El cadejo me cuidó y me llevó a mi casa imagen

Luego de escuchar esta historia cuando era niño, juré que nunca iba a tomarme un trago.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Las leyendas de Guatemala siempre fueron lectura obligatoria en la casa donde crecí.  Mi abuelita Amalia era ávida lectora de todos los géneros literarios, pero le encantaban los relatos de aparecidos y espantos. Incluso, a ella la habían espantado varias veces en su casona vieja en el Barrio Gerona y, cada vez que podía, relataba sus experiencias a propios y extraños.

Una noche de diciembre, su vecina y gran amiga, Anita Morales del Cid realizaría un convivio para sus amigos. La fiesta iniciaría a las 7 en punto y estaban invitados muchos personajes. Yo, en ese entonces contaba con alrededor de 10 años de edad y desde ese entonces el periodismo ya corría por mis venas. Así que decidí ir a la reunión de doña Ana, en busca de alguna historia de espantos para mi colección de “relatos de terror” que grababa en varios casetes.

Mi abuela, al inicio se negó a llevarme. “No vas porque solo hay gente grande, además muchos están ya bolos”, me dijo. Pero, yo no podía quedarme en mi casa y perder la oportunidad de escuchar a doña Argelia, una bella mujer de pelo castaño claro, ojos verdes y una cicatriz en su mejilla izquierda que le daba un aire de misterio. De ella, se decía que era bruja, que fumaba el puro y otras bondades. Con ella quería hablar.

Tras mi insistencia (berrinche) mi agüi me dejó acompañarla, pero solo una hora y, después, nos regresaríamos a la casa. “No necesito más tiempo”, le dije.  Al llegar con doña Ana, ya estaba llena la casa. Unos servían tragos, otros brindaban y el sapo, el novio de la anfitriona, las hacía de DJ poniendo los discos 33 en el tocadiscos de la casa.

Tras los respectivos saludos, me fuI a buscar a doña Argelia. La encontré en la cocina, con un trago en la mano y platicando con otras señoras. Como sabía que tenía poco tiempo, hice las del dermatólogo, directo al grano. ¿Doña Argelia, a usted la han espantado? Su respuesta fue una sonora carcajada y un beso en mi mejilla. “Vení gordo”, me contestó, “te voy a contar cuando conocí al Cadejo”. Este fue su relato.

Fui a una fiesta cerca del parque Morazán en donde una familia que quiero mucho, quienes se especializaban en la preparación de tamales y el caldito de frutas que realizaban para amenizar sus reuniones. Con lo alegre que estaba la celebración no sentí el tiempo y cuando vi era casi la medianoche.  Los invitados, uno a uno, caminaban y decidí irme también. La dueña de la casa me tenía preparado un paquete con 5 tamales para que llevara, así que feliz con el regalo agarré camino.

La noche y la ciudad estaban muy tranquilas, así que empecé a volar pata para la zona 5, que era donde vivía. Pero, luego de pasar por el Parque Central sentí que alguien o algo me seguía. Al principio, no quise darme vuelta para ver qué era porque sentí algo de miedo, pero a las dos cuadras me envalentoné y me di la vuelta. Era un gran perro negro, con los ojos brillosos que me miraba fijamente. “Chucho cerote”, pensé yo asustada. Decidí seguir mi camino sin pena alguna. Pero para mi sorpresa, el perro me seguía ni muy cerca ni lejos, si yo apretaba el paso, el chucho hacía lo mismo. Entonces pensé: “este cabrón lo que olió fueron los tamales y por eso me viene siguiendo”. Con todo el dolor de mi corazón decidí sacar un tamal para el can, para que me dejara de seguir.

Lo puse en el suelo, lo abrí y seguí mi camino. Para mi sorpresa, cuando el “perrazo” pasó por el tamal lo vio como que fuera caca y siguió.” ¡Ay Dios mío!”, pensé, “solo desperdicié mi tamal en ese chucho mañoso”. Por lo que decidí engañarlo. Me acerqué a una puerta para simular que entraba a mi casa, pero el perro se sentaba y me miraba como diciendo “allí no vivís”, por lo que tenía que continuar caminando.

Por el Estadio Mateo Flores, cerca de mi casa estaban dos tipos fumando cerca del puente, y al verme iniciaron a caminar a mi encuentro. Sentí que el corazón me latía a cien por hora, “ya me violaron”, me dije. De repente, cuando a la par mía como un rayo pasó el perro y se les abalanzó con una furia terrible, sus ladridos llenaron la 12 avenida. Los hombres al verlo trataron de agarrar unas piedras, pero fue inútil, el chucho los atacó con furia y velocidad, tanta que para huir del perro se tuvieron que tirar al barranco para salvar sus vidas.

Mis ojos no creían lo que acababa de pasar. Apuré el paso para mi casa y tras de mí, el perro negro que me acababa de salvar la vida. Al llegar, quité llave, me di la vuelta, a unos metros de mí estaba sentado ese gran chucho y le dije: “Gracias papito”.

El perro inclinó su cabeza, se dio la vuelta y se marchó. Así me salvó la vida el Cadejo.

Al terminar la historia, mi abuela me dijo: “Bueno, nos vamos para la casa ya tienes lo que querías”. Con mucho miedo me tuve que ir. Al salir, la calle estaba oscura, en el barrio había poco alumbrado público, en ese entonces y con terror corrí para mi casa, jurando nunca tomar para evitar lidiar con el Cadejo. Aunque, esa promesa no la pude cumplir, ese gran perro negro no se me ha aparecido para poder ayudarme.




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