Ricardo: “Me enterraron, pero no sabían que yo era una semilla” imagen

Es posible que 22 años de prisión, cambien a un hombre? Ricardo Ortega del Cid, condenado cuando apenas tenía 19, demuestra que las rejas no son motivo para volver a alguien malo.

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Ricardo: “Me enterraron, pero no sabían que yo era una semilla”

Tenía 19 años cuando el Juez leyó a viva voz su condena. “Ricardo Ortega del Cid, 22 años de prisión” se escuchó en un silencio intenso. Sus ojos rasgados se abrieron a más no poder, era un adolescente destinado a vivir en un centro penitenciario.

No había vuelta a la hoja. Y Ricardo debía traspasar aquel portón donde solo habría de encontrar gente dura, resentida, sumida en la soledad y desprecio.

Allí su vida cambiaría y dejaría de tener las comodidades que sus padres le dieron en casa. La suya, fue una de las condenas más públicas en 1996. La sociedad estaba dividida. Unos se empeñaban en asegurar que aquel niño fue incapaz de empuñar un arma para cegar la vida a la adolescente, Karen Fleishman, y otros lo acusaban, sin haber visto tan siquiera su rostro. ¿Verdad o mentira? Eso ya es asunto juzgado. Lee




Ricardo sabía que un día iba a salir de prisión y se preparó dos décadas y dos años para hacerlo, a diferencia de otros privados de libertad, que llegan a pasar sol en el día y a dormir en la noche.

Ingrid Ovalle periodista de IUSS escribió sobre Ortega y sus primeros siete años. “Algunos días se le veía bien vestido, de buenos ánimos, y con fuerzas para el trabajo, otros desmejorado y desaliñado”. “Pero con el paso del tiempo adquirió la fama de tranquilo”.

Tomar la vida como viene

Ovalle describió a un Ricardo que parecía haber asimilado lo que sería su vida. Al principio habitó un apartamento exclusivo dentro de prisión, pero como todo en la vida acaba, el dinero también se mermó y el chico conocido como Ortega, comenzó a madurar y fincó cabeza.

Fragmentó su tiempo en ser carpintero. Leía literatura, y aprendió de la biblia cada domingo en el servicio. A eso se debe a que hoy, en su red social, los versículos del libro sagrado estén presentes siempre.

A tiempos practicaba pesas o hacía runner en alrededores de la granja de rehabilitación, algo que después definiría su futuro al salir en libertad. Incluso se volvió maestro de Boxeo.

Como cualquier persona en un encierro temporal, tuvo que ser autodidacta, Ricardo llegó a dar clases de artes marciales, tuvo ocho alumnos, comenta.

¿Empresario? También fue. Se las jugó al poner una serigrafía, con la cual logró sobrevivir un par de años.

La cárcel cambia a cualquiera, testifica y si se desea cambiar para bien o para mal es una decisión propia. Y él decidió irse por un buen camino, asegura.

“Cuando salí me quería comer el mundo”, visitó lugares turísticos como Izabal, Cobán, Atitlán entre otros, “quería sentir lo que era estar libre”.

También se asombró al dejar aquellos muros. Ver cómo Carretera a El Salvador estaba llena de casas, porque cuando su adolescencia fue pausada, todo eran fincas.




Adaptarse a su nueva vida no ha sido fácil, admite Ricardo. Un ser humano es distinto adentro donde debes defenderte con uñas y dientes, afuera la gente no entenderá lo que es pasar 22 años encerrado cuando se es inocente.

Sin embargo, en prisión encontró que podía ser personal training y así ayudar a las personas a salir adelante con su autoestima.

Se certificó como instructor y completó sus estudios de fisioterapeuta. ¿Me haces un favor? Pide. Deseo que pongas que no se me juzgue dos veces y se me dé la oportunidad de salir adelante como ciudadano.

Andrea Barrios de Casa Artesana, que trabaja con mujeres privadas de libertad, admite que Ricardo fue inteligente al aprovechar el tiempo. Y describe lo difícil que es para un exprivado de libertad salir a la calle.

Una sociedad como la de Guatemala, considera a las personas que purgaron una condena como seres desechables, y los vuelve a condenar.

Ricardo, incluso con su reinserción a la sociedad, desmiente lo que estudios realizados en 2015 por Organizaciones Internacionales afirmaban y que era que las instituciones del Estado dijeron no creer en la rehabilitación del reo.




El físico de Ricardo muestra las horas y las dietas a las que se somete para poder demostrarle a sus alumnos que sí se puede llevar una vida saludable.

De 1996 a 2016 es el parte aguas en la vida de Ricardo Ortega del Cid, perdió su adolescencia y perdió su libertad, pero las ganas de salir libre lo llevaron a descollar en lo que ahora sabe hacer.

“Se dice que las personas con grandes propósitos tienen que atravesar grandes pruebas”, agrega. “Me enterraron, pero no sabían que yo era una semilla” finaliza.

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