Irresponsabilidad de jóvenes activa la alerta, por lo que otros niños podrían morir.
Escabullirse con el novio a un lugarcito más privado; saberse todo un hombre y pensar que a los 15 años se puede ir por el mundo, o irse de fugitivo con los amigos del colegio, son solo algunos motivos por los que la alerta Alba-Keneth no debería activarse, pero sucede.
Las y los jóvenes ni se imaginan que luego de desaparecerse fugazmente de sus casas, simplemente porque los regañaron, automáticamente ponen en movimiento todo un sistema de justicia que los busca hasta por debajo de las piedras para salvarles la vida. Mientras la PNC, MP y PGN realizan la investigación, otros niños están en riesgo de muerte.
Madres que entran en situación de pánico aumentan las estadísticas. Se contabilizan más de 9 mil casos al año, porque su hijo o hija no llegaron a la hora de siempre.
Relato tomó extractos de casos ocurridos a varias adolescentes, con el fin de ejemplificar los motivos innecesarios por los que el sistema Alba-Keneth se activa, pero también alertas de emergencias donde pende de un hilo la vida o la muerte de un menor desaparecido.
Me fui con un amigo y pensé: “Voy a regresar temprano, para que no se den cuenta en la casa”. Eran las 3:00 de la tarde, pero ese compañero me llevó a joder por allí; total, somos adolescentes. No me acordé de llamar a mis papás y ya eran las 8:00 de la noche cuando la policía me estaba jalando. Me asusté, y todo por una alerta. 16 años.
Su novio le mandó un mensaje por whatsapp, donde le decía que quería verla, que la esperaba en la Plaza de la Constitución. Ella salió del colegio con su uniforme azul y se fue para allá, a pie. La invitó a comer y luego la llevó a la Avenida de Las Américas. La noche cayó y con ella, una foto ya circulaba en Facebook, con el título de: “Se Busca”. Regresaron a su casa en la zona 5. “Mis papás, por cualquier cosa se asustan”, le dijo a la psicóloga. “Como siempre llego a las 3:00, de plano pensaron que me había pasado algo”, añadió. Niña de 13 años.
Un día recibió una llamada a su celular. Era aquel grupo de amigos de la cuadra de enfrente de su casa, quienes le pidieron que saliera con ellos para hacer un trabajito; le dijeron que ganaría mucho dinero, del verde. Le dio miedo, pero pudo más la pretensión y al final se animó. Un día, dos días, hasta tres días pasaron. Él estaba en Escuintla y cuando regresó, se enfrentó al escándalo. La especialista lo escuchó decir que él solo había ido a dar una vuelta, que el negocio salió bien. Mientras tanto, sus padres pensaron que lo habían secuestrado. 17 años.
Todos los días era la misma cosa. Mi mamá estaba gritándole a mi papá; mi papá, gritándole a mi hermana y todos gritando al mismo tiempo; cinchazos, patadas… Mejor se fue de la casa. Regresó pasadas 24 horas y todos la buscaban. 14 años.
La tocaba todos los días. Llegaba a su habitación y quería arrancarle la ropa, le tapaba la boca. Un día rasgó su inocencia, con apenas 11 años. Tuvo que suceder en tres ocasiones para que ella dijera “me largo de esta maldición”. Agarró una mochila, metió la ropa que pudo y sin rumbo, sin destino, huyó del abuso, en silencio. 15 años.
Él se fue con ellos, no avisó nada; se volvió miembro de una clica, no les dijo y casi siempre se desaparecía todo el día. Pero cuando ya no llegó a dormir, su mamá se desesperó y fue a poner la alerta. Lo encontraron tarde, alguien más había ganado la búsqueda. Estaba muerto. Un padre que buscó a su hijo de 14 años.
Fuentes: Oficina de Atención a la Víctima PNC, Alerta Alba-Keneth, Fundación Sobrevivientes.