Huevos con frijol en la cena imagen

Mi mamá siempre nos daba de cenar huevos con frijol, pero hasta que me tocó ser padre entendí que el mismo plato hecho con amor es un manjar diferente cada vez.

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“¡Bajen! Ya está la cena. A comer”. El grito de mi mamá siempre anunciaba, de lunes a viernes y uno que otro sábado y domingo, el único momento del día en que todos en mi casa comíamos juntos. El desayuno lo hacíamos por partes, igual el almuerzo, conforme cada uno llegaba o se iba al colegio, a la universidad y al trabajo. Pero para la cena estábamos todos, y la cena era siempre, siempre, siempre huevos con frijol. Todos en mi familia lo saben y si están leyendo seguro asintieron con la cabeza.

Durante muchos años no me percaté del asunto. Pero siempre que mi mamá hacía la cena, eran huevos con frijol. A veces era huevo con jamón, otras con salchicha, pocas con tomate y cebolla. Y el frijol podía ser volteado, colado, parado y mi más odiado: en casamiento “porque no había que desperdiciar el arroz que sobró del almuerzo”. Fue hasta la adolescencia que noté que el asunto era inmutable y como buen adolescente rebelde-llama-la-atención comencé a criticar el tema.

Poco importaba para mis papás; siempre era huevo con frijol. Cuando mi mamá no estaba por trabajo o viajes, mi papá también hacía huevo con frijol, aunque menos elaborado, si eso es posible. Y así siguieron los años, y yo quejándome en la mesa preguntándome por qué siempre era lo mismo. Huevo y frijol hasta el infinito. El tiempo pasó, mis viejos envejecieron y comenzaron a ser más cuidadosos con la comida. Mi mamá con su helicobacter pylori no se puede acercar a los frijoles y mi papá solo cena una salchicha de pollo con tomate picado.

Camote en dulce entre puteadas

Me fui de la casa y rara vez ceno huevo con frijol. Es más, casi nunca hay frijol en mi casa. Pero ahora que tengo un hijo comencé a darme cuenta de por qué siempre eran eggs and beans. La rutina de mi mamá más intensa era cuando sus hijos estábamos entre los cinco y los quince años: se levantaba a las cinco de la mañana, preparaba el desayuno y las loncheras de los tres, pasaba el bus por nosotros, ella desayunaba con mi papá, se iba al trabajo. El resto del día la casa era sostenida por la trabajadora doméstica.

A las cuatro y media mi mamá salía del chance, regresaba a la casa y se sentaba con nosotros a ver nuestras tareas porque mirábamos tele o chingábamos o nos la pelábamos hasta su llegada. Para su mala estrella los tres siempre fuimos unos huevones con promedios bajos y toda la vida a última hora había que ir a comprar una lámina a la librería, o hacer un proyecto con materiales que no teníamos. A las siete de la noche se levantaba, hacía la cena, poníamos la mesa. Comíamos.

Con mis dos hermanos pequeños hubo temporadas en que después de la cena seguían repasando porque esos dos eran mulas con el inglés y no les entraba a patadas. Lavaba los trastos, dejaba las mochilas listas y los uniformes –hasta que nos dijo que era nuestra responsabilidad hacerlo–. A las nueve de la noche se iba a su cuarto.

Siempre le critiqué a mi mamá la cena de huevos con frijol, el hecho de que no se sentara a leer en las noches o que no estuviera en mis actos del colegio –iban mi nana, Helena, y mi abuelo–. 

Ahora que me toca estar en sus zapatos, me doy cuenta de los esfuerzos sobrehumanos que mi mamá hizo. Yo con un hijo y siempre con trabajos de horario flexible siento que me muero.

Muchas cosas le puedo achacar a mi mamá, pero al final del día, cuando son las diez de la noche, la casa la tenemos hecha un desastre, aún tenemos pendientes, veo de reojo mis libros tirados empolvándose, todos los sartenes sucios… no puedo evitar pensar en que mi mamá lograba hacer todo lo necesario y dejaba de hacer muchas otras cosas que estoy seguro le hubiera gustado realizar.

Había tardes en que mientras nos puteaba por los deberes y las malas notas, hacía algún postre, o salía a con nosotros a pasear al chucho, e incluso después de esa jornada tan maldita aún se quedaba en nuestro cuarto para leernos cuentos. Y ahora digo, con razón siempre eran huevos con frijol, ni la puta madre, quizá ni nos los merecíamos. Para nuestra suerte, tenemos una mamá que se rajó el lomo por sacarnos adelante y su receta de dulce de camote. Gracias mama. Feliz Día de la Madre hoy y todos los demás.

P.D.: Ya jubilate hombre, andate de viaje, poné un negocio, andá a ver a tus hermanos a los Estados.

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