Historias De Pueblo: Secretos a la sombra del Chingo imagen

Esto le cuentan a los exploradores que llegan a escalar el Volcán Chingo, sin saber que para algunos es “el cerro de Don Agapito”. La cuarta historia de esta saga “Historias de Pueblo”.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Este relato es la cuarta historia de la saga “Historias de Pueblo” contadas por Alfonso R. Ceibal e inmortalizadas por la pluma de Juan Diego Godoy.

Una parte de la frontera entre Guatemala y El Salvador está dividida por un volcán de 1,775 metros. Se sitúa en los municipios de Atescatempa y Jeréz del departamento de Jutiapa y el municipio de Chalchuapa del departamento de Santa Ana. Nosotros éramos pequeños, tendríamos no más de 15 años. Pero recuerdo era mi segunda vez que escalaba aquel coloso y estaba confiado. Por alguna estúpida razón, íbamos diez niños a cargo de un “adulto responsable” que tomó la decisión de contratar al borracho del pueblo, Don Agapo, como el guía para llevarnos a la cima del volcán.

Fua la peor decisión, pero me regaló una de las mejores historias. El borracho, naturalmente, no sabía llegar a la cima y nos perdimos por horas entre la maleza del volcán. Entramos a una finca privada y fuimos expulsado a punta de pistola. Para la medianoche, agotados y frustrados, dormimos donde pudimos entre la maleza y sin saber a qué distancia de la cima o de las faldas estábamos. No podía dormir y me llevé una sorpresa cuando noté que “el guía” también estaba despierto.

Como niño inocente me acerqué y le hice una muy buena pregunta: “¿Por qué hay tantas fincas en el volcán? ¿Quiénes viven en un volcán?”. El guía me miró y esforzando una sonrisa y respirando profundo, comenzó a relatarme, con aliento a Venado de octavo, una historia que jamás olvidaré:




Este lugar era casi desértico. Nadie viví por aquí hace unos cien años. En esta zona específica, solo animales se arrastraban por la maleza y deambulaban por las faldas de este volcán, que en algún momento estuvo activo. Sin embargo, en algún momento llegó un hombre con su familia. Poco a poco fue apropiándose del terreno y del volcán.

Le llamaban “el cerro de Don Agapito”. Las tierras alrededor comenzaron a poblarse, pero todos los vecinos veían a Don Agapito para arriba. Era un buen hombre, millonario en su tiempo y dueño del cerro. Poco a poco se convirtió en una especie de líder comunitario y eso le ganó más fama pero también más enemigos. Treinta años pasaron bajo el mandando indirecto de Don Agapito, que si bien era un buen líder, los efectos de ser un mal padre comenzaban a cobrarle la costosa factura con las actitudes de sus hijos, cuatro patojos y tres patojas mimados que se creían superiores.

En los últimos años de Don Agapito, todos comenzaron a inventar teorías de lo que sucedería con “el cerro de Agapito”, ya que muerto él, la “unidad” de tan excéntrica familia se vería afectada. Y así fue. Don Agapito murió y sus hijos a penas lo enterraron. La batalla por el cerro y la condenada herencia comenzó y nunca acabó.

Hoy, el conflicto que tiene más de sesenta años sigue presente. El volcán lo han invadido desde descendientes por testamento hasta invasores y dicen que narcotraficantes. A mi, nada de esta historia me consta, yo solo cuento lo que en algún momento me contó mi hermana, que en paz descanse.

-¿Pero usted se llama Agapo, igual que el señor?, pregunté desconcertado.

Me miró sonriendo e hizo el ademán de beberse un trago invisible. Así le habían puesto por su bisabuelo. Aunque él no creía la historia de su familia, vivía de la repetición de la misma a los curiosos y extraviados, a los ignorantes exploradores que llegaban día a día a escalar el Volcán Chingo, sin saber que para alguno es “el cerro de Don Agapito”. 

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