Cómo extraño a los rojos de antaño imagen

Mi abuelo me fomentó la pasión por los Rojos. La última vez que lo llevé al estadio vio un equipo aguerrido, si hubiese visto el juego del domingo seguro se vuelve a morir.

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Mi abuelo fue uno de los que me fomentó la pasión por los Rojos. La última vez que lo llevé al estadio vio un equipo aguerrido, si hubiese visto el juego del domingo seguro se vuelve a morir.

El Club Social y Deportivo Municipal cae al séptimo puesto, pero exhibe un fútbol lo suficientemente mediocre para estar de último o jugar en la categoría B.

En un mundo hostil repleto de problemas y adversidades, muchas personas encontramos en el fútbol un bálsamo para disfrutar en familia, experimentar un sentido de pertenencia y encontrar de vez en cuando aquellas pequeñas y casi inútiles satisfacciones que este bendito deporte nos da.

Desde que tengo memoria le voy a los rojos del Municipal, mi abuelo Fernando, que en paz descanse, es uno de los responsables de mi afición al carmesí. Cada domingo, previo al almuerzo, escuchábamos juntos los partidos por la radio.

Por aquellos años, posiblemente los primeros de la década de los 90, dejaron de transmitir los partidos de la liga nacional. A veces salíamos a comprar algún encargo de mi abuela o a pasear en bicicleta, pero siempre una pequeña radio color naranja con negro colgaba de su muñeca y con ella seguía minuto a minuto cada momento.

No se perdía ni un solo partido, se sabía los nombres de todos los jugadores y recordaba cuando llevaba a sus hijos al estadio nacional. Por algún tiempo nos conformamos con escuchar hasta que los cotejos regresaron a la televisión. Mirábamos juntos los clásicos, siempre a casa llena con ambas aficiones, casi en la misma proporción.

Recuerdo aquellos partidos con mucho coraje donde cada equipo terminaba con 10 o 9 jugadores. Corría el 2000 y yo, todo un adolescente, convencí a mi abuelo a que me acompañara al estadio. La final se jugó en enero, no recuerdo por qué, pero  Municipal se coronó campeón con gol de penal de Gonzalo Romero.

Por muchos años vimos juntos al equipo de nuestros amores, cómo olvidar al gran Memín y su traición, a Estanley Gardiner, a los Rodas, a los Pérez, a Carlos González y por supuesto imposible no recordar al ídolo eterno de escarlata Juan Carlos el Pin Plata.

Mi abuelo ya con muchas menos energías y entrado en sus últimos años de vida, solía recortar las portadas de la sección deportiva de Prensa Libre y las fotografías del Pin. Una noche de mayo o quizás junio de 2010 fuimos por última vez al estadio con mi abuelo.

Mi antes novia, ahora esposa, fue mi cómplice de aquella imprudencia. El estadio estaba lleno, no teníamos entradas y mi abuelo apenas podía sostenerse en pie. “Por poco y nos echamos al abuelo”, bromeó días después la Susa al recordar lo que nos costó cuidar del viejito. Velamos para que no le empujaran, que no se cayera y para que aguantara estar por ratos de pie.




Tres goles gritó el abuelo, uno de ellos fue del Pin y Municipal, un equipo aguerrido, cuyos jugadores sentían los colores, ganaron a Xelajú 3-1 en el partido de ida de la final. Lo demás es historia.

“Todo tiempo pasado es mejor”, reza un refrán, quizás sea subjetivo y falso, pero al recordar la intensidad de aquellos juegos y el rendimiento del equipo, que corría y sudaba la camisola, cuesta creer que un Municipal, con una plantilla más cara, juegue con tanta parsimonia y mediocridad. Que bueno que el abuelo ya no vio a este equipo pecho frío de empates y derrotas. 

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