El demonio Leviatán imagen

Monsanto descubre que en los barrancos que unen las zonas 15, 5 y 16, hay una presencia maligna. Misma que, toma un huésped adolescente y se apodera de su voluntad.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

(primera parte)

Muchas culturas creen que el ser humano, e incluso algunos animales, son custodiados del mal por ángeles celestiales. Otras sociedades atribuyen, a las almas posesas, una conducta inspirada por guardianes oscuros. Estos últimos, operando de manera oportunista, en corazones ambivalentes desprovistos de la convicción que sobrepone lo bueno sobre lo malo. En esa posición se encontraba Francisco el día que, un demonio, asumiendo la figura del ancestral Leviatán, puso la atención en él. Era un joven de esos que se deja llevar por las situaciones. Irreflexivo, voluntarioso, impulsivo, siempre determinado, no pensaba en las consecuencias de sus actos hasta que ya era demasiado tarde.

La zona 15 y las laderas que la unían a las zonas 5 y 16, a la vera del nauseabundo Río de las Vacas, presentaban un panorama muy diferente al místico vallecito donde jugaron una vez, hacía treinta y tantos años, sus abuelos. Ahora, adentrarse en aquellos solares era peligroso debido al drástico cambio de propiedad que sufrieron los terrenos y la remota posibilidad de encontrarse con delincuentes. Aun así, seguía siendo un lugar relativamente apartado en el que se podía jugar con cierta libertad.

Aquella mañana todo se desarrolló como siempre, sin mayores contratiempos. Jugaron hasta el cansancio hasta que oyeron por el megáfono que la policía los conminaba a “entregarse voluntariamente”. Habían traspasado propiedad privada y alguien los había denunciado. Se disgregaron como hormigas. Todos, menos Francisco, fueron apresados. Éste, haciendo gala de su sangre fría, se adentró en un túnel al que se accedía por una pequeña abertura haciendo frente, linterna de celular en mano, a las alimañas que abundaban en las paredes de aquella caverna. “Estoy entrando al inframundo”, pensó y no estaba muy lejos de aquella verdad. Había entrado a un portal en donde anidaba la maldad.




En silencio esperó un buen rato. Empezó a desandar el camino cuando sintió un susurro en el oído. Iluminó, no había nada, pero no pudo evitar que se le erizara la piel. Regados por el camino había varios huesos de apariencia humana en los que no había reparado cuando entró en el recinto. Y el olor, aquel olor a cadáver. Abandonó la cavidad con menos aplomo del que había ingresado. Deshizo el camino y se fue directamente a casa. Sus padres lo esperaban en la puerta cincho en mano. Todos sus amigos estaban presos por allanamiento. Recibió la azotaina con estoicismo, se bañó y luego se fue a dormir.

Despertó en la madrugada con el sentimiento que lo estaban observando. No había nadie. Se levantó al baño, de nuevo con la sensación que alguien le respiraba a la altura del oído. Un olor acre le llegó al cerebro ¿azufre? No encendió la luz. Al terminar de orinar, instintivamente, fue al lavamanos y puso a correr el agua del chorro. Tomó el jabón mecánicamente, se lavó las manos y la cara. Al echarse agua para limpiar la espuma, se vio en la penumbra y descubrió, con terror, que unos ojos amarillos lo observaban con avaricia a la altura de la nuca. Cayó inconsciente. Ese fue el momento en el que aquel espíritu tomó un puesto en su corazón (Continúa).

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