El pecho del migrante encierra muchos sentimientos y emociones desde que parte hasta el momento en que regresa y se da cuenta que nunca vuelve. El ímpetu de irse y trasplantar sus raíces es inevitablemente más fuerte que resignarse a quedarse inmóvil ante la necesidad económica o el desarrollo profesional. El valor para enfrentar los riesgos se abre paso entre miedos, tristezas y el abandono de lo que más quiere y de su mundo de certezas. Solo se tiene una idea remota de una realidad que se convierte en un pasaje que exige dejar tirada cualquier actitud pasiva, seguridad y confrontar riesgos, amenazas y un mundo que aunque familiar resulta ser desconocido.
Inmediatamente y a medida que abandona el nido, abre una brecha de experiencias con diversos horizontes temporales que no podrá pegar jamás. Sus sentidos y su conciencia de nuevos espacios y circunstancias se convertirán en tiempos diferenciados que terminarán en aceptar la tierra donde fincó sus raíces, no obstante los cruentos combates para sostener una falsa realidad que no puede atar, más que desplegando como lazos firmes sus sentimientos hacia sus seres queridos.
Pero ese dolor del desarraigo solo es comparable a las aventuras que surgen desde que se lleva uno a la cabeza la idea de migrar, hasta conseguir los recursos, los contactos y las conversaciones con la familia y decirles “me iré” en un futuro que se convierte en presente y muy pronto en un pasado que se aleja.
Durante periodos relativamente largos persiste la idea del retorno, porque más allá de las vicisitudes que han exigido la aceptación de partir literalmente de cero y de levantarse en una sociedad que no es de uno, hasta las humillaciones por la intolerancia ajena, idealizamos el reencuentro y el retorno. Mientras tanto conquistamos nuevos espacios, amistades, sentidos y proyectos. Nos interconecta siempre un entretejido de la memoria y la sensibilidad por quienes más queremos junto a nuestros coterráneos y esa imagen simbólica de nuestro país.
Solo los más cercanos en las nuevas tierras pueden ser testigos de un vida siempre alerta, nunca pasiva buscando oportunidades, trabajos y huyendo y corriendo de la migra. Cuestión que curiosamente no se puede sostener más que por aquellos a quienes se ama y se deja atrás y por un sentimiento de dignidad que emerge solo en los que se arriesgan y luchan en cada instante de sus vidas. Sin olvidar el motivo principal de la partida: enviar el fruto de sus esfuerzos convertidos en unas remesas para proveer el sostenimiento de quienes dejaron, como acto de reparación por su ausencia.
Luego vienen los reencuentros que saben a un amor más profundo aunque diferente. No podemos entretejer tan fácilmente las historias, los espacios y las temporalidades desdobladas por lo que han vivido y cambiado en sus vidas. Todos hemos cambiado. Nunca es lo mismo, a pesar de que volverse a ver resulta ser de los momentos más memorables y más especiales que experimentan sin cambiarlos por nada en el mundo.
Los migrantes son esos viajeros que donde se encuentren son capaces de reconstruir las identidades sociales en otras partes, pues si bien es cierto ya no volverán a los mismos horizontes temporales y espaciales, abonan positivamente las tierras y personas que una vez dejaron para vivir siempre en nuevas aventuras. A los migrantes, con mi respeto y admiración.
BLOG DANZA CÓSMICA: POR BIENVENIDO ARGUETA
Doctor en Educación y Estudios Culturales por la Universidad de Ohio, EEUU. Licenciado en Filosofía por la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC), miembro de Instituto de Investigaciones Educativas de la USAC, profesor de área de Políticas Públicas de la Universidad Rafael Landívar y ex Ministro de Educación.