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Estuardo tuvo una vida muy trágica, perdió a su padre siendo niño, fue secuestrado y posteriormente se le acusó junto a su hermano de un crimen que no cometieron.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Estuardo, el ángel de los niños que el cielo reclamó




A Estuardo no le alcanzó la vida para ver a su hija Sofía graduarse. Ni a Stefanie llegar a cumplir sus 15 años.

Tampoco, le dio la oportunidad de terminar el laboratorio de computación que con ilusión estaba planeando para los niños más necesitados.

Estuardo apenas tenía 47 años, cuando el cielo lo reclamó y por eso quizás vivió intensamente sus últimos meses y días, amando lo que le gustaba hacer: trabajar en la finca de su familia, en donde se sentía en libertad.




Botas, sombrero y jeans era su vestimenta con la que llegaba a aquel lugar dos o tres veces por semana y con el cual se identificaba desde que era un niño.

Apenas tenía 5 años de haber salido de prisión, acusado injustamente, junto a su hermano Francisco Valdés Paiz, de un asesinato que nunca cometieron.

Estuardo y Francisco fueron declarados inocentes, tres años después de su captura, tras demostrar que no tenían culpa del delito que se les imputaba.




Fue allí en prisión en donde dejó de hacer sus tratamientos médicos, que hubieran impedido hoy su ausencia, ya que no se le permitió salir a practicarse sus exámenes y tratamientos a un hospital.

La vida de Estuardo no fue fácil. A los 10 años perdió a su padre y de joven fue secuestrado, su hermano negoció su liberación.




Quizás eso lo hizo darle más valor a la vida, ya que fue un hombre, cuyo compromiso con el prójimo, lo llevó a convertir una iglesia, a la que nadie acudía en la finca, en una escuela para educar a los niños, hijos de los trabajadores.



Creía firmemente que la educación era fundamental, incluso les proveía de alimentos en el aula, para que pudieran captar más lo que el maestro les enseñaba.




Su pasión era ver a los niños felices, les organizaba excursiones, llevaba fiestas, e inculcaba el amor patriótico.

Cuando inauguró la escuela, a la que bautizó con el nombre de su mamá, la primera frase que pronunció fue: “El recuerdo es el perfume del alma”, en alusión a su vida compartida con su madre.

Tras ese rostro serio, se escondía un hombre que gustaba de bromear con sus hijas, que era ingenioso y a toda situación, por más compleja que fuera, le tenía un dicho que hacía que los demás vieran las situaciones de otra forma.

Su ausencia duele, dice su hermano Francisco, quien lo llamaba Tayito.




Francisco estuvo todo el tiempo a su lado desde que el cáncer fulminante llegó para apagar su vida.

Hoy, en su casa el silencio delata su partida.

Su esposa, Alejandra aún conserva las rosas que le dio para su cumpleaños. Rosas rojas que se secaron por el tiempo, pero que para ella siguen siendo un invaluable tesoro.




En su casa quedaron sus perros (muchos, por cierto), gallos, gallinas y otras que eran parte de su vida. Amaba a los animales. Le gustaba escuchar al gallo cantar en la mañana, a los perros ladrar y el canto de las aves.

Estuardo era Ingeniero Agrónomo y se identificaba con la naturaleza y el medioambiente, al extremo que era capaz de pelearse con quien se atreviera a cortar un árbol sin justificación alguna.




Él era fuerte, con ganas de comerse el mundo, así lo describe su esposa Alejandra, quien dice que siempre los motivaba a que amaran las cosas sencillas, como la salida del sol en la playa cada inicio de año.

Sus hijas lo describen como el papá que nunca se quejó, ni cuando fue encarcelado injustamente o enfermó.




Para Sofía no solo murió su papá, sino su mejor amigo, a quien podía confiarle muchas cosas que siempre la aconsejaría de la mejor manera.

Tal era el amor de Estuardo por sus hijas que, previo a su muerte, hizo el esfuerzo sobrehumano de ir a la mañana deportiva del colegio para acompañarlas cuando ya los médicos, días antes, no le dieron más esperanzas de vida.




Hoy, los rostros tristes de su familia recuerdan que Estuardo sabía que su existencia se apagaba y por eso mismo les dijo que cuando ya no estuviera siguieran como si no pasara nada y que acomodaran lo que había que adecuar, porque la vida continuaba.

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