El Triángulo (final) imagen

El Triángulo llega a su fin con un desenlace inesperado.

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Lea aquí la primera parte de El Triángulo

Lea aquí la segunda parte de El Triángulo

El sentirse rechazado y con la desilusión de nunca haber siquiera tocado el cuerpo virgen de la mujer por la cual había dado más de pensado lo enterró en las cuatro paredes de su habitación por meses. Olvidó la noción del tiempo. Dibujó en la pared un reloj de cuerda idéntico al que le había regalado, y cuando por alguna razón se enteraba de la hora le dibujaba las manecillas, esperando que en algún momento se movieran por sí solas y empezaran a indicar la hora. Con esa misma ilusión esperaba que el corazón de ella empezara a palpitar de amor hacia él por alguna fuerza desconocida y que ella lo fuera a buscar para pedirle perdón y decirle que lo amaba. 

La depresión lo ataba a la cama durante horas. A veces, cuando se mezclan por mucho tiempo, un desamor mal asimilado y la soledad en una habitación oscura hacen agudizar la locura. 

Un día, en medio de sus locuras volteó a ver el reloj dibujado y vio que las manecillas se movían pero hacia el lado contrario. Se enfureció y decidió tomar acción, convertir los pensamientos en realidad. Trazó un plan: “ese maldito plan”, le decía. El plan era ir a violar y matar a la mujer por la cual, según él, se encontraba en esa situación; después buscaría al violador en el mercado y también lo asesinaría. Ellos, creía, eran los responsables de su locura. 

Con los dedos en el aire dibujaba los pasos que debía dar, se imaginaba caminando en las calles a altas horas, contó los pasos que debía dar en los 7 minutos que tardaría en llegar a la casa de ella. 

Se veía entrando a la casa donde ella vivía, con la excusa de que necesitaba el  consejo de una amiga. Todo mientras sus padres se encontraban en casa de la abuela, como siempre lo hacían los domingos, desde las 4 de la tarde hasta media noche. Tiempo suficiente para actuar. 

Y lo hizo así, salió a las 6:32 de su casa, pero al llegar a las 6:39 no pudo actuar; una chispa de lucidez lo empujó de regreso a la casa. Caminó de regreso, pasó a una tienda para comprar algo etílico en donde remojar el corazón para ablandarlo y llorar… pero sucedió lo contrario. El licor le despertó la vehemencia, pero solo por unos minutos. Después, con una calma impensable después de haber ingerido una botella de licor entera salió otra vez, dio los pasos calculados, llegó exactamente a los 7 minutos. Al llegar ella abrió la puerta, al verlo le obsequió una de esas sonrisas que solo ella podía dar. Sonrisas que intentan entrampar los planes, pero esta vez el extremo de la locura, del odio, eran más largos que el extremo de la locura del amor. 

La sonrisa de ella era verdadera, sonreía de alegría de poder verlo, al fin, después de algunos meses de silencio. Él fingió felicidad, debía seguir el maldito plan, entrar y sentarse en el comedor, mientras ella, como siempre, tendría un pastel para ofrecerle: tomaría un cuchillo, partiría el pastel y dejaría el cuchillo a un lado. Por si no era suficiente lo sirvió y así sucedió. 

Al ver que todo sucedía según el plan, sintió la necesidad ocupar su lugar en la cadena de sucesos previstos. Se paró con cualquier excusa, tomó el cuchillo, lo apretó en su mano con toda la fuerza, la tomó por la espalda, le colocó el cuchillo en el cuello y la amenazo de muerte. El miedo la volvió tan frágil como una pluma. El pastel cayó de la mesa y se destrozó en el suelo, después unas gotas de sangre fueron derramándose lentamente sobre el azul del pastel. La flor se destrozó y se derramó en el viento y en los pétalos volaba su virginidad. El cuchillo se ensangrentó y ella poco a poco moría. Mientras, él partió con la mirada helada hacia el mercado a concluir el plan. 

Al desplomarse en el suelo, lo último que vio antes de que sus ojos oscurecieran fue su cara, pálida y con las ojeras que le colgaban de las noches sin dormir y el cabello alborotado por la locura.

Caminó entre las tinieblas de los puestos desolados del mercado y no encontró a nadie, repentinamente vio una sombra moverse a lo lejos: era la sombra de alguien, ese alguien se dirigía a él, desconectados sus sentidos por la impresión.

Se quedó inmóvil y solo sintió la sombra que se le lanzó encima… y empezaron nuevamente la pelea. Después, como pudo, entre el forcejeo le metió dos cuchilladas en las costillas y tres en el pecho. Mientras se desangraba se dio cuenta que la sombra solo era eso y que las 5 cuchilladas lo estaban matando. Se empezó a ahogar con su propia sangre, quiso gritar sin poder hacerlo. Colocó las dos manos en el suelo formando un triángulo y se fue desplomando lentamente. Su cabello empezó a mezclarse con la sangre que ya formaba un charco en el suelo. Cuando se acercó, antes de que su nariz tocara el suelo, una chispa de luz prendió la última hoguera de sus ideas. Entonces, y solo entonces, descubrió que ahora él era el violador y asesino y que “el maldito plan” se cumpliría, lastimosamente, no de la forma en que suponía.

Fin

BLOG ALUSIONACION: TRAVIS PLUMA




Autor del libro La fe, la esperanza y el amor. Cinéfilo, melómano, aficionado de la pintura y la fotografía. Nació en 1984 en la ciudad de Guatemala. Pasó su adolescencia en la posguerra. La situación difícil del país lo motivó a emigrar.

Vea sus columnas aquí.

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