¡Ay mujer machista, cuánta involución! imagen

Hay hogares, comunidades y países en los que se da un paso para adelante y dos para atrás, en cuanto a sexismo se refiere.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Esta es la respuesta y análisis al video “Obstetriz enseña machismo” un derroche de sandeces en las que se ensalza al varón y apabulla a cualquier persona con un mínimo de escolaridad y humanismo.

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“Pobre del que sea tu marido, de seguro no sabés ni lavar ropa”. El comentario salido de la boca de Saúl, de 24 años y dirigido a mi compañera Sandra de 23, fue el detonante para mi indignación, y no pude evitar soltarle la pregunta: “¿de qué caverna saliste?”. Todos en la oficina se rieron, pero desgraciadamente, estoy segura que no se trataba de una broma. He oído peores expresiones sexistas con demasiada frecuencia. Sin embargo, no es lo que ellos dicen, lo que más me sorprende. Son algunas de ellas: mujeres jóvenes, con suficiente instrucción y supondría yo, con elementos para amarse a sí mismas, las que me han dejado pasmada.

La otra tarde, una de mis jóvenes compañeras, una administradora de 25 años, lloraba, porque su novio la amenazó con dejarla por haberse cortado el pelo. Además, en pláticas casuales, he escuchado hasta el cansancio declaraciones como: “Yo quería estudiar medicina pero mi novio no me dejó”. Y en mi interior surge la pregunta que no me atrevo a formular: “¿Y no estarías mejor sin ese tremendo estorbo?”

Otra que me sacó de onda fue mi prima, una médica de 35 años, que me comentó que estaba pasada de peso y que aunque, obviamente sabía que eso no era bueno para su salud, no adelgazaba, porque su marido está gordo y se sentiría mal. Mi cara de “¿en serio?” no le agradó y me salió con “si estuvieras casada sabrías”. Y claro la solterona de casi 50 años que soy, mejor se calló, no porque le diera la razón, sino porque vi lo herméticamente cerrada que tiene la mente mi querida pariente doctora.

Trato de ser tolerante, porque en principio, nunca me he visto a mí misma como feminista. Siempre he creído que no tengo que exigirle a nadie mis derechos, porque me sé poseedora de los mismos. Me he movido casi siempre en el mismo círculo social, intelectual y laboral, y por eso me atrevo a decir que hay una clara involución en la percepción de persona con iguales derechos, obligaciones y opciones, entre muchas de las mujeres. ¿Quieren pruebas? Pues vean este video, recientemente compartido en las redes sociales y luego vamos a platicar.

La voz del retroceso

Retrógrada, intolerante e ignorante fueron algunos de los adjetivos que vinieron a mi mente al escucharla. Afortunadamente, ese video no fue grabado en Guatemala. Sin embargo, no hay que cantar victoria, porque creo que esta mujer, que a la postre es doctora, solo verbaliza lo que algunas otras piensan y viven. Entre las “joyas” que deja escapar se encuentran:

“La mujer no está hecha para liderar un hogar”: de acuerdo con esta doctora, debido a la “descompensación hormonal que sufre la mujer cada mes, ella no es estable”, mientras que según ella, “el varón es más estable” porque dice: “psíquicamente no debería tener esa descompensación”. Es decir, que para ella la menstruación y los cambios hormonales incapacitan a las mujeres para “liderar” un hogar. Habría que decirle eso a las madres solteras, divorciadas o viudas, y aún las casadas, que tienen que tomar las riendas de su hogar.

“La mujer está hecha para el aspecto reproductivo”: es decir, que según esta señora, si no te reproduces no estás cumpliendo con tu rol. He estado engañada todo este tiempo cuando a pesar de no haber parido, me he llamado a mí misma mujer.

“Está hecha para criar a los hijos; criar, porque la educación es cosa del varón”: en concordancia con esta manera de pensar, podemos decir que si dices que tu madre te educó estás diciendo una mentira, porque la educación solo la pueden impartir los papás. Los que no tuvieron a su papá cerca, pues de plano, no están educados, solo criados.

“El que provee al hogar es el varón, no la mujer”: ya de plano regresamos al siglo XIX y no nos dimos cuenta. Las mujeres, incluyéndola a ella, que se supone que está ejerciendo una profesión, no provee. Sin duda alguna debe trabajar ad honorem.

“Si las mamás no obedecen y no cumplen su rol, los hijos se pueden “volver” homosexuales”: y he aquí la joya de la corona. La doctora les advierte a las mamás que se fijen bien a qué colegio llevan a su hijo, porque podrían estarles “insertando ideas” y si los papás no se ponen firmes con ellos, podría ser-dice- que la profesora sea lesbiana. Según ella, esta es una opción que podría ser contagiosa o aprendida. ¿Qué decir ante tal muestra de ignorancia e intolerancia?

“La mujer piensa en cosas menuditas, si está en su casa, seguro está cocinando”. Es que según ella, eso “se le da a la mujer” mientras que el hombre “ni espere que haga esas cosas”. Sin duda alguna, esta señora debe haber encontrado alguna explicación científica para que a los hombres no se les dé cocinar. Así que los grandes chefs varones del mundo simplemente no existen.

“Antes de casarse, mañana, tarde y noche… después de casarse ya no me toques”: y sin duda alguna, la mujer después de casarse ya no tiene derecho a decir no, porque la señora las insta a cumplir con “su deber”. Es decir que si te crees dueña de tu cuerpo deberías aceptar que vendiste tu cuerpo y tu voluntad a cambio de un papel.

Bueno, quiero recobrar un poco el aliento. Así que dejemos atrás a esta señora que acepta el patriarcado, pero no el matriarcado. Aún en actitudes no tan extremas como esta, he encontrado un retroceso, en las jóvenes que pasan del dominio del padre al del marido, se dejan dar órdenes por novios y esposos, o asumen papeles de víctimas ante los hombre dominantes de su vida. Es más, hay algunas que, inspiradas en las tristes historias de las telenovelas, prefieren sufrir. Mynor, un fotógrafo de 32 años me contó hace poco que su novia lo dejó, porque le dijo que él era: “demasiado bueno con ella”.

La experiencia del hogar

No olvido una queja de mi padre cuando veía algo fuera de su lugar en la casa: “¡Qué barbaridad, tres mujeres en la casa y todo desordenado!”. Además, nunca permitió que mi mamá trabajara fuera de la casa, y claro mi mamá acató sus deseos, aunque luego se autorecriminaba por haberlo hecho.

 A favor de él, debo decir que era quizás el único hombre del vecindario que iba al mercado, barría y los fines de semana, cocinaba. Sin embargo, siempre vio esas tareas como que estaba “ayudando a mi mamá”, nunca las asumió como obligación o contribución al buen funcionamiento del hogar. Para mí su actitud era normal, sobre todo para los años 1970, cuando crecí. En los 1990 yo pensé que todo había cambiado, porque muchas de mis amigas que se casaron en esa década, me hablaban de cómo repartían obligaciones con sus esposos y ambos aportaban económicamente al hogar. Pero todo indica que vamos para atrás.

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