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Vilma ya no podrá casarse, tener hijos, y tampoco volverá a ver a sus padres y hermanos.




Tampoco llegará a cumplir la mayoría de edad. Le faltaban dos años para ser una ciudadana adulta.

A Vilma le cortaron de tajo sus sueños, los que solo ella sabía que quería cumplir. Por eso salió de su pueblo, San Pedro Jocopilas, para ayudarse y ayudar a su familia.

Tenía 4 meses de haber salido de su casa para mejorar económicamente, ya que su pueblo es uno de los más pobres que se encuentra en Quiché y de donde salen muchas mujeres apenas cumplen los 15 años de edad, en busca de mejores oportunidades.




Ella y su compañera de trabajo vivían, comían y dormían en el mismo local donde hacían las tortillas, a veces en el suelo, por lo pequeño del lugar.

El destino que Vilma encontró es al que llegan decenas de mujeres del interior el país, a las tortillerías donde las explotan, pagándoles muchas veces solo con la comida que ingieren y el lugar donde duermen, pero nunca con dinero.

Pero un hombre que se dedicaba a repartir la masa en las diferentes tortillerías del lugar, hizo que ella cerrara sus ojos para siempre.




Ya la había visto muchas veces cuando llegaba a la tortillería donde Vilma trabajaba; la trataba de enamorar, pero ella era una chica seria y no le gustaba que la molestara ningún hombre. Lamentablemente, una noche en la que debió salir para hacer un mandado, algo le pasó en el camino.

Su delgado y frágil cuerpo se dejó ver con los primeros rayos de luz, postrado en el campo de fútbol.

“¡Está muerta!”, decía la gente ante la brutal escena.




Todo parecía indicar que le dieron una fuerte dosis de sedante para poder abusar de ella.

Estaba semidesnuda y con espuma en su boca; además, presentaba golpes en la cara y sangre en la nariz.

Abusaron de su cuerpo.

Su compañera de trabajo tuvo que identificarla, entre llantos. Narró que Vilma le decía que estaba asustada.

La joven víctima regresó a su pueblo, pero en una caja blanca. Sus padres la enterraron, junto a varios vecinos, el Jueves Santo recién pasado.




La junta de seguridad de Ciudad Satélite, lugar donde habitaba y trabajaba Vilma, se volvió a organizar y le solicitaron al repartidor de masa que se entregue a la PNC, o ellos lo iban a capturar y le iría peor.

Desde entonces, los miembros de vigilancia volvieron a reaparecer en el sector y aseguraron que no permitirán que alguien llegue a alterar la paz de ese lugar.

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