Las extorsiones matan sueños y a sus dueños imagen

Una historia que muestra la realidad que muchos guatemaltecos tienen que enfrentar a diario. Miedo, dolor y angustia, los protagonistas.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

La mirada lo dice todo. Magdalena (nombre ficticio, por seguridad) vive con la esperanza de algún día regresar a su hogar, donde habitó por más de 27 años, el mismo que con esfuerzo y diez años de trabajo en el Teatro Nacional logró construir.

Iniciar la historia es complicado, cuando cada etapa de su vida conlleva la misma importancia por la lucha y fe que en ellas habita.

Desde hace dos años abandonó su casa. “El tiempo que pasé ahí fue el mejor de todos. Vivir con mis vecinos, amigos… Tuve que dejarlo todo por culpa de los extorsionistas”, lamenta.

El asentamiento La Esperanza guarda los recuerdos de Magdalena, sus cuatro nietas y su hija, ahora viuda. El esposo de su hija pequeña fue el primero en “pagar la deuda”. Magdalena lo recuerda con mucho sentimiento, ya que sus ojos se llenan de lágrimas cuando viene a su mente ese fragmento de su vida.







“Él tenía un café internet. Estábamos sentados en las gradas de la calle, fumando un cigarro. Me levanté y caminé un par de metros, de repente escuché unos balazos y cuando vi, los maleantes habían matado al esposo de mi hija”, relata.

Decidieron salirse, abandonar su patrimonio, amigos y vecinos, “por seguridad”, y mudarse a una nueva residencia lejos de ese lugar. “Al principio pagué la cuota de la extorsión (Q600); después, mi sueldo no me permitía seguir pagando, ya que ellos pedían bono por cualquier cosa y luego nos aumentaron la cuota a Q1 mil”, agrega Magdalena.

Antes de laborar en el Teatro Nacional, nuestra protagonista trabajaba haciendo wipe, cuyo sueldo no excedía los Q500 mensuales; sin embargo, su lucha constante por tener el dinero para darle comida y estudio a sus hijas y nietas era más grande que cualquier otra cosa.

A pesar de vivir en un nuevo sitio, Magdalena no se siente del todo tranquila y feliz. Recuerda su antigua casa, en la que dejó sonrisas, lágrimas, así como todos aquellos momentos que la marcaron para siempre. Lamentablemente, un posible regreso podría llevarla a experimentar el mismo temor de no poder pagar la cantidad exacta de extorsión, salir a la calle y nunca más regresar. “Quiero volver a mi casa, pero los extorsionistas no me dejan”, asegura.

En el camino de la vida nos encontramos con ciertas personas que nos ayudan sin dudarlo, y permiten que la oscuridad que muchas veces nos atrapa desaparezca, al menos, temporalmente. Ángeles, les llaman. Este es el caso de Isabel (nombre ficticio, por seguridad), la persona que ayudó a Magdalena a salir adelante, dándole oportunidad de empleo en una escuela de música.

Actualmente, Magdalena sigue trabajando en ese lugar y a pesar de que cuenta con una fuente que le permite generar cierta cantidad de dinero, no es suficiente. Pensar en un puesto de comida, por ejemplo, es imposible, pues nuevamente las extorsiones no le permitirían estar tranquila.

Las opciones de empleo e ingresos disminuyen cada vez más, al contrario del miedo y el dolor por todo lo vivido, que aumentan con los años y dejaron marcas imborrables en Magdalena, a quien hoy en día se le salen las lágrimas desde sus primeras declaraciones.

La construcción de un futuro mejor para las hijas y nietas de Magdalena, es su más grande motivación. La lucha constante contra el poder que tienen las extorsiones es un reto que no solo ella ha decidido tomar, pues varios son los casos que se suman a esta angustiosa y triste manera de sobrellevar la vida. A pesar de los complejos momentos por los que ha tenido que pasar nuestra protagonista, sigue firme y a sus 53 años tiene claro el esfuerzo y la fe que debe seguir fomentando todos los días.

“No quiero que mis hijas y nietas pasen por lo mismo, merecen ser felices. Por eso lucho yo”, explica. 

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