Sola yo, en un país árabe ¡Sí! imagen

Conocer la cultura musulmana y sus riquezas ha sido de las mejores experiencias de mi vida. Disfrutar de las tradiciones milenarias fue un agasajo visual y sensorial.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Mucho nos advierten sobre que viajar solo y sobre todo siendo mujer resulta peligroso, lo cual es cierto, pero siempre tomé mis precauciones. Sin embargo, todos los avisos no evitarían que emprendiera una de mis mayores aventuras de vida irme a conocer otros cielos y mares.

Siempre quise conocer la cultura árabe, ya que recién estaba aprendiendo el bellydance y escuchar esa música te transporta imaginariamente a otros lugares. En ese momento, todo coincidió porque un amigo me presentó a una su amiga de Túnez, que para aquella fecha, les juro ni sabía dónde se ubicaba en el mapa.

Túnez es un país que se encuentra en el norte de África, el cual confunden mucho con Turquía, también por la semejanza de las banderas. Pero mi travesía empezó desde que me enteré que no hay embajada tunecina en Guatemala, para lo cual necesitaba una visa para trasladarme hasta allá.

¡Ah! Pero para ese entonces ya había entablado amistad con Rahma, quien me dijo que me recibiría en su bello país árabe. Pero el miedo se apoderó de mi familia y amigos, ¡cómo iba a viajar sola hasta por aquellas latitudes! Y en una nación catalogada como peligrosa, con ese lamentable estereotipo que todos o la mayoría son “terroristas” y machistas que podrían dañarme. No dudo que hay riesgo y por lo que leí previamente sí han habido casos de estafas, engaños y demás, aun así emprendí el vuelo.

Nunca tuve miedo, más bien curiosidad porque mi espíritu paseador y libre deseaba conocer amigos de otras culturas. Quería salir de mi jaula, o burbuja porque no había pasado de lugares cercanos, por eso esa vez decidí conocer algo más allá de mi territorio, que me dejara una enseñanza de vida y así fue.

Pero regresando a la visa, averigüé que la más cercana y la que tramitaba para los países latinoamericanos era la embajada de Túnez en Buenos Aires, Argentina. Hasta por el país gaucho envié mi pasaporte y de vuelta sellado dije, listo me voy con los camellos y los misterios de un exótico país.

Del otro lado del charco

Fueron ochos horas de viaje llenos de adrenalina y emoción, mientras mis amigos y familiares se quedaron rezando por mis huesos. Salí del Aeropuerto Internacional Charles de Gaulle en Francia, fascinada por estar en otro cielo, del gran salto de rana de Latinoamérica a Europa y ahora pasar al continente africano. Llegué a la sala de espera, en donde ya todo era variopinto, vi algunas personas con su vestimenta árabe, las mujeres con su hiyab y todo era silencio, me sentía extraña.

Otras tres horas más y por fin llegué al Aeropuerto Internacional de Túnez-Cartago y al salir buscaba a Rahma, cuando sorpresa ya me esperaba con los brazos abierto, así literalmente. Nos saludamos, ella en un perfecto inglés yo apenas entendía, lo suficiente para conversar. Aunque me hospedaría con mi amiga, mi itinerario seguiría sin su compañía durante los siguientes seis días.



Hammamet y su vista majestuosa.

Mi recorrido tunecino

Abordé de inmediato el tren para Susa (una de las perlas del Mar Mediterráneo y fundada por los cartagineses). Sin conocer el idioma dije que lo lograría aunque sea a señas, que sus ciudadanos hablan inglés, pero más el francés por ser una ex colonia francesa.

Las palmeras, el olor de sus habitantes, ese aroma que no era las fragancias tradicionales, era una esencia distinta que no sé cómo describir pero fascinante. También la música, ya que desde que aterricé y me trasladé en buses y taxis esas melodías resonaban en mi cerebro como relajantes y sensuales.

La arena blanca resultó ser mi mejor aliada en ese momento de soledad, de encuentro hacia mí misma, ya que las personas que conocería estuvieron los otros días, pero antes necesitaba pasar más momentos conmigo y la armonía árabe. Ir a los mercados, caminar, palpar otros pensamientos y gustos.



Monastir enclavada en esas aguas frías del mar Mediterráneo

El camello, la visita a la medina y el regreso

Claudia era la camella, así la nombró su propietario que la paseaba para los turistas con un bozal, algo que me molestó, pero bueno me ofreció que diera un paseo, acepté de lo emocionada sin preguntar antes (lo sé error, error). Al terminar la vuelta el susto fue el cobro, que escribió sobre la arena, no cabe duda me estaba baboseando, el precio era carísimo, aunque logré la rebaja, la lección es por más alegre que estés pregunta antes.

Otro aspecto que me logró sorprender fue la visita a la mezquita, aquí ya me acompañaba mi amiga, quien me dijo que era necesario la vestimenta con hiyab. Adentro del recinto estaban separados hombres y mujeres para orar el Corán, todo había que respetarlo de acuerdo a la tradición de sus habitantes, aunque no estuviera de acuerdo.



Gran mezquita de Monastir. Siempre debes cuidar tu vestimenta cuando las visitas porque son lugares sagrados.

Los demás días conviví en la casa de Rahma, en una familia árabe tradicional amable, de buen comer y serviciales. Con tradiciones diferentes a las de nosotros, pero con mucho respeto y valores. Para mí fue un placer haber convivido con ellos con muestras de cariño, los deliciosos postres y el cous cous que es exquisito.

Las líneas no me alcanzan para seguir detallando más experiencias, pero mi consejo es que viajen cuando puedan, descubrir otras costumbres y personas diversas es lo mejor de la vida, es lo único que te llevas. Espero poder regresar y conocer el desierto ¡Túnez eres maravilloso!

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