¿Sientes que vives muy de prisa, que necesitas una pausa?
¿Y si hubiera una manera para desacelerar el tiempo?
“¡Es tan difícil vivir en el presente!”, es una de las frases que más escucho cuando converso con amigos sobre el tema del tiempo y el ritmo de la vida. Estamos acostumbrados a vivir de prisa, en un mundo que nos presiona para hacer más, para ganar más y para llegar más rápido.
Y aunque tenemos a nuestra disposición tecnología y recursos que han sido diseñados para facilitarnos la vida (y para ahorrarnos tiempo), parece ser que el tiempo es un recurso de lujo: privilegio de unos pocos.
Estamos rodeados de milagros fugaces, pero ya no nos detenemos a verlos. “Por falta de tiempo”, nos decimos a nosotros mismos para justificarnos. ¿Pero es realmente falta de tiempo? ¿Cuánto tiempo necesitas para levantar la vista y ver el sol entre los árboles cuando vas por la calle? ¿Qué es lo que te impide enfocarte en la persona que está frente a ti? Y ¿cómo se llama esa fuerza que hace que revises tu celular cada sesenta segundos?
Yo creo que nuestro problema no es cuestión de tiempo, porque si tuviéramos más, quizás intentaríamos meter más actividades a esa agenda que ya está tan llena. Creo que nuestro problema es cuestión de ritmo. Me refiero al ritmo con el que elegimos caminar, respirar, vivir.
Los científicos dicen que nuestro cerebro no tiene un sentido para medir el tiempo. Los seres humanos lo “percibimos” de acuerdo al tiempo que le toma al cerebro procesar las experiencias que vivimos. Así, experiencias nuevas en las que nuestros cinco sentidos se enfocan en el presente, son registradas como más lentas; y experiencias a las que estamos acostumbrados o que no demandan tanto nuestra atención, son registradas como más rápidas.
¿Quiere esto decir que podemos desacelerar el tiempo? Los científicos afirman que podemos desacelerar nuestra percepción del mismo. Yo lo he intentado, y creo que lo he logrado. Te cuento mi experiencia y te invito a hacer tu propio experimento y a compartir tus aprendizajes con nuestros lectores.
Ayer estuve en un retiro donde aprendí mucho sobre la percepción del tiempo. Era una actividad diseñada para “retirarse” de la rutina, alejarse del celular y enfocarse en esas cosas para las que decimos no tener tiempo. Y allí, rodeada de fuentes, de flores, de personas; y alejada de mi celular y sin una agenda ni un objetivo definido para el día, perdí la noción del tiempo. Viví intensamente instantes que no sé cuánto duraron y sentí que el tiempo caminaba como adormecido, a un rimo que me permitía caminar a su lado.
Las actividades que hicimos fueron muy sencillas: caminamos en silencio, pintamos mandalas, compartimos un almuerzo.
Al pensar en el retiro me doy cuenta de que lo que transformó mi manera de percibir el tiempo no fue una actividad en sí, sino la plenitud que sentí y el ritmo con el que viví cada experiencia.
Logré cambiar mi ritmo. Mi respiración se hizo más lenta y más profunda; mis sentidos se enfocaron en la comida que me dieron, en las flores que adornaban el lugar, en las emociones de las personas con quienes conversé. Y de alguna manera, sin tener presente lo que dicen los científicos sobre la percepción del tiempo, y sin tener un reloj para medirlo, sentí que verdaderamente el tiempo se desaceleró. Incluso, en un instante, sentí que logré detenerlo.
¡Tú también puedes desacelerar el tiempo! Es cuestión de dejar la prisa, de respirar lentamente, de vivir el presente. ¿Cuándo fue la última vez te acostaste en grama a buscar formas en las nubes? ¿Qué te impide salir a ver las estrellas esta noche? Te invito a hacer el experimento de la percepción. Cuéntame si al poner tu atención plena en los milagros que el universo te regala, logras detener el tiempo.