Como si fuera esta noche la última vez imagen

La música reitera que somos pozos de emotividad. transporta a otros sitios y tiempos, coloca en estados sentimentales. Abre puertas al recuerdo de quienes ya no están o quienes ya no somos.

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Entro al local en una esquina nocturna. Es un pequeño híbrido entre bar y restaurante y sitio musical. Acogedor, sin asomo de pretensión. Iluminación discreta. Amueblado rústico, el centro es un bar de madera, lindo. La calle -bautizada como Callejón del sol por algún romántico- luce tranquila para una noche de sábado, sobre todo si es en Antigua.

“La esquina del jazz”, el nombre. Como muy rico. Pero lo que me trae a este relato es la música que encuentro en esa esquina nocturna, una noche de apariencia serena, frente a una fuente y una bicicleta.

“Tenemos noche de bossa” dice el anfitrión. Nos coloca en una  mesa pequeña , frente a otra esquina que hace las veces de escenario.




Dos jóvenes de veintitantos se ubican en el rincón-escenario, nada de estrado ni de cortinas. Tampoco luces sofisticadas. Es un cuadro sencillo: dos chicos, dos guitarras eléctricas, micrófonos y consola, una bocina, una ventana de barrotes clásica antigüeña en el fondo y una mesa de comensales que se carcajean. Nunca faltan. 




David Lemus y Julio Valle, así se llaman. David canta y asumo que toca el bajo. Julio toca la melodía. Eso es todo y es absolutamente grande.

Bésame mucho

La primera canción es “Bésame mucho”. ¿Quién no la conoce? Hay versiones para abuelos, para cuarentones casi cincuentones que creemos tener todas las edades posibles cuando se trata de música; y hay versión millennial. ¿No me creen? pregunten a Zoe.

Ni bossa nova ni jazz. Pero la versión de David y Julio es a lo Bossa mezclada con Carlos Santana. Julio tiene una capacidad asombrosa en su interpretación. La melodía que desgrana en su instrumento sube y baja con gracia, llena el ambiente, envuelve en gozo y asombro. ¡Una nave!

Respecto a la canción de los muchos besos hay historia. David la canta con voz suave y entonada, con sentimiento de amorosa declaración.  La compuso una mujer, Consuelo Velázquez, a los dieciséis años. Fue por allá en el viejo tiempo, 1940, pero su vigencia mágicamente permanece. Es un fenómeno que le ha dado muchas vueltas a muchas almas. Ha sido  traducida e interpretada desde Asia hasta Patagonia, llegó hace setenta y ocho años al espacio sonoro y por razones misteriosas sigue estremeciendo.



Bossa Nova nueva

Después del bolero bossanoveado, entran de lleno a la Bossa Nova de Stan Getz, Joao Gilberto y Antonio Carlos Jobim. Si aquellos músicos de fama rompe siglos escucharan a nuestros dos jóvenes guatemaltecos tocando lo suyo, temblarían de emoción. Chicos del nuevo milenio interpretando a todo corazón música que nació en Brasil a mediados del siglo XX, no es asunto común. Sin embargo es una feliz realidad que tengo el privilegio de escuchar mientras tomo sopita de frijol. No salgo de mi asombro ante el talento y el feeling con que las interpretan.



Nuestro cerebro y la música

De acuerdo al científico Daniel J. Levitin, especialista en Neurociencia y autor del Bestseller “This is your brain in music, the science of a human obsession” (Este es tu cerebro en la música, la ciencia de una obsesión humana), el ritmo o la armonía de una canción, el juego de notas y tiempos, a veces la letra, es el conjunto de cualidades que empuja a la canción en tiempo y espacio. Es el equivalente musical a un libro que no podés soltar.

Si la música posee esa fineza, invita a un mundo sonoro que no queremos abandonar. El tiempo externo pareciera detenerse y sentimos deseos de que la canción nunca termine.




De acuerdo a Levitin, cuando se trata de música, el cerebro necesita “crear” un modelo de pulsos sonoros y una representación mental de la melodía y sus variaciones. El modelo permanece en la mente.

Por tradición el cerebelo se relaciona con coordinación de movimiento. Sin embargo la neurociencia ha descubierto fuerte activación en ese “cerebro primitivo” cuando escuchamos música. Si oímos ruido común no sucede nada. Los estudios de Levitin coinciden con resultados de experimentos hechos por otros científicos que concluyen: el cerebelo se involucra en procesos emocionales. Esto hace mucho sentido con los hallazgos del autor en su laboratorio. La música tiene más consecuencias en nuestros procesos mentales de las que imaginamos. Inicia en la parte primitiva del cerebro. Fascinante.




La música es el medio que el artista usa para expresar su sentir. El sonido interactúa con sus gestos. Requiere de un estado mental congruente con el estado emocional que busca transmitir. Por instinto ancestral, inconsciente, el estado mental de quienes escuchamos es similar al del intérprete en ese momento. La canción, un puente que conecta mentes. 

Placer, nostalgia, y si hay espacio, romance

Al final del día, la música como la de “La esquina del jazz” un sábado de Antigua, con un David que canta y un Julio virtuoso de la guitarra, reitera que los humanos somos pozos profundos de emotividad. El talento de estos  jóvenes transporta. Nos coloca en estados sentimentales absolutos. Explotamos o nos derretimos. Abre puertas al recuerdo de quienes ya no están o quienes ya no somos. La música es, aquí y en Australia, hoy y hace un siglo, un lenguaje universal de placer o nostalgia. 

En silencio cautivo oigo las últimas canciones. Fly me to the moon, Piel canela y  los sentidos del público, pequeño para esta hermosura, se adivinan. Escucho emocionada, como si no fuera posible volver otro día a la llama que la música enciende… como si fuera esta noche la última vez. 




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