La condena de las madres de Pavón | El Blog de Juan imagen

Este fue un día de la madre muy distinto. Juan platicó con las madres de los reos de la cárcel de Pavón mientras hacían la fila para ver a sus hijos. A continuación, un relato de lo que vio.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Justo allí, cuando pensás que lo has visto todo, te topás con una realidad completamente distinta y aprendés a valorar todo. Las madres de los reos de Pavón me enseñaron otra versión del 10 de mayo, una que en vez de rosas ve grilletes.

Eran las 6:15 e iba camino a la universidad. Mi auto vibraba con el disco en vivo de Melendi, “Directo a Septiembre”, y mi mente estaba fija en una persona: mi hermosa mamá. Era 10 de mayo, un día dedicado a recordarnos a nosotros, los hijos malagradecidos, que deberíamos de dar las gracias aunque sea una vez al año a nuestras madres por esa impecable labor que realizan día a día para formar a los futuros líderes del mundo. La señal del teléfono comenzó a debilitarse al pasar por un condominio que queda a unos 200 metros de la prisión Granja Penal de Pavón y que irónicamente se llama “Héroes”. Una densa neblina cubría las calles frías del estrecho Fraijanes. En cuestión de segundos llegué al cruce que me obliga a pasar  frente al portón azul oxidado de la Granja Penal de Pavón y el Almacén Judicial de Fraijanes. Giré a la derecha y  las luces de mi auto se postraron unos segundos sobre una larga fila de mujeres que, frente al portón, esperan para poder entrar a la cárcel como visitantes. El escenario no era nuevo, pero ese 10 de mayo una pregunta se coló por mi mente: ¿Cuántas de ellas son madres? La curiosidad me mataba. Detuve el auto, maniobré por unos segundos y me parqueé en la calle, intrigado por las potenciales respuestas.

Rosa Y emilia

Rosa fue la primera mujer que entrevisté. Era la última en la fila y acababa de comprar su atol a la señora de la rotonda. “Disculpe, ¿usted es madre?”, le pregunté en un tono suave. La neblina traía consigo un poco de frío y el único ruido que se escuchaba era el de las conversaciones murmuradas entre las demás personas de la fila. Me miró un tanto confundida pero fijamente. “Si, soy madre pues”. Le deseé feliz día con una sonrisa sumisa y me lo agradeció secamente. Luego de preguntarle su nombre, Rosa, e identificarme como un patojo común y corriente con el pasatiempo de escritor, nos quedamos en silencio por unos segundos y decidí hacer la pregunta difícil:

-No quiero sonar imprudente, seño, pero ¿cuál es el motivo de su visita?

-Vengo a ver a ver a mi hijo- me dijo con voz de corazón partido. 

-Que siento escuchar eso, ¿es primera vez que pasa un día de la madre con su hijo en prisión?

-¿Para qué quiere saber eso?

-Disculpe, no quería ofenderla

-No, no joven. Mire, es mi sexta vez que vengo en un día de la madre. Ahí adentro está mi hijo. Es difícil… pero es lo que es.

La señora de enfrente que llevaba de la mano a una niña que no tendría más de seis años se interesó en nuestra conversación y nos volteó a ver. Aproveché su curiosidad y le hice la misma pregunta.

-Feliz día de la madre…

Me miró con ojos de purgatorio. Por un momento creí que me iba a gritar un insulto, pero se limitó a balbucear sarcásticamente: “Que día más bonito, ¿verdad?”. Capté su dolor y su enojo. 

-El hijo de Emilia lleva dos años aquí. La nena es su nieta me complementó Rosa, quien me empezaba a agarrar cariño.

-¿Hay muchas madres en la fila?

-No las conozco a todas, pero sí habemos muchas. Los presos también tienen mamás y las mamás nunca dejamos de quererlos, estén en donde estén.

-Es cierto. Lo siento mucho seño. 

Emilia se giró de nuevo pero esta vez se metió de lleno a la conversación. 

-Usted no sabe lo que se siente- me dijo secamente

-Por supuesto que no, solo… – respondí

-Es horrible- me interrumpió -No le vaya a hacer eso nunca su mamá, ¿oyó?

Josefa y Vilma

Me conmoví. El tono de Emilia era duro y frío, lleno de angustia y dolor. Su nieta me miraba como quien mira a un fantasma. Asentí con la cabeza, agradecí a las dos por sus respuestas y me alejé a paso lento. Me di cuenta que la cola había crecido y decidí hablar con dos madres más. Al final de la fila me encontré con Josefa y Vilma, dos señoras que no dijeron mucho pero cuyas miradas no voy a olvidar jamás. 

Josefa estaba muy enojada. Me decía que si la justicia guatemalteca fuera imparcial, ella no estaría haciendo esa fila y su hijo no estaría ahí dentro, “pudriéndose en ese asqueroso lugar”. Vilma se mostraba igual de enojada, pero nunca dijo mayor cosa, solo su nombre y una frase con la que se despidió: “Este no es el día de la madre que soñé”. No tuve respuesta, más que una mueca de tristeza. 

Caminaba hacia mi auto cuando sentí un vuelco en el corazón. Era compasión mezclada con admiración. Hay todo tipo de madres en este mundo pero nunca me había puesto a pensar en la madre de un reo.  

Las madres de Pavón hacen esa misma fila, todos los 10 de mayo para visitar a sus hijos. Su labor no acaba nunca y el calvario puede ser eterno. Con más de 3 mil 15 reos en Pavón, seguramente hay 3 mil 15 madres preocupadas, tristes, esperanzadas…fuertes.

Me subí al carro y vi el reloj: iba quince minutos tarde, pero no me importó. La historia que llevaba entre manos quizás me había enseñado más que cuatro años de universidad. 

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