En cada esquina muchas historias imagen

Son miles de estampas, espectáculos urbanos de esquina y monedas. Llegamos a verlo normal y no lo es. No debiera serlo. Estos jóvenes mendigan cuando debieran estar estudiando.

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Bajo por la 20 calle rumbo a zona 10. Justo en el nudo donde bifurcan la 20, el bulevar Los Próceres y el nacimiento de la Diagonal 6, veo a 2 muchachos. Son morenos, sonrientes y talentosos como pocos. Se ubican en el semáforo ese que suma segundos a su luz roja, y provoca una espera relativamente larga. Los chicos tienen balones de fútbol y realizan lo que comúnmente llamamos tecniquitas. Me asombra su habilidad, entre los dos mantienen el balón en el aire, en la punta de sus pies, hasta en la espalda. Veo cómo se gastan los segundos del semáforo en rojo. Ellos siguen entreteniendo al público motorizado. Observo que no soy la única asombrada. Terminan y pasan una gorrita para recoger monedas, acaso billetes. Pero fue tan largo el espectáculo que el semáforo ha dado verde. Debemos arrancar y continuar. No llegaron a mi carro. Me entretuvieron con talento puro y encima fue gratuito.

Esa es una de miles de estampas. Solamente yo, en los últimos meses he sido testigo de muchos espectáculos urbanos de esquina y monedas. 

Llegamos a verlo normal. Y no lo es. No debiera serlo. Estas personitas, casi todos adolescentes, debieran estar estudiando o trabajando en un sistema formal que les procure condiciones favorables para su crecimiento económico y personal. Sabemos que cubrir el 100% de estas necesidades es una fantasía. Fantasía o no, no deja de doler.

JUEGOS DE FUEGO Y FILO

En la esquina de la 8a calle y 6a avenida de la zona 9, se ubica un chico con todo el cuerpo pintado de plateado que hace verdaderos malabares con antorchas encendidas. Primero lanza fuego por su boca, luego las tira con pericia, logra que den vueltas y las toma de nuevo como si fueran simples bastones. Atenta contra su seguridad al pintarrajear su piel y literalmente juega con fuego. Pasa recogiendo sus monedas, y agradece con un ruidito de gato. Tendrá 18 o 19 años. ¿Hará algo más? ¿Cuánto logrará recaudar? ¿Tendrá madre o hijos y mujer a quienes alimentar? No sabemos nada de ellos. Solo vemos cuán hábiles son en la más informal economía del espectáculo.




Y están quienes lanzan machetes al cielo. Me pongo nerviosa al verlos y en cuestión de segundo pasan por mi mente mil historias de porqué manejan así estos instrumentos de campo y de muerte. No deben estar muy afilados, pero son machetes al fin. Ver 4 o 5 machetes danzando en el aire, sobre la cabeza del malabarista es igual a ver a un hombre de circo europeo hacerlo con espadas. Pero estos chicos de filo latino apenas recaudan monedas.




Todos me conmueven, y provocan esa sensación de desasosiego que tapamos pensando en otra cosa. Una salida fácil a este problema difícil. Mi cobardía.

 







CUANDO SE TRATA DE NIÑOS PEQUEÑOS

Llovía. Me dirigía sobre la 20 calle a Santa Catarina Pinula. En un semáforo vi a 2 payasitos mojándose. Su gracia es pintar su carita de tal forma que al gesticular se vea gracioso. Uno era adulto, el otro un niño. Bajo la lluvia señores, ¿quién abre la ventana para ayudarlos?

Lo peor son los muy pequeñitos y pequeñitas. Tratan con 3 o 4 limones imitar a los de antorcha o machete. Lo que recaudan no es para ellos. Hace unos días transitaba por la 14 avenida y 19 calle de la zona 10. La Esquina del mercado La Villa. Una niña de unos doce años, indígena, se pone en cuclillas y una más pequeña, de 6 o 7, sube a su espalda. Intenta hacer tristes malabares con unos limones. 

¿Cuánta hambre reposa en esos estómagos? ¿Quién se beneficia de lo recaudado? ¿Dónde duermen? Más importante: ¿quién leerá esta nota y me dará respuestas?




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