El largo camino para volver a casa: la verdad sobre los vuelos humanitarios imagen

La gestión de las autoridades diplomáticas, cuyos cargos se asemejan a becas turísticas sin oposición, fue una apología a la mediocridad, antipatía y exceso de displicencia.

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La pandemia del COVID-19 sorprendió a todo el planeta a principios de este 2020, miles de planes fueron truncados, cientos de vuelos suspendidos y muchos guatemaltecos se quedaron varados en el extranjero sin poder volver al país. Ante esa difícil coyuntura los connacionales hicieron lo que parecía obvio: comunicarse con sus respectivas embajadas en los países donde se encontraban.

Relataré algunas de las experiencias que vi y la propia, para ilustrar la mediocridad e ineptitud del servicio diplomático en el exterior, principalmente en España, país donde viví una temporada.

*Lisa estudiaba un postgrado en Barcelona, programa que culminó con éxito en julio de este año. Ante la incertidumbre y las constantes noticias de la postergación de la apertura del Aeropuerto Internacional La Aurora, ella se comunicó con la Embajada de Guatemala ante el Reino de España.

Las respuestas fueron casi una lluvia de monosílabos, no tenemos información, no sabemos, no, no y no. Ella manifestó su preocupación debido a que se quedaba sin fondos para sobrevivir en aquella ciudad. Indagó por posibles vuelos humanitarios y la respuesta fue que no tenían información.

No le tomaron datos, no le pidieron su nombre y no mostraron ningún interés por su caso. Es menester de una oficina diplomática tener al menos conocimiento del número de connacionales que radican legalmente en los países donde se ubican.

Por ello, ante la incertidumbre decidió coordinar su retorno desde México, vía una agencia de viajes. Treinta hermosas horas de viaje sin el respaldo del cuerpo diplomático acreditado en España.

Viajó: Barcelona-ciudad de México-Tapachula-Guatemala. Entre Tapachula y Ciudad de México debió abordar una mototaxi (tuc tuc), atravesar la frontera caminando y tomar otro bus. Por fortuna, el cuerpo diplomático acreditado en México sí le dio acompañamiento en ese último trayecto.

La forzada aventura la realizó tan solo veinte días antes de que se coordinara un vuelo humanitario desde Madrid a Guatemala. “Si lo hubiera sabido, habría esperado”, me confesó en una conversación.

Me enteré por terceros

La misma incertidumbre que motivó a *Lisa a comunicarse con la embajada, fue la que hizo que llamara a esa sede diplomática desde mayo. Mi retorno estaba previsto para septiembre, así que pensé que tenía tiempo para que finalmente se abriera el aeropuerto. Me comuniqué con ese despacho y tampoco me tomaron datos, lo mismo ocurrió con otro grupo de profesionales, con los que mantuve comunicación cuando viví en España, todos cursábamos distintos programas de postgrado.

Una mañana revisé mis redes sociales y un amigo en Guatemala me mandaba un arte donde se informaba de un posible vuelo humanitario para finales de agosto. El arte invitaba a los interesados a enviar sus datos para posterior contacto. Fui de los primeros en escribir, lo sé porque ellos me lo confirmaron después de varias llamadas que les hice.

Me escribieron un correo que, por supuesto no era personalizado, con las exigencias para volver. Entre estas se encontraba la presentación de un estudio PCR molecular con resultado negativo elaborado 72 horas previas al vuelo.

En ese momento averigüé el precio del test, que oscilaba entre 110 y 200 euros (alrededor de Q1 mil y Q1,800) por persona. Pero eso no era lo peor, la prueba toma tiempo tanto su realización como la entrega de los resultados. Me informaron que había que pedir cita con tres días de antelación y los resultados podía estar disponibles entre 48 y 72 horas. Con esa preocupación llamé de nuevo, el 14 de agosto, a la embajada para solicitar la confirmación del vuelo, para gestionar las pruebas para mí y mi familia.

Ellos me dijeron que nos avisarían con al menos 7 días de antelación, pues la fecha de retorno programada para el 24 de agosto era “tentativa”. Pasaron los días y esa confirmación nunca llegó. Por un grupo de chat me enteré el 19 de agosto que el vuelo estaba confirmado para el 24. Así que debía coordinar los test de cuatro personas, empacar y preparar un retorno forzado en 4 días.

Ese día tuve que coordinar la toma de la muestra y tras llamar a veinte laboratorios encontré uno que me ofrecía hacerme el test al día siguiente y ofrecerme los resultados el sábado previo al vuelo. Llamé a Iberia y me dijeron que en mi reserva faltaba un integrante de mi familia y que solo la Embajada podía agregar a pasajeros.

La respuesta del cuerpo diplomático fue sencilla: “Se traspapeló la copia del pasaporte de su esposa así que vuelva a enviarla”. Al indagarles las razones por las que no fui notificado de la confirmación del vuelo me dijeron: “Los datos fueron enviados a Iberia ya es responsabilidad de ellos comunicarse con usted para la compra del vuelo”.

Amigos españoles se mostraron sorprendidos al saber que los costes de las pruebas PCR debían ser absorbidas por los connacionales. Las autoridades migratorias anunciaron el vuelo humanitario y afirmaron que el mismo sería a un precio razonable y competitivo, lo que es una falsedad. Una cotización para volar “ida y vuelta” en noviembre con la misma línea aérea puede rondar entre los Q3 mil y Q5 mil, mientras que los que retornamos tuvimos que pagar más de Q7 mil solo viajar en un sentido.

Tertulias de aeropuerto

En las colas para hacer la facturación del equipaje pude hablar con más de algún connacional. La historia se repetía: “Yo me enteré del vuelo por casualidad”, “a mí una amiga me avisó”, “la Embajada nunca me dijo nada”. La gestión de las autoridades diplomáticas, cuyos cargos se asemejan a becas turísticas sin oposición, fue una apología a la mediocridad, antipatía y exceso de displicencia. Ningún connacional con el que tuve la oportunidad de conversar se llegó a sentir acompañado. 

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