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No recuerdo con precisión la primera película que vi, pero mi madre me recuerda con frecuencia los berrinches que hacía cuando no me daban dinero para los boletos

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El cine en mi vida

Nací en Zacapa y mi adolescencia la viví en Chiquimula. Recuerdo como si fuese ayer mi emoción por la llegada del domingo que implicaba invariablemente la asistencia al Cine Lux, de Zacapa o al Cine Liu, de Chiquimula. Veía películas sin importar el protagonista y menos el director. Con el transcurso del tiempo me fui percatando de que fueron directores como John Ford y Alfred Hitchcock quienes marcaron mi afición al cine.

No recuerdo con precisión la primera película que vi, pero mi madre me recuerda con frecuencia los berrinches que hacía cuando no me daban dinero para los boletos; según ella los argumentos eran siempre los mismos: ¨Mama, es que la película es de romanos o es que la película es de vaqueros¨.

La realidad es que el cine llegó a mí para quedarse, como una obsesión. Durante mi permanencia en México por más de 20 años, mi padre, rematado cinéfilo fortaleció y consolidó mi gusto por el buen cine. Estoy consciente de que la calificación de ¨buen cine¨ es subjetiva. En todo caso, con el transcurso del tiempo, fui siendo cada vez más selectivo sobre qué cine ver. Recuerdo con agrado muchas de mis vacaciones, con mi padre, porque entre otras cosas, significaban ver una o dos películas diarias. Fue él quien me trasladó su admiración por directores geniales como Kurosawa, Hitchcock, Bergman, Buñuel, Ford, Capra, Leone, Lang, Welles, Kubrick, de Sica, Truffaut, Ford Coppola, entre otros.

El cine se convirtió para mí en una de las manifestaciones artísticas más maravillosas. A través de él se podía conocer de historia, filosofía, política, poesía, economía, en fin de todo el quehacer humano. Lo consideré, durante mucho tiempo, el mejor instrumento de expresión del sentimiento y pensamiento humanos. Junto a la literatura, el cine fue, y sigue siendo, el mejor apoyo que encontré como profesor universitario.

Recuerdo a cabalidad, cómo a principios de los años 80, hice de un documental el mejor profesor auxiliar en mis clases sobre el pensamiento económico. Dicho documental fue producido por la BBC de Londres y conducido por el brillante economista John Kenneth Galbraith. Se titulaba ¨La era de la incertidumbre¨ basado precisamente en la obra de Galbraith, del mismo nombre.

Así, con el tiempo, el cine pasó rápidamente de ser mi diversión preferida a ser un gran acervo para mi formación cultural y académica. Por ello reconozco que mi predilección está en el cine histórico, biográfico y en el que toca temas relacionados con la condición humana. Hace unos días asistí, con mi hija Gabriela, a ver la última de la zaga de Jason Bourne; debo reconocer que perdí la noción entre la ficción y la realidad. Es una película digna de análisis y discusión. Hay dos cintas que son precedentes históricos de Jason Bourne: La Conversación, con Gene Hackman y Los tres días del cóndor, con Robert Redford y Faye Dunaway. Recuerdo que ambas me impactaron, en su momento; hoy esas realidades de vigilancia ciudadana e intereses geopolíticos son, a la luz de esta cinta de marras, verdaderos juegos de niños.

El eventual y casual lector se preguntará: ¿Qué es lo que nos trata de decir este remedo de crítico de cine? 


Muy sencillo, intento justificar mi atrevimiento a escribir sobre cine. Insisto en que como no soy experto, escribiré lo que el film me haga sentir y pensar. Así de simple. No aspiro a nada más que a compartir el amor lírico por el séptimo arte. No sé si lo lograré, pero por lo menos me divertiré de nuevo viendo viejas y nuevas películas que me traen muy gratos recuerdos y vivencias.

Me agradó leer en el libro Cine y Literatura, Una Metáfora Visual de Juan A. Hernández Les: “No hay entrada reservada para la mística en el cinematógrafo. El espectador de cine trabaja más con el estómago y con el corazón que con la memoria. No es un analista. Es un sentidor”.

Hace unas semanas recibí la llamada del joven periodista, con la invitación para que colaborara con una columna acerca del cine en una revista digital. Desde el primer momento, la idea me entusiasmó, y aunque no soy un experto ni crítico de cine terminé aceptando. Desde ese día mi cabeza no ha descansado pensando en las películas que me interesaría comentar y compartir con el eventual lector. ¿Películas actuales? ¿De ciencia ficción? ¿Cine comercial o de arte? ¿Cine clásico? En esas anduve hasta que mi hermana, también aficionada al cine me dijo: “No se complique, comente el cine que le gusta a usted y que le gustaría recomendar a sus amigos.”

Pues sí, me dije. Qué brutal tener que ver de nuevo mis películas favoritas, comentarlas y recomendarlas. Me emocioné, no sin que se asomara cierta duda sobre si la columna despertaría algún interés. La disyuntiva a que me enfrentaba consistía en escoger mis películas pensando en mi inclinación o pensando en el gusto de los ansiados lectores. Porque cuando uno escribe no solo debe pensar en sus preferencias y gustos sino también pensar en el interés y el respeto por el lector.




Bueno, después de tanta divagación y ansiedad, aquí me tienen frente a la computadora intentando explicar mi amor por el cine como un espectador de a pie.

Hace unos días compré, en la ciudad de México, algunos libros sobre cine. Los he hojeado, algunos muy interesantes y otros realmente insufribles. Y una grata sorpresa: encontrarme con el libro Cine y Literatura, que contiene las columnas sobre cine escritas por el escritor uruguayo Horacio Quiroga, entre 1929 y 1931. Interesantísimos, porque las criticas tienen lugar en un contexto histórico en el que el cine era mudo y en blanco y negro; sin embargo, se palpa la visión que ya tenía Quiroga sobre el futuro del cine.

Termino estas líneas con palabras de Quiroga que me interesaron por su futurismo. Él vio lo que muchos no; lo dijo, sucedió y ya no lo vio. Hoy nosotros lo vemos y no lo decimos.

Le preguntaron a Quiroga sobre cierto desprecio intelectual hacia el cine y él respondió: “Esa animadversión por parte de los intelectuales y, muy particularmente de los artistas, ha llamado siempre nuestra atención. Cuantas veces hemos solicitado la opinión de los compañeros sobre la capacidad dramática del cine, se nos ha respondido con frialdad ligera. Muchos de ellos lo ignoran del todo, menos el que se exhibe para goce de sus sirvientas, o películas de cowboys. Otros, han ido varias veces al cine, sin ver otra cosa que tonterías. Los demás declaran que el tal nuevo arte no pasa de un simple espectáculo populachero, con eficacia sobre la gruesa psicología popular. Algunos, por fin, condescienden con rubor a confesar su gusto por el cinematógrafo. No ven en él más que un entretenimiento visual. Pero arte dramático, con su poesía y psicología, no.”

A casi 100 años de esa respuesta es evidente que actualmente el cine constituye y representa una expresión artística de gran belleza y profundidad.

Sin duda hoy podemos afirmar que en la pantalla podemos ver la vida misma, vernos a nosotros mismos. Como afirma el escritor Butor citado por Hernández Les:

 “El relato domina nuestras vidas desde que nacemos hasta que morimos, en la familia, la escuela, en la lectura.”

Puedo finalizar expresando que tanto el cine como la literatura contienen todo el inconsciente colectivo de la humanidad; son relatos de nuestra vida que la economía y la política se niegan a contar. El cine es una dimensión espiritual, emocional e intelectual a la que esta generación tiene un acceso casi ilimitado y que tiene el derecho de gozar y de obtener de él todo el pensamiento y el talento de grandes directores, productores y guionistas. Ver cine es otra manera de leer.

Atracciones: el blog de cine de Alfonso Portillo




Alguna vez fue Presidente pero eso no importa aquí, en esta columna solo escribirá de cine y literatura.

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