El comisario va a la universidad (2a. entrega) imagen

Wenceslao sudaba a chorros. Como en otras ocasiones, había ubicado su pañuelo en la nuca, pero pronto se había convertido en un trapo como recién sacado de la lavadora, solamente que bastante sucio.

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Wenceslao sudaba a chorros. Como en otras ocasiones, había ubicado su pañuelo en la nuca, pero pronto se había convertido en un trapo como recién sacado de la lavadora, solamente que bastante sucio.

Los pies del comisario resentían el sobrepeso. En un terreno como en el que se desplazaba, las articulaciones lo castigaban como si se tratara de una venganza, por los altos niveles de ácido úrico que acumulaba en parte por la dieta desordenada, los constantes tragos de Predilecto y los cientos de manís garapiñados que tragaba religiosamente.

Cuando sus detectives le hicieron la señal de aprobación para expresarle que poseían información suficiente para marcharse, el comisario hurgó dentro de la bolsa de su pantalón. Encontró una bolsita con maní garapiñado. Era poco. Abrió el plástico y lo deslizó con velocidad hacia su boca. Les giñó el ojo a sus muchachos y furtivamente se escabulleron entre la multitud.



Ilustración de Tenshi Arts https://www.facebook.com/Artenshi/?fref=ts

Dos días después, bar el Pulpo Zurdo

—Como dice el descuartizador: vamos por partes. ¿Qué tienen de bueno entre sus notas y cabezotas?

Les habían servido media botella de Predilecto, acompañada de trozos de hielo, sal, limón partido, cocacola, mineral, platos con maní y frituras. Wenceslao sirvió tres tragos iguales. Los repartió. Frotó su espalda con la silla y se rebujó para escuchar los informes.

—Comisario, salud primero que nada. No cabe duda que usted tiene un olfato, con todo respeto, de perro rastreador —expresó Fabio, mientras se empinaba el vaso, hacía muecas y lo devolvía vacío a la mesa. —Es el tercer muchacho, estudiante de la misma universidad y carrera, que muere en las dos últimas semanas. O es que los estudiantes de periodismo son muy alocados o han de haber hecho alguna estúpida apuesta, pues todos los accidentados estaban a punto de graduarse. Qué terrible para sus padres, ¿verdad? Se llamaba Luis Higueros de la Roca, 25 años. Coincide con la edad de los otros muertos. Quizá porque pertenecen a una misma promoción. Por la tarde me doy una vuelta por la morgue. Seguramente la familia no querrá la autopsia, pero eso lo arreglamos con el doctor Sierra.

—Por mi parte: el automóvil estaba a nombre del padre del fallecido. Según investigué, fue comprado en una subasta en Miami. Lo trajeron por barco, pagaron los impuestos y comenzó a circular. Es un carro poco común. Casi no hay repuestos. En el taller realizarán los peritajes, pero por dentro se veía bien cuidado. Eso sí, es muy raro lo de las bolsas de aire. Quizá no le hubieran salvado la vida, pues iba como a 220 km. Los detalles los tendremos más adelante.

Wenceslao sirvió otra tanda. Miró hacia el cielo raso cubierto de hollín y reafirmó que algo apestaba en esas tres muertes. Mientras almorzaban una sopa de gallina y se tomaban otro Predilecto, repasaron los tres casos. Enio y Fabio cambiaron a cerveza, pues no podían con el ritmo de su superior.

—El segundo murió hace exactamente una semana: se trata de Hugo Roberto Colindres Peñalba. Igual, 25 años, estudiante de comunicación. Su muerte ocurrió mientras conducía por el bulevar de los Próceres. Parece que un motorista se acercó con intenciones de robarle el celular, él se opuso. Le dispararon. Un dato curioso es que no le robaron el teléfono. Absolutamente nada. El primer caso, sucedido hace 15 días, ocurrió en la salida de la universidad. La víctima, Francisco Oliveros Trinidad, viajaba como pasajero en el automóvil de su novia. Dos autos los interceptaron. Primero golpearon a los dos. No secuestraron a la novia o al carro. Lo mataron y desaparecieron. Cada caso puede tener una explicación. Lo curioso, estimados, es lo que los une. Eso me llama mucho la atención. Continuemos con el caso de los narcotraficantes en Zacapa, pero no dejemos de recabar información. Tengo una corazonada al respecto. La última y nos vamos.

Alguien acababa de meter una moneda en la rockola. Habían comenzado las notas de El Cantante, de Lavoe. Wenceslao respiró profundamente. Llamó a Lidia y pagó la cuenta.

Ilustración:  Tenshi Arts 

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