Viajar es vivir, reza un refrán al que secundo sin objeción. Emprender un periplo siempre es placentero, aunque las razones del mismo no sean necesariamente vacacionales. La semana pasada tuve que viajar a Bogotá, Colombia con toda mi familia porque necesitaba presentar unos exámenes para culminar mis estudios de maestría.
Para ello solicité un permiso especial en mi trabajo, mismo que vencía el 22 de mayo por la noche. Mi esposa, quien circunstancialmente pudo acompañarme en el viaje, debía participar en una importante reunión a eso de las 7:30 horas de la misma fecha. ¿Qué ocurrió? El vuelo comercial de la empresa COPA Airlines se retrasó por espacio de una hora con 15 minutos. Por supuesto que la conexión en Panamá para Guatemala se perdió, con lo que se afectaron a cuatro pasajeros, incluidos mi esposa, mi hija y yo.
Estas cosas ocurren… claro que sí, son indeseables, son molestas, pero pueden suceder. Ahora bien ¿Qué es lo mínimo que espero de una situación de estas características? ¿Qué espera usted si su pareja, jefe, subordinado, amigo, cliente, proveedor, lo hace esperar por un lapso mayor al tiempo pactado para una reunión o cita? Espera como mínimo una disculpa, un “lo siento”, “no fue mi intención”, espera que la persona se sienta apenada por la demora, cual sean las razones que provocaron el retraso ¿Es mucho pedirle a una aerolínea que mueve a miles de personas por año?
Al parecer mi esposa y yo esperamos demasiado. Al llegar al Aeropuerto Internacional de Tocumen, “el hub de las Américas” en ciudad de Panamá, una colaboradora de esa aerolínea nos llamó y nos dijo: “la conexión se cambia para mañana, tengan estas contraseñas que les dan derecho a una noche de hotel, cena y desayuno”.
Mi esposa preocupada por la importancia de su reunión del día siguiente, se atrevió a reclamar y a exigir una explicación. Estaba alterada pues unas horas atrás, cuando aún estábamos en el aeropuerto de Bogotá, su jefe le había pedido a ella atender la reunión del día siguiente a primera hora. Con mi hija en brazos presentó una queja que fue ignorada por la colaboradora de COPA.
De inmediato un regordete “agente de seguridad” que vestía de particular le pidió a mi esposa que se callara, que no se atreviera a quejarse pues de lo contrario, seriamos enviados a una cárcel del aeropuerto por “alterar el orden público”.
También amenazó con dejarnos a la deriva en Panamá o enviarnos en el último vuelo del día siguiente. ¿Cómo una mujer con una niña de tres años en brazos puede representar una amenaza al orden público de un aeropuerto? Solo él lo sabrá. Por supuesto que su actitud me pareció más de abuso de autoridad que un tema de seguridad aeroportuaria. No conforme con ello nos exigió nuestros pasaportes.
A estas alturas mi hija estaba asustada, indagaba que ocurría y pedía ir a “su casita” en Guatemala. Mi esposa no podía sacarlos de su bolsa, pero para todo esto el regordete decía “es la segunda vez que los pido”, con tono aún más prepotente.
Yo en un intento desesperado por frenar el impulso cobarde del guardia por perjudicarnos le dije: yo le daré los pasaportes, solo déjeme buscarlos. Me llamó y con tono intimidante me dijo: “hable con su esposa, dígale que se calmé porque no los quiero afectar”.
La actitud de COPA no fue la deseada. Te ofrecen la cárcel, pues consienten la amenaza, o un cómodo hotel a 5 minutos del aeropuerto con comida y agua caliente a cambio de tu silencio.
En esa nebulosa situación aparece Yahir, quizás la única persona que tuvo un dejo de humanismo, enseguida se ofreció a imprimirnos una carta donde decía que la conexión se había perdido para poderla presentar en nuestros trabajos.