El ORNI… mi primer charris imagen

Poco antes de salir del colegio mi madre me regaló mi primer carro, el ORNI.

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La semana pasada pude ver en los ojos de mi sobrina ese brillo especial que se tiene cuando uno busca alcanzar una meta. La Grace, como muchos jóvenes guatemaltecos, sueña con adquirir su primera nave, el Gracemóvil.

Yo recuerdo que poco antes de salir del colegio mi madre me regaló mi primer carro, al que apodamos el ORNI, porque era “Mi Objeto Rodante No Identificado”, un Lada 1600 modelo 1986 de fabricación soviética. Ese fue el último auto que mi papá compró, como casi todo en mi vida, en la gloriosa zona 5.

La agencia de la DIVEMO quedaba en el mismo edificio que hoy ocupa una venta de artículos para piñatas y celebraciones infantiles, pocos metros después de la Cofiño Sthal. El gerente de la agencia de vehículos era un argentino a quien mis padres ayudaron muchos años atrás, al punto que se volvieron compadres.

Yo deseaba tener una carro para ya no verme obligado a tener que abordar la 13 para llegar a mi casa, en cambio la Grace sueña con tener un auto para ya no pedirle a sus papás o a su hermano que la lleven a donde necesita.

Yo estudié casi toda mi vida en el hoy desaparecido Colegio Lehnsen Central, en la zona 13, lo que quiere decir que siendo usuario regular de la 13 Unión, atravesé miles de veces el bulevar liberación cargando maquetas, máquina de escribir y hasta un enorme tablero de dibujo.

Siempre aborrecí el bus escolar, era una locura, era el primero al que pasaban a traer y el último al que pasaban a dejar, motivo por el cual preferí ir a estudiar en el transporte público. Como cualquier guatemalteco viajé colgado, fui asistente voluntario del chofer y hasta llegué a increpar con palabras altisonantes a un energúmeno piloto que arrancó justo en el momento en el que yo ayudaba a una señora a bajar de la una unidad.




Buena parte de mi educación media la pasé pidiendo jalón. El cantante Raúl Arévalo vivía en la Colonia Santa Ana y su mamá me permitía viajar en su carro al salir del colegio. Alicia, la mamá del Ing. Jorge Paíz, también me daba jalón por las tardes.

Al entrar al bachillerato a mi primo Juanjo le regalaron un pickup café. Como no tenía alarma, le quitábamos el cable del distribuidor de energía, por aquello de los ladrones. El llevar el cable de bujía en la bolsa trasera del pantalón era un símbolo de estatus, ya que significaba que se tenía carro.

Entrando a la universidad seguí pidiendo jalón. Mi primo Quincho bajaba todas las mañanas de la Colonia Lourdes y me pasaba a traer a la gasolinera La Joya. Mi primo tenía un pickup blanco Toyota 22r apodado “El Potro”. El carro era extremadamente confiable, al punto de no necesitar llave para arrancar.

El ORNI pasó a mejor vida y me quedé compartiendo junto con mi hermano un Toyota Célica 22r modelo 83. Usaba unas enormes llantas rin 18 de perfil bajo y consumía combustible como enajenado, no precisamente era el auto ideal para un universitario de bajo ingreso.




Una mañana saliendo de la URL, poco antes de llegar al cruce de la Universidad del Valle, un camión frenó de golpe, un pequeño Toyota Starlet logró frenar a centímetros del camión y yo quedé incrustado en el sillón trasero del diminuto Starlet. No está de más decirles que fui la burla de toda la universidad.

Mi sobrina ha sido una estudiante brillante y ha trabajado muy duro desde que se graduó. Espero que pronto pueda comprarse su charris, aunque sin duda lo ideal sería contar con sistemas colectivos de transporte eficientes y seguros, que no nos hicieran a todos desear desesperadamente, llegar a tener un carro. 

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