocasión y cuando pasaban por el puente de piedra. Ella preguntó si el comisario tenía hijos y esposa. Fabio contestó “cinco y sí, ella se llama Wendy”.

A los pocos minutos el carro policial se detuvo en la sexta avenida y catorce calle, esquina, es decir, frente a la puerta principal del Palacio de la Policía. Algunos agentes acordonaron el área con lazos amarillos y otros con escudos protectores. Giorgianna descendió como si fuera una estrella de Hollywood que se presta a pasar por la alfombra roja. Y por un poco se convierte la banqueta en roja, pues algunos de sus amigos lanzaron rosas rojas, mientras caminaba esposada hacia la puerta. Más de alguno gritó “Viva doña Giorgi”; “Ella es la única inocente de todo este país”; “Déjenla en paz y persigan a los delincuentes”. La mujer se mostró incólume y caminó erguida. Con cada paso que avanzó dejó grabada en la mente de los presentes y en las cámaras de televisión la figura de una mujer muy guapa, elegante, pero una feme fatale para algunos.

La decisión, primera parte

Ilustración: Tenshi Arts 

BLOG EL COMISARIO VA A LA UNIVERSIDAD POR FRANCISCO ALEJANDRO MÉNDEZ

Periodista, catedrático universitario regional, pero antes que todo, escritor. El Comisario Wenceslao Pérez Chanán es su personaje principal, entre una larga lista de libros que exploran la novela negra guatemalteca. Lea la novela anterior en este enlace 




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