El trastorno bipolar se caracteriza por una desregulación del estado de ánimo, en la cual la persona sufre de episodios depresivos, combinados con manía o hipomanía. Estos se pueden discriminar a través del tiempo. Para muchos de nosotros el episodio depresivo es conocido, hay un estado de ánimo disminuido, que se ve como tristeza profunda. Asimismo, existe una merma en el sueño y del apetito que lleva a pérdidas de peso.
Las personas pueden tener ideas suicidas o de muerte. Hay una falta de iniciativa, de energía, lentitud del pensamiento y sentimientos de culpa o inutilidad. Por otro lado, los episodios maníacos se caracterizan por una autoestima exagerada o ideas de grandiosidad, pérdida de sueño, verborrea o habla exagerada y fuga de ideas o pensamiento acelerado.
Las personas en manía usualmente están distraídas, aumentan su actividad riesgosa y con frecuencia, se ponen en peligro. La hipomanía es solo una manía leve, que comparte muchos de los síntomas originales. Muchas veces, estas pueden ser visualizadas por los demás como agresivas, enojadas o impulsivas. Sin embargo, ellas tienen mucho mérito, por tener que vivir una vida similar a la nuestra con dificultades mayores.
Esta es la historia de una de ellas, que puede enseñarnos a empatizar con este trastorno. Es nuestra responsabilidad quitar el estigma de las enfermedades mentales. Empoderarlos con la creencia de que su día a día es admirable y que son como todos nosotros, a pesar de que ciertas cosas puedan costarles más.
“Cuando expones todo de tu interior, puedes vivir libremente sin nada que esconder”. Angela Hartlin.
Mi vida con bipolaridad empezó en una noche fría de octubre, estaba tratando de llevar la vida con pastillas para dormir, tenía mucho dolor. Antes de mi cumpleaños, estaba viviendo unos de los ciclos de depresión más duros. Luego de dos intentos suicidas y un trabajo perdido, el ciclo por fin llegó a su final. Fui diagnosticado con desorden bipolar en 2010, no quería creer que había algo mal en mí. Me tomó tres años perdiéndome en las partes más oscuras de mi ciclo, varios intentos suicidas, decisiones peligrosas como tirarme de un risco de 30 metros, para empezar a cambiar mi vida de manera positiva.
Hay ciertas cosas que me gustaría que los demás supieran de mi trastorno, para que cuando conozcan a alguien con bipolaridad puedan entenderlo, empatizar y no tenerle miedo. En primer lugar, mis ciclos de depresión me hacen la peor versión de mí mismo. Pueden durar años y me provocan querer dejar de vivir cada segundo del día. Con terapia y medicamento, he aprendido a limitarlos a semanas y meses, hay esperanza para los que lo viven todavía. La bipolaridad es una guerra en la mente, tanto contra la depresión, como contra la manía. El cómo peleamos esas batallas es lo que determina una diferencia. La bipolaridad da fuerza a vivir en el extremo, a veces no me levantaba de mi cama y en ocasiones, no podía dormir por cuatro o cinco días seguidos. Cuanto menos control uno como bipolar tiene, más ciclos tendrá de depresión y manía. Asimismo, muchas veces la bipolaridad está acompañada por otras enfermedades como ansiedad, fobia social, insomnio y en ocasiones alucinaciones. A pesar de todas estas cuestiones hay una realidad y es que el desorden bipolar no tiene por qué definirte. A pesar de tener tus ciclos, de necesitar medicamento y terapia, aprender a manejarte y trabajar en equipo con los profesionales puede cambiar tu forma de ver la vida. Tener una enfermedad mental, no significa que sea algo vergonzoso. Yo pensaba que el desorden bipolar iba a significar el fin de mi vida. Me tomó mucho tiempo aceptarlo, pero hoy, mi vida es diferente. Aprendí que nadie iba a luchar esta batalla por mí, que la vida que me habían dado es esta y yo era el único responsable de lo que decidía hacer con ella. Si tú estás viviendo una situación similar, no te rindas, no estás solo y siempre hay una luz al final del camino.