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Si algo me he dado cuenta, a mis 24 años de edad, es que, dependiendo del círculo social del que te rodeas… así también pensás. Por ello, consideraba que eso de asistir a las actividades, como la reconocida Feria de Jocotenango, que termina este domingo, era cosa de la “marabunta” y que ir implicaría un robo, asalto o hasta una posible metida de mano… porque, claro, “hay muchos choleros”.

He aprendido, también que la vida (la verdadera) es la que está fuera de la burbuja en la que muchos hemos crecido.

Se llegó el 15 de agosto y como es tradición familiar nos reunimos todos a comer el tan delicioso y famosísimo pepián. Después de almorzar, entre bromas, algunos insinuaron querer ir a la Feria de Jocotenango. Nos reímos primero, luego hicimos cara de “¿qué les pasa, cómo se les ocurre que nosotros nos vamos a ir a meter ahí?”. Y ,finalmente, llegamos a la fase de la presión social, en la cual todos aseguraron que “si fulanito va, yo también voy”… y bajo esa dinámica todos, sin estar convencidos, decidimos ir.

Lo que procedía era avisarle a los papás a notificarles que iríamos a la feria. ¿Las reacciones? Desde risas como quien diciendo “estos no saben ni a lo que se van a ir a meter” hasta el típico “quítense las joyas porque así no tienen nada que robarles”. El miedo impuesto fue tal, que literalmente, nos despojamos de cualquier objeto de valor y salimos a la calle rumbo a la Feria de Jocotenango.

¿Primeras impresiones? “Muchá, mejor regresemos, nos va a pasar algo”, “muchá hay demasiada gente, ya me desesperé”, “muchá no se suelten las manos, no queremos que les pase nada”. ¿Mi celular? Lo escondí entre mi ropa y mi cuerpo. ¿Mi estado de ánimo? Nerviosa y muerta del miedo.




No habíamos llegado a la entrada de la feria. La acumulación de gente era tanta que, literalmente, hubo un momento en el que dejé de caminar y simplemente la multitud me llevó. Cuerpo con cuerpo con la gente y, ¿saben qué? Ni siquiera un intento de tocar mi cuerpo. La gente, hombres y mujeres, respetuosos unos con otros con las manos arriba.




Finalmente, después de caminar como que si fuéramos ganado, llegamos a la entrada de la feria. Me impresionó el olor tan intenso a grasa saturada. Churros, tortillas, pizza, elotes locos, tacos, tortas y un sinfín de platillos que la feria ofrece. Pensé que sería mejor no comer nada porque, claro, seguro eso del “registro sanitario” y la “calidad de los alimentos” era mucho pedir. 

Me impactó aún más ver a tanta gente con sus puestos de comida. Para ellos, esta feria, significaba una oportunidad laboral que les daría ingresos para subsistir hasta por meses. Entendí, entonces, que la única manera de honrar a tanto chapín chambeador (como bien dice una cancioncita de la radio) sería invirtiendo mi dinero en estos maravillosos emprendedores.
















Así que con desconfianza me comí un elote loco. Mientras lo preparaban mi cabeza sumaba calorías, pensaba en el “agüita shuca” donde se encuentran los elotes, pensaba en el trapito que la señora cargaba y con el que limpiaba todo, pensaba que preferiría estar en otro lado. Pero, entendí, que ella estaba ahí para servir a todos los guatemaltecos que asistimos a la feria y, que insisto, la mejor manera de apoyarla sería disfrutar de esa comida… que para mi sorpresa me encantó.

También entendí, que la “marabunta”, en realidad es el pueblo de Guatemala que se faja todos los días trabajando y que aún así… el dinero no les alcanza. Entendí, que estas personas, iban a la feria porque esta es una oportunidad de recrearse, de compartir con su familia, de salir de la rutina… y no tener que gastar más dinero del necesario. La feria es accesible a todos, pues, quizás el juego o platillo de comida más caro no excedía los Q25.







Salir de mi burbuja fue un shock. Pero mis impresiones lo fueron aún más. 

Descubrí que no solo “la gente humilde” va a las ferias, me encontré con varios conocidos. Descubrí que la gente no anda pensando en robar, en asaltar o tocarte, sino que van a disfrutar con su familia y amigos, porque esta feria es, quizás, de las pocas oportunidades para salir y cambiar un poco de rutina. Descubrí que los chapines en sus puestos de comida también son emprendedores.










Entendí que vivir en una burbuja me estaba quitando la vida porque salir y conocer las tradiciones de mi país me llenó de muchas maneras. Ver a tanta gente disfrutar de cosas sencillas como un churro, un elote loco, un juego de tirar de las pitas y ganarse un peluche me contagió de felicidad y amor por mi prójimo… si, mi prójimo al que una vez llamé “marabunta”. 

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